martes, 3 de septiembre de 2019

PLUTARCO, VIDAS PARALELAS, CIMÓN

CIMÓN
1. Peripoltas el adivino, acompañando desde la Tesalia a la Beocia al rey Ofeltas, y a los pueblos a quien éste mandaba, dejó una descendencia que fue por largo tiempo tenida en estimación, y lo principal de ella se estableció en Queronea, que fue la primera ciudad que ocuparon, lanzando de ella a los bárbaros. Los más de este linaje, valientes y belicosos por naturaleza, perecieron en los encuentros con los Medos y en los combates con los Galos, por arriesgar demasiado sus personas. De éstos quedó un mocito, huérfano de padres, llamado Damón, y de apellido Peripoltas, muy aventajado en belleza de cuerpo y disposición de ánimo sobre todos los jóvenes de su edad, aunque, por otra parte, indócil y duro de condición. Prendóse de él, cuando acababa de salir de la puericia, un romano, jefe de una cohorte que invernaba en Queronea, y como no hubiese podido atraerle con persuasiones ni con dádivas, se tenía por cierto que no se abstendría de la violencia, mayormente hallándose abatida la ciudad y reducida a pequeñez y pobreza. Temiendo esto Damón, e incomodado ya con las solicitudes, trató de armarle una celada, para lo que se concertó con algunos de losde su edad, aunque no en grande número, para que no se descubriese; de modo que eran al todo diez y seis. Tiznáronse los rostros con hollín, y habiendo bebido largamente, al mismo amanecer acometieron al Romano, que estaba haciendo un sacrificio junto a la plaza; dieron muerte a él y a cuantos con él se hallaban, y se salieron de la ciudad. Movióse grande alboroto, y congregándose el Senado de los Queronenses, los condenó a muerte, lo que era una excusa de la ciudad para con los Romanos. Juntáronse por la tarde a cenar los magistrados, como es de costumbre, y, arrojándose Damón y sus camaradas sobre el consistorio, les dieron también muerte, y luego volvieron a marcharse huyendo de la ciudad. Quiso la casualidad que por aquellos días viniese Lucio Luculo a ciertos negocios, trayendo tropas consigo; y deteniendo la marcha, hizo averiguación de estos hechos, que estaban recientes, y halló que de nada había tenido la culpa la ciudad, y antes ella misma había sido ofendida; por lo que, recogiendo la tropa, marchó con ella. Damón, en tanto, infestaba la comarca con latrocinios y correrías, amenazando a la ciudad, y los ciudadanos procuraban con mensajes y decretos ambiguos atraerle a la población. Vuelto a ella, le hicieron prefecto del Gimnasio; y luego, estándose ungiendo, acabaron con él en la estufa. Después de mucho tiempo se aparecían en aquel sitio diferentes fantasmas, y se oían gemidos, como nos lo refieren nuestros padres, y se tapió la puerta de la estufa; mas aun ahora les parece a los vecinos que discurren por allí visiones y voces que causan miedo. A los de su linaje, que todavía se conservan algunos, especialmente junto a Estiris de la Fócide, en dialecto eólico les llaman asbolómenos, por haberse tiznado Damón con hollín cuando salió a su mal hecho.
2. Eran vecinos los Orcomenios, y como estuviesen enemistados con los Queronenses, ganaron por precio a un calumniador romano, para que, como si fuera contra uno solo, intentara contra la ciudad causa capital sobre las muertes que Damón había ejecutado. Conocíase de la causa ante el pretor de la Macedonia, porque todavía los Romanos no enviaban entonces pretores a la Grecia; los defensores de la ciudad imploraban el testimonio de Luculo. Escribióle, pues, el pretor, y aquel declaró la verdad, siendo de esta manera absuelta la ciudad de una causa por la que se la había puesto en el mayor riesgo. Los ciudadanos que entonces se salvaron pusieron en la plaza una estatua de piedra de Luculo al lado de la de Baco; y nosotros, aunque posteriores en algunas edades, creemos que el agradecimiento debe extenderse también a los que ahora vivimos; y entendiendo al mismo tiempo que al retrato, que sólo imita el cuerpo y el semblante, es preferible el que representa las costumbres y el tenor de vida en esta escritura de las Vidas comparadas, tomamos a nuestro cargo referir los hechos de este ilustre varón, ateniéndonos a la verdad. Porque basta demos pruebas de que conservamos una memoria agradecida por un testimonio verdadero, ni a él le agradaría recibir en premio una narración mentirosa y amañada; pues así como deseamos que los pintores que hacen con gracia y belleza los retratos, si hay en el rostro alguna imperfección, ni la dejen del todo, ni la saquen exacta, porque esto lo haría feo, y aquello desemejante a la vista, de la misma manera, siendo difícil, o, por mejor decir, imposible, escribir una Vida del todo irreprensible y pura, en los hechos laudables se ha de dar exacta la verdad, como quien dice la semejanza; pero los defectos y como fatalidades que acompañan a las acciones, y proceden o de algún afecto o de inevitable precisión, teniéndolos más bien por remisiones de alguna virtud que por efectos de maldad, no los hemos de grabar en la historia con empeño, y con detención, sino como dando a entender nos compadecemos de la humana naturaleza, que no da nada absolutamente hermoso, ni costumbres decididas siempre y en todo por la virtud.
3. Parécenos, cuando bien lo examinamos, que Luculo puede ser comparado a Cimón, porque ambos fueron guerreros e insignes contra los bárbaros, suaves en su gobierno, y que dieron respectivamente a su patria alguna respiración de las convulsiones civiles: uno y otro erigieron trofeos y alcanzaron señaladas victorias; pues ninguno entre los Griegos llevó a países tan lejanos la guerra antes de Cimón, ni entre los Romanos antes de Luculo, si ponemos fuera de esta cuenta a Heracles y Baco, y lo que como cierto y digno de fe haya podido llegar desde aquellos tiempos a nuestra memoria, de Perseo contra los Etíopes o Medos y los Armenios, o de las hazañas de Jasón. También pueden reputarse parecidos en haber dejado incompletas sus acciones guerreras, pues uno y otro debilitaron y quebrantaron a su antagonista, mas no acabaron con él. Sobre todo, lo que más los asemeja y acerca uno a otro es aquella festividad y magnificencia para los convites y agasajos y la jovialidad y esplendidez en todo su porte. Acaso omitiremos algunos otros puntos de semejanza, pero no será difícil recogerlos de la misma narración.
