viernes, 21 de marzo de 2014

DIÓGENES LAERCIO, VIDAS DE LOS FILÓSOFOS MÁS ILUSTRES: LIBRO SEXTO

LIBRO SEXTO

ANTÍSTENES
1. Antístenes, hijo de Antístenes, fue ateniense. Objetábanle, como en desprecio, que era oriundo de otras regiones, a que respondió: «También la madre de los dioses es de Frigia.» Parece que su madre fue de Tracia; así, habiendo peleado valerosamente en la guerra de Tanagra, hizo decir a Sócrates «que de dos atenienses no hubiera nacido tan esforzado». Igualmente el mismo Antístenes, a los atenienses que se jactaban de ser indígenas, los humilló diciendo «que en esto no eran de mejor condición que los caracoles y los saltones». Al principio fue discípulo del orador Gorgias, por cuya razón en sus diálogos manifiesta estilo retórico, singularmente en el intitulado La verdad, y en los Exhortatorios. Hermipo dice que tenía resuelto en los juegos ístmicos vituperar y alabar a los atenienses, tebanos y lacedemonios, pero que después lo omitió, viendo eran muchos los concurrentes de estas ciudades. Después fue discípulo de Sócrates, y aprovechó tanto en él, que exhortó a sus discípulos se hiciesen sus condiscípulos en la escuela de Sócrates. Habitaba en El Pireo y andaba cada día los cuarenta estadios para oír a Sócrates, del cual aprendió a ser paciente y sufrido, imitó su serenidad de ánimo, y así fue el fundador de la secta cínica.
2. Que el trabajo es bueno, lo confirmaba con el ejemplo de Hércules el Grande y de Ciro, trayendo aquél de los griegos y éste de los bárbaros. Fue el primero que definió la oración, diciendo: «La oración es una exposición de lo que era o es.» Decía a menudo. «Primero maniático que voluptuoso.» Y asimismo: «Conviene tratar con aquellas mujeres que correspondan agradecidas.» A cierto joven que, habiendo de ir a su escuela, le preguntó de qué estaba necesitado, le respondió: «De un cartapacio nuevo, de una pluma nueva y de una tablita nueva», manifestando por ello que necesitaba de juicio. A uno que le preguntaba de qué calidad debía ser la mujer con quien se casaría, le dijo: «Si la recibes hermosa, será común a otros; si fea, te será gravosa.» Habiendo oído en cierta ocasión que Platón decía mal de él, respondió: «De reyes es el oír males habiendo hecho bienes.» Cuando fue iniciado en los misterios orfeicos, como el sacerdote le dijese que los iniciados en tales misterios eran participantes de muchos bienes en el infierno, respondió: «Pues tú, ¿por qué no te mueres?» Objetándole una vez el que no era hijo de dos libres, respondió: «Ni tampoco de dos palestritas o luchadores, y no obstante, soy palestrita.»
3. Preguntado por qué causa tenía pocos discípulos, respondió: «Porque no los arrojo de mí con vara de plata.» Preguntado también por qué corregía a sus discípulos tan acerbamente, dijo: «También los médicos a los enfermos.» Habiendo una vez visto a un adúltero, dijo: «¡Oh infeliz, de cuánto peligro huir pudiste con un óbolo!» Según Hecatón en sus Críos, solía decir «que era mejor caer en poder de cuervos que en el de aduladores, pues aquéllos devoran los muertos, éstos los vivos». Preguntado qué cosa era la mejor para los hombres, respondió: «El morir felices.» Lamentándose una vez en su presencia un amigo suyo de que había perdido unos Comentarios, le dijo: «Convenía los hubiesen escrito en el alma, y no en el papel.» Decía «que como el hierro es comido por la escoria, así de la propia malignidad los envidiosos. Que los que quieren ser inmortales deben vivir pía y justamente. Que las ciudades se pierden cuando no se pueden discernir los viles de los honestos». Alabado una vez por ciertos hombres malos, dijo: «Temo haber cometido algún mal.»
4. Decía «que la vida unánime y concorde de los hermanos es más fuerte que toda muralla. Que para la vida se deben prevenir aquellas cosas que en un naufragio salgan nadando con el dueño». Afeándole en cierta ocasión el que andaba con los malos, respondió: «También los médicos andan con los enfermos y no cogen calenturas.» Llamaba «cosa absurda quitar el joyo de las mieses, y del ejército los soldados inhábiles, sin arrojar de la República los malos». Preguntado qué había sacado de la filosofía, respondió: «Poder comunicar conmigo mismo.» A uno que en un convite le dijo que cantase, le respondió: «Toca tú la flauta.» A Diógenes que le pedía una túnica, le dijo «que doblase el manto». Preguntado qué disciplina es la más necesaria, dijo: «Desaprender el mal.» A los que oían se hablaba mal de ellos, los amonestaba «a que lo sufriesen con paciencia aún más que si uno fuese apedreado».
5. Motejaba a Platón de fastuoso; y en cierta pompa pública, viendo relinchar a un caballo, le dijo: «Paréceme que tú hubieras sido un bellísimo caballo.» Dijo esto porque Platón alababa mucho cierto caballo. Habiendo venido una vez a visitar a Platón, que estaba enfermo, y mirando una vasija en que había vomitado, dijo: «Veo aquí la cólera; pero el fasto no lo veo.» Aconsejaba a los atenienses hiciesen un decreto de que los asnos eran caballos; y teniendo ellos esto por cosa irracional, dijo: «Pues entre vosotros también se crean generales de ejército que nada han estudiado, y sólo tienen en su favor el nombramiento.» A uno que le decía: «Muchos te alaban», le respondió: «Pues yo, ¿qué mal he hecho?» Como pusiese una vez a la vista la parte más rasgada de su palio, mirándolo Sócrates, dijo: «Veo por el palio tu gran sed de gloria.» Preguntado por uno (así lo dice Fanias en el libro que compuso De los socráticos) qué debía hacer para ser honesto y bueno, le respondió: «Aprende a ocultar tus vicios de los que los conocen. A uno que loaba las delicias le dijo: «Los hijos de los enemigos viven deliciosamente.» A un joven que se hermoseó demasiado para ser retratado de relieve, le dijo: «Di tú; si el bronce recibiese voz, ¿de qué piensas se gloriaría?» Diciendo él que de la hermosura, respondió: «¿Pues no tienes vergüenza de parecerte en la alegría a un inanimado?» Habiéndole un joven póntico ofrecido que lo cuidaría mucho luego que llegase su nave cargada de pescado salado, tomando él un costal vacío se fue a una vendedora de harina, y llenándolo bien, se lo llevaba; mas como la mujer pidiese el valor de la harina, le dijo: «Este joven lo dará cuando llegue su nave con pescado salado.»
6. Parece que Antístenes fue causa del destierro de Anito y de la muerte de Melito; pues habiendo encontrado unos jóvenes que venían a la fama de Sócrates, los condujo a Anito, diciéndoles «que en la moral era más sabio que Sócrates»; sobre lo cual, indignados los circunstantes, lo desterraron. Si veía alguna mujer muy adornada, se iba a su casa y mandaba a su marido sacase caballo y armas; pues si las tenía, podía permitirle los adornos, como que con ellas se repelen las injurias; pero si no, decía que le quitase los ornatos.
7. Sus opiniones o dogmas son: «Que la virtud se puede adquirir con el estudio. Que lo mismo es ser virtuoso que noble. Que la virtud basta para la felicidad, no necesitando de nada más que de la fortaleza de Sócrates. Que la virtud es acerca de las operaciones, y no necesita de muchas palabras ni de las disciplinas. Que el sabio se basta él mismo a sí mismo. Que todas las cosas propias son también ajenas. Que la falta de celebridad es un bien e igual al trabajo. Que el sabio no ha de vivir según las leyes puestas, sino según la virtud. Que se ha de casar por motivo de procrear hijos y con mujeres hermosísimas. Que ha de amar, pues sólo el sabio sabe la que debe ser amada.» Diocles le atribuye también lo siguiente: «Para el sabio ninguna cosa hay peregrina, ninguna extraña. El bueno es digno de ser amado, y el virtuoso bueno para ser amigo. Debe en la guerra buscarse aliados que sean animosos, y al mismo tiempo justos. La virtud es un arma que no puede quitarse. Más útil es pelear con pocos buenos contra muchos malos, que con muchos malos contra pocos buenos. Conviene precaverse de los enemigos, pues son los primeros en notar nuestros pecados. En más se ha de tener un justo que un pariente. La virtud del hombre y la de la mujer es la misma. Lo bueno es lo hermoso; lo malo, lo torpe. Ten por extraño todo lo malo. El muro más fuerte es la prudencia, pues ni puede ser demolido ni entregado. Los muros deben construirse en nuestro inexpugnable raciocinio y consejo.»
8. Disputaba en el Cinosargo, gimnasio cercano a la ciudad, de donde dicen algunos tomó nombre la secta cínica. Aun él solía llamarse a sí mismo Aplocuon. Fue el primero, según Diocles, que duplicó el palio, sin llevar otra ropa y que tomó báculo y zurrón. Neantes dice que fue el primero que duplicó los vestidos, y Sosícrates, en el libro III de las Sucesiones, dice que Diodoro Aspendio fue quien crió barba y usó báculo y zurrón. De todos los socráticos, sólo a éste celebra Teopompo. Y dice que fue muy hábil, y que con la elegancia de su conversación captaba a cualquiera. Esto consta de sus mismos escritos y del Convite de Jenofonte. Parece, pues, fue también autor de la secta estoica rigurosísima. Así, Ateneo, poeta epigramático, habla de éstos en la forma siguiente:

¡Sabios estoicos, que excelentes dogmas
en páginas sagradas recogisteis,
diciendo doctamente
que sólo la virtud es bien del alma!
Sí; pues con ella sola está segura
la vida de los hombres y los pueblos.
Si para otros varones fue el deleite
último fin, Euterpe dio motivo.