4. El padre de Cimón fue Milcíades, y la madre, Hegesípila, tracia de origen e hija del rey Óloro, como se dice en los poemas de Arquelao y Melantio, compuestos en alabanza del mismo Cimón. Así, Tucídides el historiador, que por linaje era deudo de Cimón, tuvo por padre a otro Óloro, que representaba a su ascendiente en el nombre y poseyó en la Tracia unas minas de oro, diciéndose que murió en Escaptehila, territorio de la Tracia, donde fue asesinado. Su sepulcro, habiéndose traído sus restos al Ática, se muestra entre los de los Cimones, al lado del de Elpinice, hermana de Cimón; mas Tucídides, por razón de su curia, fue Halimusio, y los de la familia de Milcíades eran Lacíadas. Milcíades, como debiese al Erario la multa de cincuenta talentos, para el pago fue puesto en la cárcel, y en ella murió. Quedó Cimón todavía muy niño con su hermana, mocita también y por casar, y al principio no tuvo en la ciudad el mejor concepto, sino que era notado de disipado y bebedor, siendo en su carácter parecido a su abuelo del propio nombre, al que, por ser demasiado bondadoso, se le dio el apellido de Coálemo. Estesímbroto Tasio, que poco más o menos fue contemporáneo de Cimón, dice que no aprendió ni la música ni ninguna otra de las artes liberales comunes entre los Griegos, ni participó tampoco de la elocuencia y sal ática; de manera que, atendida su franqueza y sencillez, parece que su alma tenía más un temple peloponés, siendo Inculto, franco, y en lo grande, grande. como el Heracles de Eurípides, porque esto es lo que puede añadirse a lo que Estesímbroto nos dejó escrito. De joven todavía, fue infamado de tener trato con su hermana; de Elpinice, por otra parte, no se dice que fuese muy contenida, sino que anduvo extraviada con el pintor Polignoto, y que, por lo mismo, cuando éste pintó las “Troyanas” en el pórtico que antes se llamaba el Plesianiaccio, y ahora el Pécilo, delineó el rostro de Laódica por la imagen de Elpinice. Polignoto no era un menestral ni pintó el pórtico para ganar la vida, sino gratuitamente y para adquirir nombre en la ciudad, como lo refieren los historiadores de aquel tiempo, y lo dice el poeta Melantio con estas palabras: De los Dioses los templos, generoso, ornó a su costa, y la Cecropia plaza, de los héroes pintando los retratos. Algunos dicen que no fue a escondidas, sino a vista del público, el trato de Elpinice con Cimón, como casada con él, a causa de no encontrar, por su pobreza, un esposo proporcionado, y que después, cuando Callas, uno de los ricos de Atenas, se mostró enamorado y tomó de su cuenta el pagar al erario la condena del padre, convino ella misma, y Cimón también la entregó por mujer a Callas. Cimón parece que también estuvo de sobra sujeto a la pasión amorosa, pues el poeta Melantio, chanceándose con él en sus elegías, hace mención de Asteria, natural de Salamina, y de una tal Mnestra, como que las visitaba y obsequiaba. Además, es cosa averiguada que de Isódica, hija de Euriptólemo, el hijo de Megacles, aunque unida con él en legítimos lazos, estuvo apasionadamente enamorado, y que sintió amargamente su muerte, si pueden servir de argumento las elegías que se le dirigieron para consuelo en su llanto; de las cuales dice el filósofo Panecio haber sido autor Arquelao el físico, conjeturándolo muy bien por el tiempo.
5. En todo lo demás, las costumbres de Cimón eran generosas y dignas de aprecio, porque ni en el valor era inferior a Milcíades, ni el seso y prudencia a Temístocles, siendo notoriamente más justo que entrambos; y no cediendo a éstos en nada en las virtudes militares, es indecible cuánto los aventajaba en las políticas ya desde joven, y cuando todavía no se había ejercitado en la guerra. Porque cuando en la irrupción de los Medos persuadió Temístocles al pueblo que abandonando la ciudad y desamparando el país combatieran en las naves delante de Salamina y pelearan en el mar, como los demás se asombrasen de tan atrevida resolución, Cimón fue el primero a quien se vio subir alegre por el Cerámico al alcázar juntamente con sus amigos, llevando en la mano un freno de caballo para ofrecerlo a Minerva; dando a entender que la patria entonces no necesitaba de fuertes caballos, sino de buenos marineros. Habiendo, pues, consagrado el freno, tomó uno de los escudos suspendidos en el templo, y habiendo hecho oración a la Diosa bajó al mar, inspirando a no pocos aliento y confianza. Tampoco era despreciable su figura, como dice el poeta Ion, sino que era de buena talla, teniendo poblada la cabeza de espesa y ensortijada cabellera. Habiéndose mostrado en el combate denodado y valiente, al punto se ganó la opinión y amor de sus conciudadanos, reuniéndose muchos alrededor de él y exhortándole a pensar y ejecutar cosas dignas de Maratón. Cuando ya aspiró al gobierno, el pueblo lo admitió con placer, y, estando hastiado de Temístocles, lo adelantó a los primeros honores y magistraturas de la ciudad, viéndole afable y amado de todos por su mansedumbre y sencillez. Contribuyó también a sus adelantamientos Aristides, hijo de Lisímaco, ya por ver la apacibilidad de sus costumbres y ya también por hacerle rival de la sagacidad e intrepidez de Temístocles.