9. Antístenes fue quien condujo a Diógenes a su tranquilidad de ánimo, a Crates a su continencia y a Zenón a su paciencia. Así, que él puso los fundamentos de esa República. Jenofonte dice fue suavísimo en la conversación, y en las demás cosas continentísimo. Andan diez tomos de escritos suyos; en el primero están los tratados siguientes: De la dicción o locución, o sea De las figuras; Áyax, u Oración de Áyax; Ulises o De Ulises; Apología de Orestes, que trata de los escritores jurídicos; Isógrafe, o Desías, o sea Isócrates, contra el escrito de Isócrates intitulado Amartiros. En el tomo segundo se hallan los libros siguientes: De la naturaleza de los animales; De la generación de los hijos, o sea, De las nupcias: es obra amatoria; De los sofistas, libro fisonómico; De la justicia y fortaleza, diálogo monitorio, primero, segundo y tercer libro; el cuarto y quinto tratan de Teógnides. El tomo tercero contiene los tratados Del bien, De la fortaleza, De la ley o De la República, De la ley o De lo honesto y justo; De la libertad y servidumbre, De la fe, Del curador o Del obtemperar, y De la victoria, libro económico. En el tomo cuarto están los libros Ciro, Hércules el Mayor o De la fuerza. En el quinto están Ciro o Del reino y Aspasia. En el sexto, De la verdad, De la disputa, libro antilógico; Satón, tres libros De la contradicción y Del dialecto. En el séptimo, De la disciplina o De los nombres, en cinco libros; Del morir: De la vida y de la muerte; De lo que hay en el infierno; Del uso de los nombres, o sea Erístico; De la pregunta y respuesta; De la opinión y de la ciencia, en cuatro libros; De la naturaleza, dos libros; Cuestión acerca de la Física, dos libros; Opiniones, o sea Erístico, y Problemas acerca del aprender. El tomo octavo encierra los tratados De la música, De los expositores, De Homero, De la injusticia e impiedad, De Calcante, Del observador y Del deleite. El tomo noveno contiene los tratados siguientes: De la Odisea, Del báculo o vara, Minerva o De Telémaco; Helena y Penélope, De Proteo, El cíclope o De Ulises; Del uso del vino o De la ebriedad, o sea Del cíclope; De Circe, De Anfiarao, De Ulises y Penélope y del perro. El tomo décimo abraza el Hércules o Midas; Hércules, o sea De la prudencia o de la fuerza; El Señor o Amador; Los señores o Los explotadores; Menejeno, o sea Del imperar; Alcibíades, Arquelao, o sea Del reino. Hasta aquí sus escritos, por cuya multitud Timón lo llamó por motejo Bufón ingenioso.
10. Murió de enfermedad, a tiempo que entrando a él Diógenes, le dijo: «¿Necesitas de un amigo?» Había entrado ya antes con un puñal, y diciendo Antístenes: «¿Quién me librará de estos males?», respondió Diógenes mostrando el puñal: «Éste.» A lo cual replicó Antístenes: «De los males digo, no de la vida.» Parece, pues, que el deseo de vivir le hacía sufrir la enfermedad con mayor blandura. Mis versos a él son éstos:

Fuiste, Antístenes, perro
con tanta propiedad mientras viviste,
que mordiste los hombres,
si con los dientes no, con las palabras.
De tísica moriste; y dirá alguno:
«¿Pues cómo? ¿No era fuerza
que otro lo condujera a los infiernos?»

Hubo otros tres Antístenes: uno, de la escuela de Heráclito; otro, efesio; y otro, cierto historiador rodio.
11. Y por cuanto hemos tratado de los que salieron de las escuelas de Aristipo y Fedón, daremos ahora los que procedieron de Antístenes, que son los cínicos y estoicos.
Son como se sigue:

DIÓGENES
1. Diógenes, hijo de Icesio, banquero, fue natural de Sínope. Diocles dice que como su padre tuviese Banco público y fabricase moneda adulterina, huyó Diógenes. Pero Eubúlides, en el libro De Diógenes, afirma que el mismo Diógenes fue quien lo hizo, y salió desterrado con su padre. Aun él mismo dice de sí en su Pórdalo que fue monedero falso. Algunos escriben que habiendo sido hecho director de la Casa de Moneda se dejó persuadir de los oficiales a fabricar moneda, y que pasó a Delfos, o a Delos, patria de Apolo, donde fue preguntado «si ejecutaba aquello a que lo habían inducido». Que no habiendo mentido el oráculo, y creído se le permitía la falsificación de la moneda pública, lo ejecutó, fue cogido, y, según algunos, desterrado; bien que otros dicen se fue voluntariamente por miedo que tuvo. Otros, finalmente, afirman que falsificó moneda que le dio su padre; que éste murió en la cárcel, pero que Diógenes huyó y se fue a Delfos. Que preguntó no si adulteraría moneda, sino qué debía practicar para ser hombre célebre, y de esto recibió el oráculo referido.
2. Pasando a Atenas, se encaminó a Antístenes; y como éste, que a nadie admitía, lo repeliese, prevaleció su constancia. Y aun habiendo una vez alzado el báculo, puso él la cabeza debajo, diciendo: «Descárgalo, pues no hallarás leño tan duro que de ti me aparte, con tal que enseñes algo.» Desde entonces quedó discípulo suyo, y como fugitivo de su patria, se dio a una vida frugal y parca. Habiendo visto un ratón que andaba de una a otra parte (refiérelo Teofrasto en su Megárico), sin buscar lecho, no temía la oscuridad ni anhelaba ninguna de las cosas a propósito para vivir regaladamente, halló el remedio a su indigencia Según algunos, fue el primero que duplicó el palio, a fin de tener con él lo necesario y servirse de él para dormir. Proveyóse también de zurrón, en el cual llevaba la comida, sin dejarlo jamás en cualquier parte que se hallase, ya comiendo, ya durmiendo, ya conversando; y decía, señalando al pórtico de Júpiter, que «los atenienses le habían edificado otro pompeyo donde comiese».
3. Hallándose un tiempo débil de fuerzas, caminaba con un báculo; mas después lo llevó ya siempre, no en la ciudad, sino viajando, y entonces llevaba también el zurrón, como refieren Olimpiodoro, príncipe de los atenienses; Polieucto, orador, y Lisanias, hijo de Escrión. Habiendo escrito a uno que le buscase un cuarto para habitar, como éste fuese tardo en hacerlo, tomó por habitación la cuba del metroo, según él mismo lo manifiesta en sus Epístolas. Por el estío se echaba y revolvía sobre la arena caliente, y en el invierno abrazaba las estatuas cubiertas de nieve, acostumbrándose de todos modos al sufrimiento. Era vehemente en recargar a los demás; y a la escuela de Euclides la llamaba xolh/n (cholen); a la disputa de Platón le daba el nombre de consunción; a los juegos bacanales, grandes maravillas para los necios; a los gobernadores del pueblo, ministros de la plebe. Cuando veía a los magistrados, los médicos y los filósofos empleados en el gobierno de la vida, decía que el hombre es el animal más recomendable de todos; pero al ver los intérpretes de sueños, los adivinos y cuantos los creen, o a los que se ciegan por la gloria mundana y riquezas, nada tenía por más necio que el hombre. Decía que su ordinario modo de pensar era que «en esta vida o nos hemos de valer de la razón o del dogal». Viendo una vez a Platón que en un gran convite comía aceitunas, dijo: «¿Por qué causa, oh sabio, navegas a Sicilia en busca de semejantes mesas, y ahora que la tienes delante no la disfrutas?» Y respondiendo Platón: «Yo cierto, oh Diógenes, también comía allá aceitunas y cosas semejantes», repuso Diógenes: «¿Pues de qué servía navegar a Sicilia? ¿Acaso el Ática no producía entonces aceitunas?» Favorino escribe en su Historia varia que esto lo dijo Aristipo; y que una vez, comiendo higos secos, se le puso delante, y le dijo: «Puedes participar de ellos»; y como Platón tomase y comiese, le dijo: «Participar os dije, no comer.»
4. Pisando una vez las alfombras de Platón en presencia de Dionisio, dijo: «Piso la vana diligencia de Platón»; mas éste le respondió: «¡Cuánto fasto manifiestas, oh Diógenes, queriendo no parecer fastuoso!» Otros escriben que Diógenes dijo: «Piso el fasto de Platón», y que éste respondió: «Pero con otro fasto, oh Diógenes.» Soción dice, en el libro IV, que este Can dijo a Platón lo siguiente: Habíale Diógenes una vez pedido vino y al mismo tiempo higos secos, y como le enviase un cántaro lleno, le dijo: «Si te preguntaren cuántos hacen dos y dos, ¿responderías que veinte? Tú ni das según te piden, ni respondes según te preguntan.» Con esto lo motejaba de verboso.
5. Habiendo sido preguntado dónde había visto en Grecia hombres buenos, respondió: «Hombres, en ninguna parte; muchachos sí los he visto en Lacedemonia.» Haciendo una vez un discurso muy sabio y provechoso, como nadie llegase a oírlo, se puso a cantar. Concurrieron entonces muchos; mas él, dejando el canto, los reprendió diciendo que «a los charlatanes y embaidores concurrían diligentes, pero tardos y negligentes a los que enseñan cosas útiles». Decía que «los hombres contienden acerca del cavar y del acocear, pero ninguno acerca de ser honestos y buenos». Admirábase de los gramáticos, que «escudriñan los trabajos de Ulises e ignoran los propios». También de los músicos, que, «acordando las cuerdas de su lira, tienen desacordes las costumbres del ánimo». De los matemáticos, «porque mirando al sol y a la luna no ven las cosas que tienen a los pies». De los oradores, «porque procuran decir lo justo, mas no procuran hacerlo». De los avaros, «porque vituperan de palabra el dinero y lo aman sobre manera». Reprendía a «los que alaban a los justos porque desprecian el dinero, pero imitan a los adinerados». Se conmovía «de que se ofreciesen sacrificios a los dioses por la salud, y en los sacrificios mismos hubiese banquetes, que le son contrarios». Admirábase de los esclavos «que viendo la voracidad de sus amos nada hurtaban de la comida». Loaba mucho «a los que pueden casarse y no se casan; a los que les importa navegar y no navegan; a los que pueden gobernar la República y lo huyen; a los que pueden abusar de los muchachos y se abstienen de ello; a los que tienen oportunidad y disposición para vivir con los poderosos y no se acercan a ellos». Decía que «debemos alargar las manos a los amigos con los dedos extendidos, no doblados».
6. Refiere Menipo en La almoneda de Diógenes que, habiendo sido hecho cautivo, como al venderlo le preguntasen qué sabía hacer, respondió: «Sé mandar a los hombres.» Y al pregonero le dijo: «Pregona si alguno quiere comprarse un amo.» Prohibiéndole que se sentase, respondió: «No importa; los peces de cualquier modo que estén se venden.» Decía que «se maravillaba de que no comprando nosotros olla ni plato sin examinarlo bien, en la compra de un hombre nos contentamos sólo con la apariencia». A Jeníades, que lo compró, le decía: «Que debía obedecerle, por más que fuese su esclavo; pues aunque el médico y el piloto sean esclavos, conviene obedecerlos.»
7. También Eubulo, en el libro igualmente intitulado La almoneda de Diógenes, dice que instruyó a los hijos de Jeníades de manera que después de haberles enseñado las disciplinas, los adiestró en el montar a caballo, a disparar la flecha, tirar con honda y arrojar dardos. Después no permitía que el que instruía los muchachos en la palestra ejercitase los suyos para ser atletas, sino sólo para adquirir buen color y sanidad. Sabían de memoria estos muchachos varias sentencias de los poetas, de los otros escritores y aun de Diógenes mismo; y para que mejor aprendiesen, les enseñaba todas las cosas en compendio. Enseñábales también a servir en casa, a comer poco y a beber agua. Hacíales raer la cabeza a navaja; los llevaba por las calles sin adornos, sin túnica, descalzos, con silencio y sólo mirándolo a él. Llevábalos también a caza. Los discípulos tenían igual cuidado de él y lo recomendaban a sus padres encarecidamente. Refiere el mismo autor que envejeció y murió en casa de Jeníades y lo enterraron sus hijos; y preguntándole Jeníades cómo lo había de enterrar, respondió: «Boca abajo.» Diciéndole aquél por qué causa, respondió: «Porque de aquí a poco se volverán las cosas de abajo arriba.» Dijo esto porque ya entonces los macedones tenían mucho poder y de humildes iban a hacerse grandes.
8. Habiéndolo uno llevado a su magnífica y adornada casa y prohibídole escupiese en ella, arrancando una buena reuma se la escupió en la cara diciendo que «no había hallado lugar más inmundo». Otros atribuyen esto a Aristipo. Clamando una ocasión y diciendo: «Hombres, hombres», como concurriesen varios, los ahuyentaba con el báculo diciendo: «Hombres he llamado, no heces.» Refiérelo Hecatón en el libro I de sus Críos. También cuentan haber dicho Alejandro que «si no fuera Alejandro, querría ser Diógenes». Llamaba a)naph/rouv (anaperous), lisiados, no a los sordos y ciegos, sino a los que no llevaban zurrón. Habiendo entrado una vez al convite de ciertos jóvenes con la cabeza a medio esquilar, le dieron algunos golpes; pero él, escribiendo después los nombres de los que le habían dado en una tablita blanca, se la ató encima y anduvo con ella. De este modo vindicó su injuria, exponiéndolos a la reprensión y censura de todos. Esto lo trae Metrocles en sus Críos. Llamábase perro a sí mismo; pero decía que «lo era de los famosos y alabados, no obstante que ninguno de los que lo alababan saldrían con él a cazar».
9. A uno que decía que vencía a los hombres en los juegos pitios, le respondió: «Yo soy quien venzo a los hombres; tú vences a los esclavos.» A unos que le dijeron: «Viejo eres, minora el trabajo», les respondió: «¡Vamos! Pues si yo corriera un largo espacio y estuviera ya cercano a la meta, ¿no debía entonces aligerar el paso en vez de remitirlo?» Convidado a un banquete, dijo que «no iría, porque habiendo estado el día antes no había tenido gusto». Caminaba a pie descalzo sobre la nieve y demás cosas que dijimos arriba. Probó también de comer carne cruda, pero no pudo digerirla. Halló una vez al orador Demóstenes comiendo en un figón; y como éste se retirase, le dijo: «Cuanto más adentro te metas, más en el figón estarás.» Otra ocasión, queriendo unos forasteros ver a Demóstenes, extendiendo el dedo de en medio dijo: «Éste es el conductor del pueblo ateniense.» Para reprender a uno que tenía vergüenza de coger el pan que se le había caído, le colgó al cuello una vasija de barro, y lo condujo por el Cerámico diciendo «imitaba a los maestros de coro, los cuales se salen a veces del tono para que los demás tomen el correspondiente».
10. Decía que «muchos distan sólo un dedo de enloquecer, pues quien lleva el dedo extendido parece loco; pero que no si el índice. Que las cosas mejores se venden por muy poco precio, y al contrario, pues una estatua se vende por tres mil dracmas, y un quénice de harina no más que por dos dineros». A Jeníades, que lo compró, le dijo: «Cuidado de hacer lo mandado», al cual, como le dijese:
Eso es correr los ríos hacia arriba
le respondió: «Si estando enfermo hubieras comprado un médico, ¿no lo obedecerías? ¿Diríasle que los ríos corren hacia arriba?» A uno que quería ser su discípulo en la filosofía le dio un pececillo que llaman saperda para que lo siguiese con él; mas como el tal por vergüenza lo arrojase y se fuese, habiéndolo después encontrado, le dijo: «Una saperda deshizo tu amistad y la mía.»