6. Cuando después de haberse retirado los Medos de la Grecia se le nombró general de la armada, a tiempo que los Atenienses no tenían todavía el imperio, sino que seguían aún la voz de Pausanias y de los Lacedemonios, lo primero de que cuidó en sus expediciones fue de hacer observar a sus ciudadanos una admirable disciplina y de que en el denuedo se aventajaran a los demás. Después, cuando Pausanias concertó aquella traición con los bárbaros, escribiendo cartas al rey y a los aliados, empezó a tratarlos con aspereza y altanería, mortificándolos en muchas ocasiones con su modo insolente de mandar y con su necio orgullo. Cimón hablaba con dulzura a los que hablan sido ofendidos, mostrábaseles afable, y sin que se echara de ver, iba ganando el imperio de la Grecia, no con las armas, sino con su genio y sus palabras. Así es que los más de los aliados se arrimaron a él y a Aristides, no pudiendo sufrir la aspereza y soberbia de Pausanias. Estos, no sólo los admitieron benignamente, sino que escribieron a los Éforos para que retiraran a Pausanias, por cuanto afrentaba a Esparta e inquietaba toda la Grecia. Dícese que, habiendo dado Pausanias orden, con torpe propósito de que le trajesen a una doncella de Bizancio, hija de padres nobles, llamada Cleonice, los padres, por el miedo y la necesidad, la dejaron ir; y como ella hubiese pedido que se quitase la luz de delante del dormitorio, entre las tinieblas y el silencio, al encaminarse al lecho, tropezó sin querer con la lamparilla, y la volcó, y que él entonces, hallándose ya dormido, asustado con el estrépito, y echando mano a la espada, como si se viese acometido por un enemigo, hirió y derribó al suelo a la doncella. Murió ésta de la herida, y no dejaba reposar a Pausanias, sino que su sombra se le aparecía de noche entre sueños, pronunciando con furor estos versos heroicos: Ven a pagar la pena: que a los hombres no les trae la lujuria más que males; con lo que, como se hubiesen irritado también los aliados juntamente con Cimón, le pusieron cerco. Huyóse, sin embargo, de Bizancio, y, espantado de aquel espectro, se dirigió, según se dice, al oráculo mortuorio de Heraclea, y evocando el alma de Cleonice, le pidió que se aplacara en su enojo. Compareció ella al conjuro, y le dijo que se libertaría pronto de sus males luego que estuviese en Esparta; significándole, a lo que parece, por este medio la muerte que había de tener; así se halla escrito por diferentes historiadores.
7. Cimón, hechos ya del partido de Atenas los aliados, marchó por mar de general a la Tracia, por tener noticia de que algunos Persas distinguidos y del linaje del rey, ocupando a Eiona, ciudad situada a las orillas del río Estrimón, causaban vejaciones a los Griegos por allí establecidos. Ante todo, pues, venció en batalla a estos Persas y los encerró dentro de la ciudad; y después, sublevando a los Tracios del Estrimón, de donde les iban los víveres, y guardando con gran diligencia todo el país, redujo a los sitiados a tal penuria, que Butes, general del rey, traído a la última desesperación, dio fuego a la ciudad y se abrasó en ella con sus amigos y sus riquezas. De este modo la tomó, sin haber sacado otra ventaja alguna, por haberse quemado casi cuanto aquel traía con los bárbaros; pero el territorio, que era muy fértil y muy delicioso, lo distribuyó a los Atenienses, para establecer una colonia. Permitióle el pueblo que pusiera Hermes de piedra, en el primero de los cuales grabó esta inscripción: Harto eran de esforzados corazones los que del Estrimón en la corriente y en Eiona a los hijos de los Medos con hambre y cruda guerra molestaron, siendo en sufrir trabajos los primeros. En el segundo: Los Atenienses este premio dieron a sus caudillos: justa recompensa de sus servicios y sus altos hechos. De la posteridad el que tal viere, en pro común se afanará celoso, sin esquivar las peligrosas lides. Y en el tercero: De esta insigne ciudad llevó Mnesteo con los Atridas a los frigios campos a un divino varón, loado de Homero por su destreza en ordenar las huestes de los Argivos de bronceadas armas. ¿Qué mucho, pues, que de marcial pericia, de denuedo y valor el justo lauro se dé a los hijos de la culta Atenas?
8. Aunque en estas inscripciones no se descubre el nombre de Cimón, pareció, sin embargo, excesivo el honor que se le tributó a los de aquella edad, porque ni Temístocles ni Milcíades alcanzaron otro tanto, y aun a éste, habiendo solicitado una corona de olivo, Sócares Decelense, levantándose en medio de la junta, le dio una respuesta no muy justa, pero agradable al pueblo, diciendo: “Cuando tú ¡oh Milcíades! peleando solo contra los bárbaros, los vencieres, entonces aspira a ser coronado tú sólo.” ¿Por qué, pues, tuvieron en tanto esta hazaña de Cimón? ¿No sería acaso porque con los otros dos caudillos sólo trataron de rechazar a los enemigos, para no ser de ellos sojuzgados, y bajo el mando de éste aun pudieron ofenderlos, y haciéndoles la guerra en su propio país adquirieron posesiones en él, estableciendo colonias en Eiona y en Anfípopis? Estableciéronse también en Esciro, tomándola Cimón con este motivo; habitaban aquella isla los Dólopes, malos labradores y dados a la piratería desde antiguo, en términos que ni siquiera usaban de hospitalidad con los navegantes que se dirigían a sus puertos; y, por último, habiendo robado a unos mercaderes tésalos que navegaban a Ctesio, los habían puesto en prisión. Pudieron éstos huir de ella, y movieron pleito a la ciudad ante los Anfictiones. La muchedumbre se rehusaba a reintegrarlos del caudal robado, diciendo que lo devolvieran los que lo habían tomado y se lo habían repartido; mas con todo, intimidados, escribieron a Cimón, exhortándole a que viniera con sus naves a ocupar la ciudad, porque ellos se la entregarían. Así fue como Cimón tomó la isla, de la que arrojó a los Dólopes, y dejó libre el mar Egeo. Sabedor de que el antiguo Teseo, hijo de Egeo, huyendo de Atenas había sido muerto allí alevosamente por el rey Licomedes, hizo diligencias para descubrir su sepulcro, porque tenían los Atenienses un oráculo que mandaba se trajeran a la ciudad los restos de Teseo y lo veneraran debidamente como a un héroe; pero ignoraban dónde yacía, porque los Escirenses ni lo manifestaban ni permitían que se averiguase. Encontrando, pues, entonces el hoyo, en fuerza de la más exquisita diligencia, puso Cimón los huesos en su nave, y adornándolos con esmero los condujo a la ciudad, al cabo de unos ochocientos años, con lo que todavía se le aficionó más el pueblo. En memoria de este suceso se celebró una contienda de trágicos que se hizo célebre, porque habiendo presentado Sófocles, que aún era joven, su primer ensayo, como el arconte Apsefión, a causa de haberse movido disputa y altercado entre los espectadores, no hubiese sorteado los jueces del combate, cuando Cimón se presentó con sus colegas en el teatro para hacer al Dios las libaciones prescritas por la ley, no los dejó salir, sino que, tomándoles juramento, los precisó a sentarse y a juzgar, siendo diez en número, uno por cada tribu; así, esta contienda se hizo mucho más importante por la misma dignidad de los jueces. Quedó vencedor Sófocles, y se dice que Esquilo lo sintió tanto y lo llevó con tan poco sufrimiento, que ya no fue mucho el tiempo que vivió en Atenas, habiéndose trasladado por aquel disgusto a Sicilia, donde murió, y fue enterrado en las inmediaciones de Gela.