11. Diocles cuenta el caso de estotro modo. Diciéndole uno: «Mándanos, Diógenes», sacó un pedacito de queso, y se lo dio que lo llevase. Rehusándolo aquél, dijo Diógenes: «Medio óbolo de queso deshizo tu amistad y la mía.» Habiendo visto una vez que un muchacho bebía con las manos, sacó su colodra del zurrón y la arrojó diciendo: «Un muchacho me gana en simplicidad y economía.» Arrojó también el plato, habiendo igualmente visto que otro muchacho, cuyo plato se había quebrado, puso las lentejas que comía en una poza de pan.
12. Silogizaba de esta forma: «De los dioses son todas las cosas; los sabios son amigos de los dioses, y las cosas de los amigos son comunes; luego todas las cosas son de los sabios.» Habiendo una vez visto que una cierta mujer se postraba ante los dioses indecentemente, queriéndola corregir, le dijo: «¿No te avergüenzas, oh mujer, de estar tan indecente teniendo detrás a Dios, que lo llena todo?» Esto lo refiere Zoilo Pergeo. Dedicó a Esculapio la imagen de uno que hacía dar contra tierra la cara de los que la bajaban hasta junto a ella en sus adoradones. Solía decir que habían caído sobre él las imprecaciones de las tragedias, pues ni tenía ciudad ni casa, estaba privado de la patria, era pobre, errante y pasaba una vida efímera. Que oponía a la fortuna el ardimiento; a la ley la naturaleza, y la razón a las pasiones. Estando tomando el sol en el Cranión, se le acercó Alejandro y le dijo: «Pídeme lo que quieras»; a lo que respondió él: «Pues no me hagas sombra.»
13. Leyendo un cierto escrito sobradamente largo, como ya llegase al fin y se viese la última hoja sin letras, dijo: «Buen ánimo, señores, que ya veo tierra.» A uno que con silogismos le probaba que tenía cuernos, tocándose la frente, le dijo: «Yo no los veo.» Igualmente, diciendo otro que no había movimiento, se levantó y se puso a pasear. A uno que discurría de los meteoros, le dijo: «¿Cuánto ha que viniste del cielo?» Habiendo cierto eunuco, hombre perverso, escrito sobre el ingreso de su casa: «No entre por aquí ningún malo», dijo: «Pues ¿cómo ha de entrar el dueño de la casa?». Ungíase los pies con ungüento, y decía: «Que el ungüento puesto en la cabeza se iba por el aire; pero el que ponía en los pies subía al olfato.»
14. Diciéndole los atenienses que se iniciase, porque los iniciados presiden en el infierno, respondió: «Cosa ridícula es que Agesilao y Epaminondas vivan en el lodo, y que los que son viles, sólo por estar iniciados hayan de poseer las islas de los bienaventurados.» Habiendo subido los ratones sobre su mesa, dijo: «He aquí que Diógenes también mantiene parásitos.» Como Platón lo llamase perro, respondió: «Dices bien, puesto que me volví a los que me vendieron.» Saliendo de los baños, a uno que le preguntó si se bañaban muchos hombres, dijo que no; pero a otro que le preguntó si había mucha gente, dijo que sí. Habiendo Platón definido al hombre animal de dos pies sin plumas, y agradádose de esta definición, tomó Diógenes un gallo, quitóle las plumas y lo echó en la escuela de Platón, diciendo: «Éste es el hombre de Platón.» Y así se añadió a la definición, con uñas anchas. A uno que le preguntó a qué hora conviene comer, le respondió: «Si es rico, cuando quiere; si es pobre, cuando puede.»
15. Habiendo visto en Megara las ovejas cubiertas con pieles, y desnudos los muchachos, dijo: «Entre los megarenses más vale ser carnero que hijo.» A uno que le dio un golpe con un madero, y luego decía: «Guarda, guarda», le dijo: «¿Quieres acaso herirme nuevamente?» A los oradores del pueblo los llamaba «ministros de la turba»; y a las coronas «vejigas de glorias». Encendía de día un candil, y decía: «Voy buscando un hombre.» Una vez le daba encima un canal de agua; y como muchos se compadeciesen, Platón, que también estaba presente, dijo: «Si queréis compadeceros de él, idos», con lo cual quiso significar su gran deseo de gloria. Habiéndole uno dado un bofetón, dijo: «Por Dios que yo ignoraba una bella cosa, y es que debo llevar casquete.» Abofeteándolo también Midias, y diciéndole: «Sobre la mesa hay para ti tres mil», al día siguiente, tomando las correas de los púgiles, lo golpeó muy bien, diciendo: «Tres mil hay para ti sobre la mesa.» Preguntándole un boticario, llamado Lisias, si creía que había dioses, respondió: «¿Cómo no lo creeré si te tengo a ti por enemigo de ellos?» Algunos atribuyen esto a Teodoro.
16. Viendo una vez a uno todo mojado de una aspersión, dijo: «¡Oh infeliz! ¿No sabes que así como las aspersiones no te lavan de tus pecados en la gramática, tampoco lavarán los crímenes de tu vida?» Culpaba los hombres acerca de la oración, diciendo que «piden no las cosas realmente buenas, sino las que les parecen buenas». A los que se amedrentan de los sueños, les decía: «¡No os conmovéis de lo que hacéis despiertos, y vais escudriñando lo que imagináis dormidos!» En los juegos olímpicos, habiendo pronunciado el pregonero: «Venció Dixipo a los hombres», dijo Diógenes: «Ése venció a los esclavos; yo, a los hombres.» Era amado de los atenienses, pues a un mozo que le quebró la tinaja lo castigaron con azotes, y a Diógenes le dieron otra. Dionisio Estoico dice que habiendo quedado prisionero después de la batalla de Queronea, fue llevado a Filipo; y como éste le preguntase quién era, respondió: «Un espía de tu insaciabilidad.» Fue admirado por esto, y puesto en libertad.
17. Habiendo Alejandro enviado una carta a Antípatro, que estaba en Atenas, por mano de un tal Atlías, como Diógenes se hallase presente, dijo: «Atlías, de Atlías, por Atlías, a Atlías.» Habiéndolo Perdicas amenazado de que lo había de matar si no iba a verlo, le dijo: «No harás una gran cosa, pues un escarabajo y un falangio lo harían también»; y le dijo por contraamenaza que «sin él viviría feliz». Solía clamar con frecuencia, diciendo que «los dioses han dado a los hombres una vida fácil; pero que ésta se oculta a los que van buscando dulzuras, ungüentos y cosas semejantes». Así, a uno a quien un criado estaba calzando, le dijo: «Todavía no eres dichoso si no te suena también las narices; pero esto será cuando te sean cortadas las manos.»
18. En una ocasión, habiendo visto a los diputados llamados hieromnémones que llevaban preso a uno que había robado una taza del erario, dijo: «Los ladrones grandes llevan al pequeño.» Viendo una vez a un joven que tiraba piedras a un patíbulo, le dijo: «Buen ánimo, mancebo, que tú darás en el blanco.» A unos mozos que le estaban alrededor y decían: «Cuidamos que no nos muerdas», les respondió: «No os dé cuidado, muchachos; el perro no come acelgas.» A uno que por delicia vestía una piel de león, le dijo: «Deja de afrentar los vestidos del valor.» A otro que llamaba dichoso a Calístenes, y decía que disfrutaba las magnificencias de Alejandro, le dijo: «Antes es infeliz, pues come y cena cuando a Alejandro le da la gana.» Cuando necesitaba de dinero lo pedía a sus amigos, no como prestado, sino como debido.
19. Haciendo una vez en el foro acciones torpes con las manos, decía: «¡Ojalá que frotándome el vientre no tuviese hambre!» Habiendo visto a un joven que se iba a cenar con los sátrapas, retirándolo de ellos, lo restituyó a los suyos, mandándoles cuidasen más de él. A un mozo muy adornado que le preguntaba cierta cosa, le dijo que no le respondería si primero no se levantaba la ropa y mostraba si era mujer u hombre. A otro joven que estando en el baño echaba vino del jarro al vaso haciendo ruido, le dijo: «Cuanto mejor, tanto peor.» Estando en una cena, hubo algunos que le echaron los huesos como a un perro, y él, acercándose a los tales, se les meó encima como hacen los perros. A los oradores y demás que ponen toda su gloria en la retórica, los llamaba tres veces hombres, por tres veces miserables. Al rico ignorante lo llamaba oveja con la piel de oro. Habiendo visto escrito en la portada de la casa de un pródigo: «Se vende», dijo: «Ya sabía yo que por la ebriedad desmoderada habías de vomitar presto a tu dueño.» A un mozo que se quejaba de la turba popular que lo perturbaba, le dijo: «Deja tú también de dar indicio de lo que deseas.»
20. Hallándose en un baño poco limpio, dijo: «Los que se bañan aquí, ¿dónde se lavan?» Como un mal citarista fuese despreciado de todos, sólo él lo alababa; y preguntado por qué, respondió: «Porque tal como es, toca su cítara y canta, mas no roba.» A otro citarista y cantor a quien siempre desamparaban los oyentes, lo saludaba así: «Dios te guarde, gallo.» Preguntándole él la causa de esto, respondió: «Porque cantando haces levantar a todos.» Estando una multitud de gentes mirando a un joven que refería alguna cosa, Diógenes se llenó el seno de altramuces y se puso a comer enfrente; y como las gentes se volviesen a él, dijo que «se maravillaba de que dejando al otro, lo mirasen a él».
21. Diciéndole uno muy supersticioso: «De un golpe te romperé la cabeza», le respondió: «Y si yo estornudo a tu lado izquierdo, te haré temblar.» Habiéndole Hegesias pedido alguno de sus escritos para leerlo, le dijo: «Necio eres, Hegesias, que buscas los higos pintados, y no los verdaderos, dejando la verdadera y efectiva ejercitación y yéndote a la escrita.» A uno que le objetaba el destierro, le dijo: «Por ese mismo destierro, oh infeliz, he sido filósofo.» Diciéndole también otro: «Los sinopenses te condenaron a destierro», respondió: «Y yo a ellos a quedarse.» Habiendo visto a un vencedor en los juegos olímpicos que guardaba ovejas, le dijo: «Presto, amigo, pasaste de los juegos olímpicos a los nemeos.»
22. Preguntado por qué los atletas eran insensibles, respondió: «Porque son compuestos de carne de puerco y de buey.» Pidió una vez le pusiesen estatua; y preguntado por qué pedía esto, respondió: «Porque quiero no conseguirlo.» Pidiendo asistencia a uno (pues en los principios la pobreza lo obligó a pedir), le dijo: «Si has dado ya a otro, dame también a mí; y si a nadie has dado, comienza por mí.» Preguntado una vez por un tirano qué metal sería mejor para una estatua, respondió: «Aquel de que se fundieron las de Harmodio y Aristogitón.» Preguntado cómo usaba Dionisio de los amigos, respondió: «Como costales de harina, que cuando están llenos los cuelga, y cuando vacíos, los arroja» Habiendo un recién casado escrito sobre la puerta de su habitación: «Hércules Calínico, hijo de Júpiter, habita aquí: nada malo entre», añadió Diógenes a continuación: «Después de la batalla, el socorro.» Al amor del dinero lo llamaba «la metrópoli de todos los males». Viendo en una hostería a un pródigo que comía aceitunas, le dijo: «Si así hubieras comido, no cenaras así.»
23. Decía que «los hombres buenos son imágenes de los dioses»; y el amor, «ocupación de desocupados». Preguntado qué cosa es miserable en esta vida, respondió: «El viejo pobre.» Preguntado también qué animal muerde más perniciosamente, respondió: «De los bravíos, el calumniador; de los domados, el adulador.» Habiendo en una ocasión visto dos centauros muy mal pintados, dijo: «¿Cuál de éstos es Quirón? Decía que «una oración hecha para conseguir favores es un dogal almibarado». Al vientre lo llamaba «Caribdis de la vida». Sabiendo que Dídimo había sido preso por adúltero, dijo: «De su propio nombre es digno de que lo cuelguen.» Preguntado por qué causa es el oro de color pálido, respondió: «Porque tiene muchos que lo buscan. Viendo a una mujer en silla de manos, dijo: «No es la jaula ajustada a la fiera.» Como viese a un esclavo fugitivo que estaba sentado junto a un pozo, le dijo: «Mozo, mira no caigas.» Viendo en los baños un muchacho ladroncillo de ropa, le dijo: «¿Vienes por algún poco de ungüento o de ropa?»
24. Habiendo visto una vez unas mujeres ahorcadas en un olivo, dijo: «¡Ojalá que todos los árboles trajesen este fruto!» Viendo a uno que solía robar las vestiduras de los muertos, le dijo:

¿A qué venís, amigo? ¿Por ventura
pretendes desnudar algún difunto?

Preguntado si tenía algún criado o criada, dijo que no; y replicándole que quién lo llevaría al sepulcro cuando muriese, respondió: «El que necesite de casa.» Habiendo visto a un joven muy hermoso que dormía sin que nadie lo cuidase, lo despertó diciéndole: «Levántate, 

No sea que durmiendo
por detrás con su dardo alguien te hiera.»

A uno que prevenía muchos y preciosos comestibles, le dijo:

Presto, hijo, morirás, que tanto compras.

Disputando Platón acerca de las ideas, y usando de las voces mesalidad y vaseidad, dijo: «Yo, oh Platón, veo la mesa y el vaso; pero no la mesalidad ni la vaseidad.» A esto respondió Platón: «Dices bien, pues tienes ojos con que se ven el vaso y la mesa, pero no tienes mente con que se entiende la mesalidad y vaseidad.» Preguntado por uno quién le parecía que había sido Sócrates, respondió: «Un loco.» Preguntado cuándo deben casarse los hombres, respondió: «Los jóvenes, todavía no; los viejos nunca.» Preguntándole uno qué quería, y dejarse dar una bofetada, respondió: «Un morrión.» Visto un mocito que se adornaba mucho, le dijo: «Si lo haces por los hombres, es inútil; si por las mujeres, malo.» Viendo a un otro joven a quien le salían los colores al rostro, le dijo: «Ten ánimo, que ése es el color de la virtud.»
25. Habiendo una vez oído a dos abogados, los condenó a entrambos diciendo: «El uno nada ha quitado; el otro nada ha perdido.» Preguntado qué vino le gustaba más, respondió: «El ajeno.» A uno que le decía: «Muchos se burlan de ti», le respondió: «Pero yo no soy burlado.» A otro que decía que el vivir es malo, le dijo: «No el vivir, sino el vivir mal.» A los que lo instaban a que buscase un esclavo que se le había huido, les respondió: «Cosa es ridícula que pudiendo Manes vivir sin Diógenes, no haya Diógenes de poder vivir sin Manes.» Estando comiendo aceitunas, como le sacasen una torta, arrojó las aceitunas, diciendo:

Cede al momento, oh huésped,
a los tiranos el lugar que ocupas.

Y aun añadió:

Azotó la aceituna.

Preguntado qué raza de perro era la suya, respondió: «Cuando hambriento, melitense; cuando harto, molósico. También soy de aquellos perros que muchos alaban, pero por el trabajo no se atreven a salir con ellos a caza, y así, ni conmigo podéis vivir por miedo de los trabajos.»
26. Preguntado si los sabios comen tortas, respondió: «De todo, como los demás hombres.» Siendo igualmente preguntado por qué los hombres socorren a los mendigos y no a los filósofos, dijo: «Porque ser cojos y ciegos bien lo esperan; pero hacerse filósofos no lo esperan.» Estaba pidiendo a un avaro, y como éste se excusase, le dijo: «Hombre, para comer te pido, no para el sepulcro.» Objetándole uno el que había hecho moneda falsa, le dijo: «Hubo un tiempo en que era yo cual tú ahora; pero cual yo soy ahora, no serás tú nunca.» Culpándolo otro sobre lo mismo, dijo: «También antes me meaba encima, y ahora no.» Habiendo ido a Mindo, como viese las puertas grandes, siendo la ciudad pequeña, dijo: «¡Oh varones mindios! Cerrad las puertas, no sea que la ciudad se salga por ellas.»
27. Habiendo una vez visto a un ladrón de púrpura cogido en el hurto, dijo:

Una purpúrea muerte,
y una Parca violenta lo cogieron.

Rogándole Crátero se viniese a vivir con él, respondió: «Más quiero yo lamer sal en Atenas que disfrutar con Crátero mesas abundantísimas.» Habiendo ido a ver al retórico Anaxímenes, que era muy recio de cuerpo, dijo: «Danos también a nosotros pobres un poco de tripa, y con eso tú te aligerarás y a nosotros nos serás útil» Disputando en cierta ocasión el mismo Anaxímenes, levantó Diógenes en alto un pedacito de pescado salado, con lo cual se le volvió el auditorio, y como Anaxímenes se indignase, dijo Diógenes: «Un óbolo de pescado disolvió la disputa de Anaxímenes.» Notándole una vez de que comía en el foro, respondió: «En el foro me cogió el hambre.»
28. Dicen algunos que es suyo lo siguiente: habiéndole visto Platón lavando unas hierbas, se le acercó y le dijo: «Si sirvieras a Dionisio, cierto no lavarías hierbas»; más él, acercándosele también, le respondió: «Y si tú lavaras hierbas, seguramente no sirvieras a Dionisio.» A uno que le dijo que muchos se reían de él, le respondió: «Y acaso de ellos los asnos; pero ni ellos se cuidan de los asnos ni yo de ellos.» Viendo a un joven que filosofaba, le dijo: «¡Grandemente!, tú induces a los adoradores del cuerpo a la belleza del alma.» Admirando uno los muchos votos que había en Samotracia, dijo: «Muchos más habría si también los hubieran puesto los que perecieron.» Algunos atribuyen esto a Diágoras Melio.
29. A un joven hermoso que iba a un banquete, le dijo: «Peor volverás.» Como éste volviese al día siguiente y le dijese: «Fui y no volví peor», le respondió: «Si peor no, más laxo sí.» Pedía algo a un hombre duro, y como éste le dijese: «Si me lo persuadieres», le respondió: «Si yo pudiera persuadirte algo, te persuadiera que te ahogaras.» Volvía de Lacedemonia a Atenas, y como uno le preguntase de dónde venía y adónde iba, respondió: «Vengo de los hombres y voy a las hembras.» Volviendo de los juegos olímpicos, le preguntó uno si había concurrido mucha gente, a que respondió: «Gente, mucha; hombres, pocos.» Decía que «los voluptuosos son semejantes a las higueras que nacen en los despeñaderos, de cuyo fruto no goza el hombre, sino que se lo comen cuervos y buitres». Habiendo Friné dedicado en Delfos una Venus de oro, Diógenes le puso esta inscripción: Se hizo de la incontinencia de los griegos. Viniendo una vez a él Alejandro y diciéndole: «Yo soy Alejandro, aquel gran rey», le respondió: «Yo soy Diógenes el can.» Preguntado qué hacía para que lo llamasen can, respondió: «Halago a los que dan, ladro a los que no dan, y a los malos los muerdo.»
30. Cogía higos de una higuera, y como el guarda le dijese: «De ella poco hace se colgó un hombre», respondió: «Pues yo la dejaré pura.» Viendo que un olimpiónico miraba mucho a una ramera, dijo: «He aquí el carnero belicoso cómo es llevado del cuello por una muchacha vulgar.» Decía que las meretrices hermosas son semejantes al vino-miel envenenado. Comiendo una vez en el foro, las gentes que estaban allí lo llamaban perro repetidas veces; pero él les decía: «Vosotros sois los perros, que estando yo comiendo me estáis alrededor.» Como dos muy afeminados se escondiesen de él, les dijo: «No temáis, que el perro no come acelgas.» Como le preguntasen de dónde era cierto muchacho estuprado, respondió: «De Tegea.» Habiendo visto que uno que había sido palestrita muy flojo profesaba medicina, le dijo: «¿Qué es esto? ¿Ahora vences tú a los que te vencieron en otro tiempo?» Viendo al hijo de una meretriz que tiraba una piedra a la gente, le dijo: «Mira no des a tu padre.» A un muchacho que le enseñaba una espada que le había dado su amante, le dijo: «La espada es bella, pero el puño feo. «Alabando algunos a quien le había dado socorro, dijo: «¿Y no me alabáis a mí, que soy digno de recibirlo?» Como uno le pidiese el palio que le había prestado, dijo: «Si me hiciste gracia de él, lo tengo; si para usarlo, lo uso.» Un bastardo prohijado le dijo que tenía oro en el palio, a que respondió: «Verdad es: por eso duermo sobre él.»
31. Preguntado qué había ganado de la Filosofía, respondió: «Cuando no otra cosa, a lo menos he sacado el estar prevenido a toda fortuna.» Preguntándole de dónde era, respondió: «Ciudadano del mundo.» Sacrificando unos para conseguir de los dioses un hijo, les dijo: «¿Y no sacrificáis por cuál debe ser ese hijo?»
Habiéndosele una vez pedido cierto impuesto público, le dijo al recaudador,

A los otros desnuda:
pero de Héctor apartarás tus manos.

Decía que «las rameras son reinas de los reyes, pues piden cuanto les da la gana». Como los atenienses decretasen que Alejandro era Libero-Padre, dijo: «Hacedme a mí Serapis.» A uno que le afeaba el que entrase en lugares inmundos, le respondió: «También el sol entra en los albañales y no se ensucia.» Estando cenando en un templo, como le sacasen el pan corrompido, lo cogió y arrojó diciendo: «En el templo no debe entrar cosa inmunda.» A uno que le decía: «Filosofas sin saber cosa alguna», le respondió: «Me arrogo la ciencia, y esto también es filosofar.» A otro que le traía y encargaba un muchacho, diciéndole que tenía talento y era de muy buenas costumbres, le dijo: «¿Pues para qué necesita de mí?»
32. Solía decir que «los que dicen cosas buenas y no las hacen, no se diferencian de una cítara, pues ésta ni oye ni siente». Entraba en el teatro contra la gente que salía, y preguntado por qué, respondió: «Esto tengo resuelto hacer toda mi vida.» Viendo una vez que cierto joven se afeminaba mucho, le dijo: «¿No te afrentas de hacerte peor de lo que la Naturaleza te hizo? ¡Ella te hizo hombre, y tú te esfuerzas a ser mujer!» Viendo que uno muy imprudente acordaba un salterio, le dijo: «¡No te avergüenzas de que acordando los sones a un madero, no concuerdas tu ánimo con la vida!» A uno que decía era inepto para la Filosofía, le dijo: «Pues ¿por qué vives si no piensas en vivir bien?» A otro que menospreciaba a su padre, le dijo: «¿No tienes vergüenza de menospreciar a aquel por quien tú eres tan sabio?» Viendo a un joven dotado de hermosura y que hablaba cosas feas, le dijo: «¿No te afrentas de sacar de una vaina de marfil una espada de plomo?» Motejado de que bebía en la taberna, respondió: «Y en la tienda del barbero me corto el pelo.»
33. Notado de haber recibido de Antípatro un palio pequeño, dijo:

No deben desecharse
dones esclarecidos de los dioses.