9. Escribe Ion que, siendo él todavía mocito, comió con Cimón, en ocasión de haberse venido a Atenas desde Quio con Laomedonte, y que, rogado aquel que cantase, como no lo hubiese ejecutado sin gracia, los presentes lo alabaron de más urbano que Temístocles, por haber éste respondido en igual caso que no había aprendido a cantar y tañer y lo que él sabía era hacer una ciudad grande y rica. De aquí, como era natural, recayó la conversación sobre las hazañas de Cimón, y, como se hiciese memoria de las más señaladas, dijo que se les había pasado referir la más bien entendida de sus estratagemas; porque habiendo tomado los aliados muchos cautivos de los bárbaros en Sesto y en Bizancio, encargaron al mismo Cimón el repartimiento; y él había puesto a un lado los cautivos, y a otro los presos y adornos que tenían, de lo que los aliados se habían quejado, teniendo por desigual aquella división. Díjoles entonces que de las dos partes eligieran la que gustasen, porque los Atenienses con la que dejaran se darían por contentos. Aconsejándoles, pues, Herófito de Samos que eligieran antes los arreos de los Persas que los Persas mismos, tomaron los adornos de éstos, dejándoles a los Atenienses los cautivos; y por entonces se rieron de Cimón como de un mal repartidor, por cuanto los aliados cargaron con cadenas, collares y manillas de oro, y con vestidos y ropas ricas de púrpura, no quedándoles a los Atenienses más que los cuerpos malamente cubiertos para destinarlos al trabajo; pero al cabo de poco bajaron de la Frigia y la Lidia los amigos y deudos de los cautivos, y redimían a cada uno de éstos por mucho dinero; de manera que Cimón proveyó de víveres las naves para cuatro meses, y aun les quedó de los rescates mucho dinero que llevar a Atenas.
10. Rico ya Cimón, los viáticos de la guerra, que se los hizo pagar muy bien de los enemigos, los gastaba mejor con sus conciudadanos, porque quitó las cercas de sus posesiones para que los forasteros y los ciudadanos necesitados pudieran tomar libremente de los frutos lo que gustasen. En su casa había mesa, frugal, sí, pero que podía bastar para muchos cada día; y de los pobres podía entrar a ella el que quisiese, encontrando comida sin tener que ganarla con su trabajo, para atender solamente a los negocios públicos. Mas Aristóteles dice que la mesa no era franca para todos los Atenienses, sino sólo para el que quisiera de sus compatriotas los Lacíadas. Acompañabanle algunos jóvenes bien vestidos, cada uno de los cuales, si se llegaba a Cimón algún Ateniense anciano con pobres ropas, cambiaba con él las suyas; hecho que se tenía por muy fino y delicado. Ellos mismos llevaban igualmente dinero en abundancia, y acercándose en la plaza a los pobres menos mal portados, les introducían secretamente alguna moneda en la mano. A estos rasgos parece que alude Cratino el cómico en Los Arquílocos cuando dice: Yo, Metrobio, el gramático, pedía con instancia a los Dioses me otorgaran pasar unido con Cimón mis días, senectud asegurando regalona con este hombre divino, el más bondoso y más obsequiador entre los Griegos; pero dejóme y se ausentó primero. Gorgias Leontino dice, además, que Cimón adquirió riqueza para usar de ella, y que usaba de ella para ser honrado. Critias, que fue uno de los treinta tiranos, pide a los Dioses en sus elegías Oro elle los Escopas; mano franca la de Cimón, y triunfos y victorias los del lacedemonio Agesilao. Y en verdad que el espartano Licas no es tan celebrado entre los Griegos sino porque en la concurrencia a los juegos gímnicos daba de comer a los forasteros; pero el uso que de su opulencia hacía Cimón excedía a la antigua hospitalidad y humanidad de los Atenienses: porque aquellos con quienes justamente se muestra ufana esta ciudad dieron a los Griegos las semillas de los alimentos, y les enseñaron el uso del agua de las fuentes y el modo de encender el fuego para el servicio de los hombres, y éste, erigiendo su casa en un pritaneo común para los ciudadanos, y poniendo francas las primicias de los frutos ya sazonados, y todo cuanto bueno llevan las estaciones en el país, para que los forasteros lo tomaran y disfrutaran, reprodujo en cierta manera aquella fabulosa comunión de bienes del tiempo de Crono. Los que califican estos hechos de lisonja y adulación a la muchedumbre encuentran el desengaño en todo el tenor del gobierno de Cimón, que siempre se inclinó a la aristocracia, como que con Aristides repugnó e hizo frente a Temístocles, que daba a la muchedumbre más alientos de lo que convenía; y después se opuso a Efialtes, que para ganarse el pueblo quería debilitar el Senado del Areópago. En un tiempo en que se veía que todos los demás, a excepción de Aristides y Efialtes, estaban implicados en corrupciones y sobornos, él se conservó puro e intacto, hasta el fin de la tacha de recibir regalos, haciéndolo y diciéndolo todo gratuitamente y con limpieza. Dícese que vino a Atenas, con grandes caudales, un bárbaro llamado Resaces, que se había rebelado al rey, el cual, mortificado de calumniadores, acudió a Cimón y le presentó en el recibimiento dos picheles, lleno uno de daricos de plata y el otro de oro, y que Cimón al verlo se echó a reír, y le preguntó qué era lo que prefería: que Cimón fuese su asalariado, o su amigo; y como respondiese que amigo: “Pues bien- le repuso-; vete y llévate contigo esta riqueza, porque me servirá, si la hubiese menester, siendo tu amigo”.