Habiéndole uno dado un encontrón con un madero, y díchole después: «Guarda, guarda», le dio él un palo con su báculo, diciendo también: «Guarda, guarda.» A uno que rogaba continuamente a una ramera, le dijo: «¿Por qué anhelas alcanzar, miserable, una cosa de la cual vale más carecer?» A uno muy ungido con ungüentos olorosos le dijo: «Mira no sea que la fragancia de tu cabeza cause hedor en tu vida.» Decía que «los esclavos sirven a sus amos, y los hombres malos a sus deseos». Preguntado por qué los esclavos se llamaban andrápodas, respondió: «Porque tienen los pies de hombre, y el alma como tú que me lo preguntas.» Pedía una mina a un pródigo, y como éste le preguntase por qué a los otros pedía un óbolo y a él una mina, respondió: «Porque de los otros espero recibir otra vez; pero si he de recibir de ti otra vez, sábenlo solamente los dioses.» Objetándole que él pedía y Platón no, dijo: «También él pide, pero es

la cabeza acercando
para que los demás no lo conozcan.»

Viendo a un arquero inhábil, se sentó junto al blanco diciendo: «No sea que me hieras.» Decía que los amantes son unos infelices en orden a sus deleites.
37. Preguntado si la muerte es mala, respondió: «¿Cómo será mala, cuando estando presente no es sentida?» Habiendo Alejandro venido repentinamente a su presencia, y díchole: «¿No me temes?», le preguntó si era bueno o malo; diciendo aquél que bueno, respondió Diógenes; «¿Pues al bueno quién lo teme?» Decía que «el saber es para los jóvenes templanza, para los viejos consuelo, para los pobres riqueza y para los ricos ornato». A Dídimo, notado de adúltero, que curaba un ojo enfermo a una muchacha, le dijo: «Mira no sea que curando el ojo a la doncella corrompas la pupila.» Diciéndole uno que era perseguido de sus propios amigos, dijo: «¿Y qué hemos de hacer, si ya es preciso usar de los amigos del mismo modo que de los enemigos?» Preguntado qué es lo mejor en los hombres, respondió: «La libertad en el decir.»  Habiendo entrado un día en una escuela, como viese muchas musas en ella y pocos estudiantes, dijo: «Con los dioses, maestro, tenéis muchos discípulos.»
38. Solía hacer todas las cosas en público, tanto las de Ceres cuanto las de Venus, valiéndose de estos argumentos: «Si el comer no es absurdo alguno, tampoco lo será comer en el foro. Es así que el comer no es absurdo; luego ni lo es en el foro.» Ejecutando a menudo con las manos operaciones torpes a vista de las gentes, decía, «¡Ojalá que estregándome el vientre cesase de tener hambre!» Atribúyensele además otras cosas, que fuera largo traer aquí, por ser muchas.
39. Decía que la ejercitación es en dos maneras: una del alma y otra del cuerpo. Que en esta ejercitación del cuerpo se conciben frecuentes imaginaciones que dan fácil soltura para acciones valerosas, por lo cual es imperfecta la una sin la otra, no obstante que el buen hábito y la fortaleza se agregan al alma o al cuerpo a quienes pertenecen. Daba sus pruebas de que del ejercicio de la fortaleza se pasa fácilmente, pues veía que en las artes mecánicas y otras adquieren los artesanos no poca destreza con el ejercicio continuado. Que los flautistas, verbigracia, y los atletas se diferencian entre sí, al paso que se ejercitaron con más o menos aplicación a su trabajo. Y que si éstos hubiesen trasladado el alma al ejercicio, no hubieran trabajado inútil e imperfectamente. Así, concluía que nada absolutamente se perfecciona en la vida humana sin el ejercicio, y que éste puede conseguirlo todo. Por lo cual, debiendo nosotros vivir felices abandonando los trabajos inútiles y siguiendo los naturales, somos infelices por demencia propia. Aun el mismo desprecio del deleite puede sernos gustosísimo una vez acostumbrados, pues así como los acostumbrados a vivir voluptuosamente con dificultad pasan a lo contrario, así también los ejercitados contra los deleites fácilmente los desprecian.
40. Estas cosas decía, y aun las practicaba abiertamente, siendo con ello un falsificador de moneda, que no daba menos estimación a la natural que a la legítima, y afirmando que «su propia vida se conformaba con la de Hércules, que nada prefería a la libertad». Decía que todas las cosas son de los sabios, afianzándolo con los argumentos arriba puestos, a saber: «Todas las cosas son de los dioses; los dioses son amigos de los sabios, y las cosas de los amigos son comunes entre ellos; luego todas las cosas son suyas.» Semejantemente disputaba acerca de las leyes, porque sin ellas no puede gobernarse la república. Decía así: «Sin ciudad, de nada sirve lo ciudadano y urbano; la ciudad son los mismos ciudadanos; sin leyes, de nada sirve la ciudad y los ciudadanos; luego las leyes son cosa indispensable en la ciudad.»
41. Tenía por cosa pueril la nobleza, la gloria mundana y demás cosas así, diciendo son adornos de la malicia; y concluía que sólo la república natural es la buena en el mundo. Decía que las mujeres debieran ser comunes, sin tener cuenta con el matrimonio; sino que cada cual usase de la que pudiese persuadir, y, por consiguiente, que fuesen también comunes los hijos. Que no es mal alguno tomar cosas de los templos, comer de todos los animales, y aun carne humana, como constaba por costumbre de otras naciones, pues en la realidad todas las cosas están unas en otras, y entre sí se participan. La carne, verbigracia, está en el pan, y el pan en las hierbas, y así en los demás cuerpos, en todos los cuales por ciertos ocultos poros penetran las partículas y se coevaporan y unen. Esto lo hace manifiesto en su Tiestes, si acaso son suyas las tragedias que se le atribuyen y no de Felisco Egineta, su amigo, ni de Pasifonte Luciano, de quien afirma Favorino en su Historia varia escribió después de muerto Diógenes.
42. Menospreció la música, la geometría, la astrología y semejantes, como inútiles y no necesarias. Era prontísimo en ocurrir a lo que se le objetaba, como consta de lo antedicho. Sufrió constantemente la venta de sí mismo cuando navegando a Egina fue cogido de piratas, cuyo capitán era Escirpalo, y vendido en Creta. En esta ocasión, preguntándole el pregonero «qué sabía hacer», respondió: «Mandar a los hombres»; y señalando con el dedo a cierto corintio que pasaba por allí muy bien vestido (era el Jeníades que dijimos arriba), dijo: «Véndeme a éste; éste necesita de amo.» Comprólo en efecto Jeníades, llevóselo a Corinto; lo hizo preceptor de sus hijos y administrador de toda su casa. Portóse en ella de manera que Jeníades decía por todas partes: «El buen genio vino a mi casa.»
43. Refiere Cleómenes, en su libro intitulado Pedagógico, que sus amigos quisieron rescatarlo, y que él los trató de necios, diciendo que «los leones no son esclavos de los que los mantienen, sino que éstos lo son de los leones, pues es cosa de esclavos el temer, y las fieras son temidas por los hombres». Tenía una persuasiva maravillosa; tanto, que a cualquiera embelesaba fácilmente con sus palabras. Por tanto, se refiere que un tal Onesicrito, egineta, envió a Atenas a uno de sus hijos, llamado Andróstenes, el cual, luego que oyó a Diógenes, se quedó allí; que envió después al otro hermano, que era mayor, llamado Felisco, de quien ya hicimos memoria, y se quedó también; y finalmente fue allá el mismo Onesicrito, y no menos se quedó con sus hijos a estudiar la Filosofía. Tanto hechizo contenía la locuela de Diógenes. 
44. También fueron discípulos suyos Foción, apellidado el Bueno; Estilpón Megarense y otros muchos ciudadanos. Dícese que murió a los noventa años de su edad. Acerca del modo de su muerte hay variedad de pareceres. Hay quien dice que habiéndose comido crudo un pie de buey, se le movió cólico y murió de ello. Otros dicen que detuvo la respiración, y de éstos es también Crecidas Megalopolitano o Cretense, el cual, en sus Meliambos, dice:

Cierto que no lo sufría en otro tiempo
el sinopense, el llevador de palo,
el doblado, el que en público comía
pero murió cerrando
fuertemente sus dientes y sus labios
y oprimiendo el aliento. Hijo de Jove
Diógenes fue sin duda, y Can celeste.

Otros dicen que queriendo repartir un pulpo a los perros, le mordió uno el tendón del pie, y murió de ello. Pero sus amigos, según Antístenes en las Sucesiones, asienten más a que detuvo la respiración.
45. Vivía en el Cranio, que es un gimnasio que hay cercano a Corinto; y como sus amigos viniesen según acostumbraban y lo hallasen cubierto con su palio, no lo tuvieron por dormido, porque era muy poco dormidor, y así, tirándole del palio, vieron que había expirado, y sospecharon que él mismo se había muerto por deseo de dejar la vida. Dicen que se movió allí cuestión entre sus amigos acerca de quién lo había de enterrar, de manera que casi vinieron a las manos; pero habiendo acudido los padres de éstos y algunos señores, lo enterraron junto a la puerta que conduce al istmo. Erigiéndole una columna, y sobre ella un perro de mármol pario. Después también sus paisanos lo honraron con estatuas de bronce, poniendo esta inscripción:

Caducan aun los bronces con el tiempo;
mas no podrán, Diógenes, tu gloria
sepultar las edades, pues tú solo
supiste demostrar a los mortales
facilidad de vida,
y a la inmortalidad ancho camino.

Mi epigrama a él, en metro proceleumático, es:

—Diógenes, ea, dime:
¿qué muerte a los infiernos te condujo?
—De un perro la cruenta mordedura.

Dicen algunos que en su muerte mandó arrojasen su cadáver sin darle sepultura, para que todos los animales participasen de él, o bien lo metiesen en un hoyo cubriéndolo con un poco de polvo. Otros, que lo echasen al Eliso para ser útil a sus hermanos. Demetrio trae en sus Colombroños que el mismo día en que murió Alejandro en Babilonia, murió Diógenes en Corinto. Lo cierto es que en la Olimpíada CXII era ya viejo.
46. Corren de él estos libros: diálogos intitulados Cefalión, Ictias, Grajo, Leopardo, La plebe ateniense, República, Arte moral, De la riqueza, Amatorio, Teodoro, Hipsias, Aristarco, De la muerte, Cartas, siete tragedias, a saber Helena, Tiestes, Hércules, Aquiles, Medea, Crisipo y Edipo. Pero Sosícrates, en el libro I de las Sucesiones, y Sátiro en el IV de las Vidas, dicen que nada de esto es de Diógenes. Las tragedias, dice Sátiro, son de Filisco Egineta, discípulo de Diógenes. Soción, en su libro VII, dice que sólo son de Diógenes las obras siguientes: De la virtud, De lo bueno, Amatorio, El pobre, Tolomeo, Leopardo, Casandro, Cefalión, Filisco, Aristarco, Sísifo, Ganimedes, Críos y Cartas.
47. Hubo cinco Diógenes. El primero, natural de Apolonia, fue físico. El principio de sus escritos es: «Lo primero que ha de practicar el que va a escribir alguna materia es poner de ello un principio incontrastable.» El segundo fue sicionio, y escribió Del Peloponeso. El tercero, este de que hemos tratado. El cuarto fue estoico, natural de Seleucia, aunque llamado Babilónico por la cercanía de ambas ciudades. El quinto de Tarso, y escritor de Cuestiones poéticas, con sus soluciones. Atenodoro dice en el libro VIII De los paseos que nuestro filósofo iba siempre muy limpio, a causa de que se ungía.

MÓNIMO
1. Mónimo Siracusano, discípulo de Diógenes, fue doméstico de un banquero corintio, como dice Sosícrates. Jeníades, que fue quien compró a Diógenes, iba muchas veces a su casa; y como refiriese allí las virtudes de aquél, su porte y su admirable elocuencia, indujo a Mónimo a su amor. Al punto, pues, aparentando demencia, comenzó a derramar la moneda y dinero del Banco, hasta que, desposeído por su amo, se fue a Diógenes. También siguió mucho a Crates Cínico y demás de esta secta, de lo cual tomó motivo su amo de tener por cierta su locura. Salió varón sabio; tanto, que aun Meandro el Cómico hizo memoria de él. Así habla en uno de sus dramas intitulado Hipocomo:

—Fue Mónimo o Filón un varón sabio,
despreciado de todos,
con su zurrón pendiente.
—He aquí ya tres zurrones.
—Pero hablaba símiles elocuentes; y es seguro,
por Dios, que no hallo dicho
comparable al Conócete a ti mismo,
y a éste semejantes.
Fue sórdido y mendigo además de esto,
y a todo lo demás tuvo por fasto.

Fue tan constante que, despreciando la gloria mundana, anhelaba sólo la verdad. Escribió algunas cosas jocosas que encerraban sentido serio. Dos libros De los apetitos o pasiones, y otro De exhortaciones.

ONESICRITO
1. Onesicrito, en sentir de algunos, fue egineta; pero Demetrio de Magnesia lo hace de Astipalea. Fue también uno de los más hábiles discípulos de Diógenes. Parece hubo entre él y Jenofonte alguna semejanza, pues militó con Ciro; y Onesicrito con Alejandro. Aquél escribió la Ciropedia; éste, el modo con que fue nutrido Alejandro. Aquél hace el encomio de Ciro, y éste el de Alejandro. Aun en la locución se acerca mucho a Jenofonte, y sólo se estima menos que éste al modo que una copia se estima menos que un autógrafo.
2. También fueron discípulos de Diógenes: Menandro el cognominado Drimo, admirador de Homero; Hegesias Sinopense, por sobrenombre Cloyo, y Filisco Egineta, ya mencionado.

CRATES
1. Crates, hijo de Ascondo, tebano, fue igualmente discípulo del Can. Pero Hipoboto dice que no fue discípulo de Diógenes, sino de Brisón Aquivo. Corren de él estos versos jocosos:

Es noble la ciudad Zurrón llamada,
fastosa, aunque mugrienta,
bella, amena, fecunda, y nada tiene.
No entra en ella demente parásito,
ni pedicón obsceno
que de bardajerías se gloríe.
Produce, sin embargo,
ajos, higos y panes,
entre quienes no hay guerras mutuamente,
ni se mueven las armas
por pedazos de cobre ni por gloria.
También es suyo aquel diario sabido de todos que dice:
Asienta minas diez al cocinero,
y al médico una dracma.
Pon al adulador cinco talentos,
y al consejero humo.
Póngasele un talento a la ramera,
y un trióbolo al filósofo se ponga.

2. Llamábanlo abridor de puertas, porque se entraba en todas las casas para dar correcciones. También son suyos estos versos:

Cuanto estudié poseo, y cuanto pude
aprender con trabajo y con estudio.
La vanidad fastuosa
se llevó las demás felicidades.
Y lo que le había producido la Filosofía:
Un quénice me ha dado de altramuces,
y de otra cosa alguna no cuidarme.

También corre como suyo lo de:

El hambre quita el amor, y si no, el tiempo;
y si usarlos no puedes, toma el lazo.

Floreció hacia la Olimpíada CXIII. Antístenes dice, en las Sucesiones, que Crates, habiendo visto en una tragedia a Telefo con un esportillo en la mano, y miserable en todo lo demás, se dio a la Filosofía cínica. Así, vendido su patrimonio (pues era hombre de cuenta) y juntados hasta doscientos talentos, los distribuyó entre sus conciudadanos. Filosofó con tanta constancia, que el cómico Filemón hizo memoria de él, diciendo:

En verano llevaba ropa burda,
y delgada en invierno,
para tomar liciones de templanza.

Diocles dice que Diógenes le persuadió que diese sus posesiones para pasto de ganados, y si tenía dineros los arrojase al mar. Dícese que Alejandro destruyó la casa de Crates, como Filipo la de Hiparquias.
3. Muchas veces apaleaba a sus parientes porque venían a removerlo de su instituto, y perseveraba constante en él. Demetrio de Magnesia dice que depositó su dinero en casa de un banquero, con la condición de que lo diese a sus hijos si eran idiotas, mas en caso de ser filósofos, los distribuyese al pueblo. Eratóstenes refiere que habiéndole nacido un hijo llamado Pasicles, de Hiparquia, de que hablaremos, cuando ya fue crecido, lo llevó a casa de una esclava, y le dijo que éste era el casamiento que su padre le daba. Porque el premio de los adúlteros trágicos son los destierros y muertes; el de los cómicos, el meretricio; y el de la adulación y embriaguez, la demencia. Crates tuvo un hermano llamado Pasicles, que fue discípulo de Euclides, de quien Favorino, en el libro II de su Comentarios, trae una cosa chistosa. Es que como pidiese no sé qué al director del gimnasio, le tocó los muslos; mas indignándose éste, dijo Pasicles: «¿Qué es esto? ¿No son los muslos tan tuyos como las rodillas?»
4. Decía Crates que es imposible hallar uno que no haya errado, sino que todos son como la granada, en la cual, andando el tiempo, siempre se pudre uno u otro grano. Habiendo una vez irritado al citarista Nicódromo, recibió un bofetón; mas él se pegó con pez en la frente un rótulo que decía: Nicódromo lo hacía. Perseguía de industria con dicterios a las rameras, ejercitándose con esto a sufrir injurias. A Demetrio Falereo, que le envió pan y vino, le respondió con enfado: «¡Ojalá que las fuentes manasen panes!» Se sabe que siempre bebió agua. Los jueces de Atenas lo reprendieron porque iba cubierto por una sábana, a los cuales respondió: «También os mostraré yo a Teofrasto cubierto con una sábana.» No creyéndolo ellos, los condujo a una tienda de barbero, donde a la sazón se estaba Teofrasto cortando el pelo.
Como lo azotase en Tebas el director del gimnasio (o bien Eutícrates en Corinto) y lo arrastrase de un pie, sin alterarse en nada, repetía:

Por el umbral sagrado,
cogido por los pies lo conducía.