11. Pagaban los aliados sus contribuciones, pero no daban los hombres y las naves que les correspondían, sino que, dejados ya de expediciones y de milicia, no teniendo que hacer la guerra, aspiraban sólo a cultivar sus campos y vivir en reposo, habiéndose hecho la paz con los bárbaros y no siendo de éstos molestados, que era por lo que ni tripulaban las naves ni daban hombres de guerra. Los demás generales de los Atenienses los estrechaban a cumplir con estas cargas, y usando de multas y castigos con los que estaban en descubierto hacían áspero y aborrecible su imperio. Más Cimón seguía en este punto un camino enteramente opuesto, no haciendo violencia a ninguno de los Griegos, sino que de los que a ello se acomodaban tomaba el dinero y las naves vacías y los dejaba que se acostumbrasen al reposo y a estarse quietos en casa, haciéndose labradores y negociantes pacíficos con el regalo y la inexperiencia, de belicosos que antes eran. De este modo, a los Atenienses, que todos a su vez servían en las naves y se ocupaban en las cosas de guerra, con los sueldos y a costa de los aliados, los hizo en breve tiempo señores de los que contribuían; porque, como estaban siempre navegando, manejando las armas, mantenidos y ejercitados en las continuas expediciones, se acostumbraron aquellos a temerlos y a obsequiarlos, haciéndose insensiblemente sus tributarios y sus esclavos, en lugar de compañeros.
12. Por de contado, nadie abatió ni mortificó más el orgullo del gran Rey que Cimón; porque no se contentó con verle fuera de la Grecia, sino que, siguiéndole paso a paso, sin dejar respirar ni pararse a los bárbaros, ya talaba y asolaba un país, ya en otra parte sublevaba a los naturales y los traía al partido de los Griegos; de manera que desde la Jonia a la Panfilia dejó el Asia enteramente libre de armas persianas. Noticioso de que los generales del Rey, con un grande ejército y muchas naves, se proponían sorprenderle hacía la Panfilia, y queriendo que éstos por miedo no navegaran en adelante en el mar dentro de las islas Quelidonias, ni siquiera se acercasen a él, dio la vela desde Cnido y Triopio con doscientas naves. Teníanlas desde Temístocles muy bien aparejadas para la celeridad y para tomar prontamente la vuelta; pero Cimón las hizo entonces más llanas, y dio ensanche a la cubierta, para que con mayor número de hombres armados se presentaran más terribles a los enemigos. Navegando, pues, a la ciudad de Faselis, cuyos habitantes eran Griegos, pero ni admitían sus tropas ni había forma de apartarlos del partido del rey, taló su territorio, y empezó a combatir los muros. Iban en su compañía los de Quío; y siendo amigos antiguos de los Faselitas, por una parte procuraban templar a Cimón, y por otra arrojaban a las murallas ciertas esquelas clavadas en los astiles, para advertir de todo a los Faselitas. Por fin lograron se hiciera la paz con ellos, bajo las condiciones de dar diez talentos y de unirse con Cimón para la guerra contra los bárbaros. Éforo dice que era Titraustes el que mandaba la armada del Rey, y Ferendates el ejército; mas Calístenes es de opinión que Ariomandes, hijo de Gobrias, tenía el mando de todas las fuerzas, y que con las naves marchó hacía el Eurimedonte, no estando dispuesto a pelear todavía con los Griegos, porque esperaba otras ochenta naves fenicias, que habían salido de Chipre. Quiso Cimón anticiparse a su llegada, para lo que movió con sus naves, dispuesto a obligar por fuerza a los enemigos, si voluntariamente no querían combatir. Al principio éstos, para no ser precisados, se entraron río adentro, pero, siguiéndolos los Atenienses, hubieron de hacer frente, según Fanodemo, con seiscientas naves, y según Éforo, con trescientas cincuenta. Mas por mar nada hicieron digno de tan considerables fuerzas, sino que al punto se echaron a tierra; los primeros pudieron escapar huyendo al ejército que estaba cerca, pero los demás fueron detenidos y muertos, y disuelta la armada. Ahora, la prueba de que las naves de los bárbaros habían sido en excesivo número es que, con haber huido muchas, como es natural, y haber sido otras muchas destruidas, todavía apresaron doscientas los Atenienses.
13. Bajaba el ejército hacía el mar, y le pareció a Cimón obra muy ardua contenerle en su marcha y hacer que los Griegos acometieran a unos hombres que venían de refresco y eran en gran número; con todo, viendo a éstos muy alentados y resueltos con el ardor y engreimiento que da la victoria a arrojarse en unión sobre los bárbaros, a la infantería, que todavía estaba caliente del combate naval, la hizo que cargase con ímpetu y algazara; y resistiendo y defendiéndose por su parte los Persas, no sin bizarría, se trabó una muy reñida batalla. De los Atenienses cayeron los hombres de mayor valor y de mayor opinión, pero al fin hicieron huir a los bárbaros, con gran matanza de ellos, y después tomaron prisioneros a otros, y les ocuparon las tiendas llenas de toda especie de preciosidades. Cimón, que como diestro atleta en un día había salido vencedor en dos combates, no obstante haber excedido con la batalla campal al triunfo de Salamina y con la naval al de Platea, aún a añadió otro trofeo a estas victorias; pues sabiendo que las ochenta galeras fenicias, que no tuvieron parte en el combate, habían aportado a Hidro, se dirigió allá sin detención; y como sus comandantes no tuviesen noticia positiva de las principales fuerzas, sino que estuviesen en la duda y en la incertidumbre, siendo por lo mismo mayor su sorpresa, perdieron todas las naves, y la mayor parte de los soldados perecieron. De tal modo abatieron estos sucesos el ánimo del rey, que ajustó aquella paz tan afamada de no acercarse jamás al mar de Grecia a la distancia de una carrera de caballo y de no navegar dentro de las islas Cianeas y Quelidonias con nave grande y de proa bronceada, aunque Calístenes sostiene que el bárbaro no hizo tal tratado; mas en las obras guardó lo que se ha dicho, de miedo de aquella derrota, teniéndose a tanta distancia de la Grecia, que Pericles, con cincuenta galeras, y Efialtes con solas treinta, navegaron por aquella parte de las Quelidonias, sin que de los bárbaros se les ofreciera a la vista ni siquiera un barco. Pero Crátero, en su colección de decretos, insertó el tratado como hecho realmente, y aun se dice que los Atenienses erigieron con este motivo el ara de la paz, y que a Calias, que había sido el embajador, le colmaron de distinciones. Vendidos los despojos que entonces se tomaron, tuvo el pueblo fondos para otras muchas cosas, y edificó el muro de la ciudadela que mira al mediodía, habiéndose hecho rico con estas expediciones. Añádase que las largas murallas llamadas piernas, aunque se acabaron después, se empezaron entonces, y que el cimiento, como se hubiese dado con un terreno pantanoso y muelle, fue afirmado con toda seguridad por Cimón, que hizo desecar los pantanos con mucha arcilla y piedras muy pesadas, dando y aprontando para ello el caudal necesario. Fue el primero en hermosear la ciudad con aquellos lugares de recreo y entretenimiento, por los que hubo tanta pasión después, porque plantó de plátanos la plaza, y a la Academia, que antes carecía de agua y era un lugar enteramente seco, le dio riego, convirtiéndola en un bosque, y la adornó con corredores espaciosos y desembarazados, y con paseos en que se gozaba de sombra.
14. Como algunos Persas no quisiesen abandonar el Quersoneso, y aun llamasen de más arriba a los Tracios, con desprecio de Cimón, partió éste de Atenas con poquísimas naves, en busca de ellos, y con solas cuatro naves les tomó trece. Lanzando, pues, a los Persas y derrotando a los Tracios, puso bajo la obediencia de Atenas todo el Quersoneso. Después, venciendo por mar a los Tasios, que se habían rebelado a los Atenienses, les tomó treinta y tres naves, se apoderó, por sitio, de su ciudad, adquirió para Atenas las minas de oro que estaban al otro lado y ocupó todo el terreno sobre que dominaban los Tasios. De allí, pudiendo pasar a la Macedonia y ganar mucha parte de ella, como pareciese que lo había dejado por no querer, se le atribuyó que por el rey Alejandro había sido sobornado con presentes, sobre lo que tuvo que defenderse, persiguiéndole con encarnizamiento sus enemigos En su apología, ante los jueces, dijo que no había tenido hospedaje como otros entre los Jonios o los Tésalos, que son ricos, para recibir honores y agasajos, sino entre los Lacedemonios, cuya moderación y sobriedad había procurado imitar y aplaudir, no teniendo en nada la riqueza y si preciándose de haber enriquecido su ciudad con la opulencia de los enemigos. Haciendo Estesímbroto mención de este juicio, refiere que Elpinice, rogada por Cimón, fue a llamar a la puerta de Pericles, porque éste era el más violento de los acusadores, y que él, echándose a reír: “Vieja estás- le dijo-, vieja estás, Elpinice, para manejar tan arduos negocios”; mas que con todo, en la vista de la causa se mostró muy benigno con Cimón, no habiéndose levantado durante la acusación más que una sola vez, como para cumplir.
15. Salió, pues, absuelto de esta causa, y en las cosas de gobierno, mientras estuvo presente, dominó y contuvo al pueblo, que acosaba a los principales ciudadanos y procuraba atraer a sí toda la autoridad y el poder; pero cuando volvió a marchar a la armada, alborotándose los más y trastornando el orden existente de gobierno y las instituciones patrias en que antes habían vivido, poniéndose al frente Efialtes, quitaron al Senado del Areópago el conocimiento de todos los juicios, a excepción de muy pocos, y erigiéndose en árbitros de los tribunales introdujeron una democracia absoluta, teniendo ya entonces Pericles bastante influjo y habiéndose puesto de parte de los muchos. Por esta causa, como Cimón, a su vuelta, se hubiese indignado porque habían oscurecido la majestad del Consejo y hubiese intentado volver a llevar a él los juicios y restablecer la aristocracia de Clístenes, se juntaron muchos a gritar y a irritar al pueblo, recordándole lo de la hermana y acusándole de laconismo, acerca de lo cual son bien conocidos aquellos versos de Éupolis contra Cimón: No era hombre malo; un poco dado al vino, descuidado, y que a veces en Esparta noche solía hacer, aquí dejando sola y sin compañía a su Elpinice. Pues si falto de atención y tomado del vino conquistó tantas ciudades y alcanzó tantas victorias, es claro que, a haber estado cuerdo y atento, ninguno de los Griegos, ni antes ni después de él, hubiera igualado sus hechos.
16. Fue, en efecto, desde el principio partidario de Lacedemonia, y de dos hijos gemelos que tuvo de Clitoria, según dice Estesímbroto, al uno le puso por nombre Lacedemonio, y al otro, Eleo, por lo que Pericles muchas veces les dio en cara con su origen materno; pero Diodoro Periegetes dice que así éstos como Tésalo, hijo tercero de Cimón, fueron tenidos en Isódica, hija de Euriptólemo y sobrina de Megacles. Contribuyeron mucho a sus adelantamientos los Lacedemonios, que ya entonces estaban en contradicción con Pericles y querían que fuese este joven el que tuviese el mayor poder y autoridad en Atenas. Esto lo vieron al principio con gusto los Atenienses, no sacando poco partido de la benevolencia de los Lacedemonios hacía él; porque en el principio de su incremento, y cuando empezaban a tomar parte en los asuntos de los otros pueblos, aliados de unos y otros, no les venían mal los honores y los obsequios hechos a Cimón, puesto que entre los Griegos todo se manejaba a su arbitrio, siendo afable con los aliados y muy acepto a los Lacedemonios. Mas después, cuando ya se hicieron los más poderosos, vieron con malos ojos que Cimón permaneciese todavía no ligeramente apasionado de los Lacedemonios, porque él mismo también, celebrando para todo a los Lacedemonios ante los Atenienses, especialmente cuando tenía que reprender a éstos o que excitarlos a alguna cosa, había tomado la costumbre, según refiere Estesimbroto, de decirles: “¡Qué poco son así los Lacedemonios!” Con lo que se granjeó cierta envidia y displicencia de parte de sus conciudadanos. Pero de todas, la calumnia más poderosa contra él tuvo este origen: en el año cuarto del reinado de Arquidamo, hijo de Zeuxidamo, en Esparta, por un terremoto mayor que todos aquellos de que antes había memoria, en todo el territorio de los Lacedemonios se