Pero Diocles dice que quien lo arrastró fue Menedemo Eretriense; pues siendo éste hermoso, y pareciéndole a Crates que Asclepíades Fiasio se servía de él, tocándole los muslos, le dijo: «Adentro, Asclepíades.» Por lo cual indignado Menedemo, lo arrastró por el suelo, y él le dijo el verso referido.
5. Zenón Citieo dice en sus Críos que cosió una vez al palio una piel de oveja, sin tener cuenta de la fealdad. Era feo de rostro, y cuando se ejercitaba en la palestra se le burlaban; pero él, levantando las manos solía decir «Confía, Crates, en tus ojos y restante del cuerpo; tú verás presto que estos que se burlan ahora caerán enfermos, te confesarán dichoso y se tratarán a sí mismos de cobardes.» Decía que «se debe filosofar hasta tanto que los generales de ejército parezcan conductores de asnos. Que los que no tienen otra compañía que la de los aduladores, están tan solos y abandonados como los ternerillos dejados entre los lobos, pues ni aquéllos ni éstos son otra cosa que enemigos».
6. Sintiéndose ya cercano a la muerte, solía cantarse a sí mismo lo siguiente:

Vas, corcovado amigo,
bajando a las mansiones infernales,
por tu larga vejez doblado y corvo.

Pues por su mucha edad andaba muy inclinado de cuerpo. Como Alejandro le dijese si quería que se reedificase su patria, respondió: «¿Y para qué, si luego algún otro Alejandro la volverá a destruir?» Y

Que él tenía por patria
el propio menosprecio y la pobreza,
a quienes la fortuna no consume.

Y también:

Que de Diógenes era ciudadano,
a quien nunca la envidia lazos puso.

Hace memoria de él también Menandro en sus melos, diciendo:

Pasearás conmigo
cubierta con tu palio,
cual la mujer de Crates con su perro.
Casó sus hijas con sus discípulos,
dándole treinta días para prueba,

como él decía.

METROCLES
1. Metrocles, discípulo de Crates y hermano de Hiparquia, había antes estudiado con Teofrasto Peripatético, donde estuvo a pique de perder la vida. Fue el caso que, estando un día en la lección, se le escapó una ventosidad involuntariamente. Tanto fue el rubor y pena que de ello le sobrevino, que se cerró en su cuarto con ánimo de dejarse morir de hambre. Sabídolo Crates, entró a él con fin de consolarlo, y habiendo comido antes altramuces, lo procuró persuadir primero con palabras, diciéndole que ningún absurdo había cometido, antes sería cosa monstruosa no despedir los flatos según la naturaleza; y luego, soltando él también su flato, lo curó de obra y lo alentó con razones. Desde entonces fue su discípulo, y salió un célebre filósofo.
2. Hecatón, en el libro I de sus Críos, afirma que Metrocles quemó todos sus escritos, diciendo:

Imágenes soñadas
es todo esto, y puras niñerías.

Algunos dicen que lo que quemó fue lo que había apuntado oyendo a Teofrasto, y que dijo:

Ven al punto, Vulcano;
Tetis te necesita.

Decía: «De las cosas, unas se adquieren por dinero, como la casa; otras, con el tiempo y aplicación, como las disciplinas. Que las riquezas son nocivas si de ellas no se hace buen uso.» Murió ya viejo, sofocándose él mismo. Tuvo por discípulos a Teombroto y a Cleómenes. De Teombroto lo fue Demetrio Alejandrino; y de Cleómenes, Timarco Alejandrino y Equecles Efesio, que también oyó a Teombroto. De éste lo fue Menedemo, de quien trataremos más adelante. Fue también célebre entre ellos Menipo Sinopense.

HIPARQUIA
1. También Hiparquia, hermana de Metrocles, se dejó llevar por los discursos de Crates: ambos eran naturales de Maronea. Agradábale tanto la vida y conversación de Crates, que ninguna ventaja de sus pretendientes, las riquezas, la nobleza ni la hermosura, la pudo apartar de su propósito, pues Crates era todas estas cosas para ella. Aun amenazaba a sus padres que se quitaría la vida si no la casaban con él. Finalmente, como sus padres rogasen a Crates que la removiese de su resolución, hizo éste cuanto pudo, mas nada consiguió. Sacó, por último, todos sus muebles a su presencia, y le dijo: «Mira, éste es el esposo y éstos sus bienes; consulta contigo misma, pues no podrás ser mi compañera sin abrazar mi instituto.» Eligiólo ella al punto, y tomando su vestido, andaba con Crates usando públicamente del matrimonio, y concurriendo ambos a las cenas.
2. Hallóse, pues, en un convite que dio Lisímaco, en que también estaba Teodoro, el apellidado Ateo, al cual propuso el argumento siguiente: «Lo que pudo hacer Teodoro sin reprensión de injusto, lo puede hacer Hiparquia sin reprensión de injusta; hiriéndose Teodoro a sí mismo no obró injustamente; luego tampoco Hiparquia obra injustamente hiriendo a Teodoro.» A esto nada opuso Teodoro, contentándose con tirarla de la ropa; pero ella no se asustó ni se turbó como mujer, sino que como Teodoro le dijese:

¿Eres la que dejaste
la tela y lanzadera?

respondió: «Yo soy, Teodoro. ¿Te parece por ventura, que he mirado poco por mí en dar a las ciencias el tiempo que había de gastar en la tela?» Estas y otras muchas cosas se refieren de esta filósofa.
3. De Crates corre un libro de Cartas, en las cuales filosofa excelentemente, y el estilo se acerca mucho al de Platón. Escribió también Tragedias por un estilo elevadísimo y filosófico; por ejemplo, estos versos:

No es mi patria una torre o una casa;
si que todos los pueblos de la tierra
me sirven de mansión y de triclinio.

Murió muy viejo y fue enterrado en Beocia.

MENIPO
1. Menipo, también cínico, y originario de Fenicia, fue esclavo, como dice Acaico en sus Morales, y Diocles añade que su amo fue póntico y se llamó Bato. Como por su mucha codicia pidiese importunamente, pudo hacerse tebano. No ha quedado de Menipo cosa de importancia; sus libros están llenos de chocarrerías, como los de Meleagro, coetáneo suyo. Hermipo dice que Menipo se hizo y fue llamado usurero diario. Practicó también la usura marítima, tomando prendas con lo cual juntó mucho dinero. Finalmente, puéstole asechanzas, fue privado de todo y se ahorcó de pena. Yo le he hecho los versos siguientes:

¿Por ventura conoces a Menipo,
oriundo de Fenicia, y Can cretense?
Usurero diario lo llamaban,
pues en Tebas perdió cuanto tenía,
abiertas las paredes de su casa.
Si la naturaleza conociera
del perro, ¿crees tú que se colgara?

Algunos dicen que los libros que andan en su nombre no son suyos, sino de Dionisio y de Zopiro, colofonios, que habiéndolos escrito por pasatiempo, se los entregaron a él, como suficientemente capaz de ponerlos en orden.
2. Hubo seis Menipos. El primero es el que escribió las cosas de Lidia, compendiando a Janto, El segundo, éste de que hemos tratado. El tercero fue sofista estratoniceo, oriundo de Caria. El cuarto, estatuario. El quinto y sexto, pintores, de quienes Apolodoro hace memoria.
3. Los libros de nuestro cínico son trece, a saber: Funerarias, Testamentos, Cartas elegantes, en persona de los dioses, a los físicos, matemáticos y gramáticos, La generación de Epicuro, La supersticiosa celebración epicúrea del día vigésimo del mes,  y otras obras.

MENEDEMO
1. Menedemo fue discípulo de Caloto Lampasaceno. Diose a la superstición en tanto extremo que, según Hipoboto, iba por las calles vestido de Furia, y diciendo que «venía del infierno a observar a los pecadores, para luego bajar allá y contárselo a los demonios». Su vestido era una túnica talar de color oscuro, ceñida con una zona encarnada; en la cabeza un casquete arcádico, que tenía bordados o tejidos los doce signos; coturnos trágicos, barba larguísima y con un báculo de fresno en la mano.
2. Hasta aquí las Vidas de los cínicos en particular; pondremos en común ahora sus dogmas, pues yo juzgo que esta secta fue filosófica, y no, como quieren algunos, cierto modo de vida. Son, pues, de sentir los cínicos que se deben quitar de la Filosofía los tratados lógicos y físicos (y en esto no difieren de Aristón Quío), empleándose sólo en la moral; lo cual, unos, lo atribuyen a Sócrates; y Diocles a Diógenes, afirmando que éste dijo debemos inquirir
qué se hace malo o bueno en nuestra casa.
También reprueban las humanidades, y aun dice Antístenes que los que nacieron templados ni aun deben saber las letras, para no pervertirse con lo ajeno. Quitan igualmente la Geometría, la Música y demás artes semejantes. Por lo cual Diógenes, a uno que le mostró un horoscopio, le dijo: «Utilísima cosa es ésa para que no nos falte qué cenar.» Y a otro que se gloriaba de músico, le dijo:

La humana ciencia rige las ciudades;
pero las cantilenas, ni una casa.

3. Establecen, por fin, el vivir según la virtud, como dice Antístenes en su Hércules, lo mismo que los estoicos, pues hay cierta analogía entre estas dos sectas; y así, llamaron al cinismo un camino compendioso o un atajo para la virtud. De la misma suerte vivió Zenón Citereo. Gustan asimismo de una vida fácil y simple, usando de la comida sobriamente, y de sólo palios. Menosprecian la riqueza, la gloria y la nobleza. Muchos de ellos se contentan con hierbas, y siempre beben agua fría. No buscan otro albergue que el que ocurre, aunque sea una tinaja, como Diógenes, el cual decía que «es propio de los dioses no necesitar nada, y de los que se parecen a los dioses necesitar de poquísimas cosas». Asientan que «la virtud es enseñable (como dice Antístenes en su Hércules), y que también es amisible. Que el sabio es digno de ser amado, no peca, es amigo de sus semejantes y nada deja al dominio de la fortuna». A las cosas medias entre la virtud y el vicio las llaman indiferentes, como igualmente Aristón Quío.
4. Éstos fueron los cínicos; pasemos ya a los estoicos, el primero de los cuales fue Zenón, discípulo de Crates.

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