abrieron muchas simas, y estremecido el Taígeto, algunas de sus cumbres se aplanaron. La ciudad misma tembló toda, y fuera de cinco casas, todas las demás las derribó el terremoto. En el pórtico, en ocasión de estar lleno, ejercitándose en él a un tiempo los mozos y los muchachos, se dice que poco antes del temblor se apareció una liebre, y que los muchachos, ungidos como estaban, por una muchachada se pusieron a correr tras ella y perseguirla, y en tanto cayó el gimnasio sobre los mozos que se habían quedado, muriendo allí todos; y a su sepulcro aún se le da el día de hoy el nombre de Sismacia, tomado del terremoto. Previó al punto Arquidamo por lo presente lo que iba a suceder, y viendo que los ciudadanos se dedicaban a recoger en sus casas lo más precioso cada uno, mandó que la trompeta hiciera señal de que venían enemigos, para que a toda priesa acudieran armados a su presencia; esto solo fue lo que entonces salvó a Esparta, porque de todos los campos sobrevinieron corriendo los Hilotas para acabar con los que se hubieran salvado de los Espartanos; pero hallándolos en orden de batalla se retiraron a sus poblaciones, siendo, sin embargo, bien claro que iban a hacerles la guerra, por haber atraído a no pocos de los circunvecinos y venir ya también sobre Esparta los Mesenios. Envían, pues, los Lacedemonios a Atenas de embajador, para pedir auxilio, a Periclidas, de quien dice en una comedia suya Aristófanes que “sentado ante los altares, todo pálido, con una ropa de púrpura, pedía por compasión un ejército”. Oponíase Efialtes, y con el mayor empeño rogaba que se negase el socorro y no se restableciera una ciudad rival de Atenas, sino que se la dejase en el suelo, para ser pisado su orgullo; pero dice Critias que Cimón, anteponiendo el bien de los Lacedemonios al incremento de su patria, convenció al pueblo y salió a auxiliarlos con mucha infantería. Ion nos da cuenta de la principal razón con que movió a los Atenienses, que fue exhortarlos a que no dejaran coja la Grecia ni dieran lugar a que su ciudad quedara sin pareja.
17. Auxiliado que hubo a los Lacedemonios, volvía con su ejército por Corinto, y Lacarto le reconvino por haber entrado con sus tropas sin anuencia de aquellos ciudadanos, diciendo que aun los que llaman en puerta ajena no entran sin que el dueño les mande pasar adelante: a lo que Cimón le replicó: “Pues vosotros ¡oh Lacarto! no llamáis a las puertas de los Cleoneos y Megarenses, sino que, quebrantándolas, os introducís con las armas, creyendo que todo debe estar abierto a los que más pueden”. ¡Con esta arrogancia habló en tan oportuna ocasión! y pasó con su ejército. Volvieron los Lacedemonios a llamar en su socorro a los Atenienses contra los Mesenios e Hilotas, que se hallaban en Itome, y cuando ya los tuvieron a su disposición, temiendo su denuedo y aire marcial, los despidieron a ellos solos de todos los aliados, bajo el pretexto de que intentaban novedades. Retiráronse con grande enojo, y además de exasperarse muy a las claras contra los que laconizaban, condenaron a Cimón, valiéndose de un leve pretexto, al ostracismo por diez años: porque éste era el tiempo prefinido a todos los que sufrían esta pena. En esto, hallándose los Lacedemonios acampados en Tanagra, de vuelta de libertar a los de Delfos de los Focenses, les salieron los Atenienses al encuentro para darles batalla; y Cimón fue a colocarse con sus armas entre los de su tribu Enide, dispuesto a batirse contra los Lacedemonios en compañía de sus conciudadanos; pero el Consejo de los Quinientos, sabedor de ello y temiéndole, intimó a los generales a instigación de sus enemigos, que le imputaban ser su ánimo desordenar el ejército e introducir los Lacedemonios en la ciudad, que de ningún modo lo admitiesen. Retiróse, pues, rogando encarecidamente a Eutipo Anaflistio, y a los demás amigos que estaban más tildados de laconizar o ser adictos a los Lacedemonios, que pelearan esforzadamente, a fin de lavar con las obras, ante sus ciudadanos, aquella infundada nota. Estos, pues, tomando la armadura de Cimón, y colocándola en su puesto, se juntaron todos en uno, los ciento que eran, y corrieron a la muerte con el mayor arrojo, obligando a los Atenienses a que sintiesen su pérdida y a que se arrepintiesen de sus injustas sospechas. De aquí es que tampoco les duró mucho el enojo contra Cimón, ya porque trajeron a la memoria, como era debido, sus importantes servicios, y ya también porque así lo exigieron las circunstancias; porque vencidos en Tanagra en una reñida batalla, y esperando tener sobre sí para el verano un ejército de los del Peloponeso, llamaron de su destierro a Cimón, y tornó a su llamamiento, habiendo sido Pericles quien escribió el decreto: ¡tan subordinadas eran entonces al orden político las rencillas, tan templados los enojos y tan prontos a ceder a la común debilidad, y hasta tal punto la ambición, que sobresale entre todas las demás pasiones, sabia acomodarse a las necesidades de la patria!
18. Luego que volvió Cimón, al punto puso fin a la guerra y reconcilió las ciudades; pero como hecha la paz viese que los Atenienses no podían permanecer en reposo, sino que deseaban estar en acción y aumentar su poder por medio de expediciones, para que no incomodaran a los demás Griegos, ni dirigiéndose con muchas naves hacía las islas y el Peloponeso diesen ocasión a guerras civiles u origen a quejas de parte de los aliados contra la ciudad, tripuló doscientos trirremes, con muestras de marchar otra vez contra el Egipto y Chipre; llevando en esto la idea, por una parte, de que los Atenienses no se descuidaran nunca de la guerra contra los bárbaros, y por otra, de que granjearan justamente riquezas, trasladando a la Grecia la opulencia de sus naturales enemigos. Cuando todo estaba dispuesto y las tropas ya embarcadas, tuvo Cimón un sueño. Parecióle que una perra muy furiosa le ladraba, y que del ladrido salía una mezcla de voz humana que le decía: Ve, que has de ser amigo mío y de estos mis tiernos cachorrillos. Siendo tan difícil y oscura esta visión, Astífilo Posidionata, que era adivino y muy conocido de Cimón, dijo que aquello significaba su muerte, explicándolo de esta manera: el perro es el enemigo de aquel a quien ladra, y de un enemigo nunca se hace uno mejor amigo que a la muerte; y la mezcla de la voz designa un enemigo medo, porque el ejército de los Medos se compone de Griegos y bárbaros. Después de este ensueño, estando él mismo sacrificando a Baco, dividió el sacerdote la víctima, y la sangre ya cuajada la fueron llevando poco a poco unas hormigas, y poniéndola pegada en el dedo grande del pie de Cimón, sin que esto se advirtiese por algún tiempo; pero, cabalmente al mismo echarlo de ver, vino el sacerdote mostrándole el hígado sin cabeza. Con todo, no pudiendo desentenderse de la expedición, siguió adelante, y enviando sesenta naves al Egipto navegó con todas las demás. Venció la armada del rey, compuesta de naves de la Cilicia y la Fenicia, ganó todas las ciudades de Chipre, amagando a las de Egipto, siendo su ánimo nada menos que de destruir todo el imperio del rey, mayormente después de haber entendido que era grande el poder y autoridad de Temístocles entre los bárbaros, y que había ofrecido al rey, al mover guerra a los Griegos, que él iría de general. Pero se dice que Temístocles, como desconfiase de poder salir bien en las cosas de los Griegos, y más todavía, de superar la dicha y esfuerzo y destreza de Cimón, se quitó a si mismo la vida. Preparados así por Cimón los principios de grandes combates, y manteniéndose con su escuadra a la inmediación de Chipre, envió mensajeros al templo de Amón, a inquirir del Dios cierto oráculo oscuro; pues nadie sabe determinadamente a qué fueron enviados. Ni tampoco el dios les dio oráculo alguno, sino que, al tiempo mismo de acercarse, mandó que regresaran los de la consulta, porque él tenía ya consigo a Cimón. Oyendo esto los mensajeros, bajaron al mar, y cuando llegaron al campo de los Griegos, que ya estaba en el Egipto, supieron que Cimón había muerto, y, computando los días que pasaron cerca del oráculo, reconocieron habérseles dado a entender la muerte del caudillo con decírseles que ya estaba con los dioses.

19. Murió teniendo sitiado a Cicio, de enfermedad, según los más, aunque algunos dicen que fue de una herida que recibió combatiendo con los bárbaros. Al morir, encargó a sus subalternos que al punto volvieran a la patria, ocultando su fallecimiento; así sucedió que, no habiéndolo sabido ni los enemigos ni los aliados, hicieron con seguridad su regreso, acaudillados, como dice Fanodemo, por Cimón, que hacía treinta días estaba muerto. Después que él falleció, ya nada de entidad se hizo contra los bárbaros por ninguno de los capitanes griegos, sino que, armados unos contra otros, por las instigaciones de los demagogos y de los fomentadores de discordias, sin que nadie se pusiera de por medio para contener sus manos, se despedazaron con guerras intestinas, dando respiración al rey en sus negocios y causando una indecible ruina en el poder de los Griegos. Ya más tarde, Agesilao, llevando sus armas al Asia, dio algún paso en la guerra contra los generales del rey, pero sin haber hecho nada grande o de importancia. Llamado otra vez, por disensiones y disturbios de los Griegos, que de nuevo sobrevinieron, se retiró, dejando a los exactores persas de los tributos en medio de las ciudades confederadas y amigas; cuando no se había visto que ni un mal correo ni un caballo se acercara a aquel mar ni a cuatrocientos estadios durante el mando de Cimón. Haber sido sus despojos traídos al Ática lo atestiguan los sepulcros que aún hoy se llaman Cimóneos. También los Cicienses honran un sepulcro de Cimón, por haberles encargado el Dios en cierta hambre y esterilidad, según el orador Nausícrates, que no se olvidaran de Cimón, sino que le dieran culto y lo veneraran como un ser supremo. Tal fue el general griego.

lunes, 26 de enero de 2015

lunes, 14 de abril de 2014

DIÓGENES LAERCIO, VIDAS DE LOS FILÓSOFOS MÁS ILUSTRES: LIBRO DÉCIMO

LIBRO DÉCIMO

EPICURO

1. Epicuro, hijo de Neocles y Cherestrata, fue natural de Gargetto, pueblo del territorio de Atenas, y descendiente de la familia de los Filaidas, como dice Metrodoro en el libro De la nobleza. Otros, con Heráclito en el Epítome de Soción, dicen que como los atenienses sorteasen los colonos que debían ir a Samos, fue educado allí, y a los dieciocho años de edad pasó a Atenas en tiempo que Jenócrates enseñaba en la Academia y Aristóteles en Calcide. Que muerto Alejandro Macedón, y decaídos los atenienses reinando Perdicas, se fue a Colofón, donde vivía su padre. Que habiendo estado allí tiempo y juntado discípulos, regresó a Atenas bajo de Anaxicrates, adonde filosofó algún tiempo juntamente con otros, pero luego estableció secta propia llamada de su nombre. Según él mismo dice, se dedicó a la Filosofía en persecución de los sofistas y gramáticos, por no haber sabido explicar a uno de ellos lo que significa en Hesíodo la voz χάους (chaous). Y Hermipo asegura que fue primero maestro de escuela, pero después, habiendo visto por acaso dos libros de Demócrito, se entregó a la Filosofía, y que por esto dijo Timón de él:

De Samos ha salido
el físico postrero, el impudente,
el maestro de niños,
el más duro y brutal de los mortales.

2. Por exhortación suya filosofaban con él sus tres hermanos, Neocles, Queredemo y Aristóbolo; así lo dice Filodemo Epicúreo en el libro X de su Catálogo de los filósofos. Hasta un esclavo suyo llamado Mus filosofó con él, como lo dice Mironiano en sus Capítulos históricos. Siendo enemigo suyo Diótimo Estoico, lo vulneró amarguísimamente, publicando con nombre de Epicuro cincuenta cartas impúdicas y escandalosas; como también las referidas a Crisipo, ordenándolas como si fuesen del mismo Epicuro. Aun Posidonio Estoico, Nicola, Soción en la duodécima de las intituladas Demostraciones diócleas, la cual versa sobre la carta veinticuatro, y Dionisio Halicarnaseo, son sus perseguidores.
3. Dicen que andaba con su madre girando por las casucas y habitaciones populares recitando versos lustratorios, y que enseñó las primeras letras con su padre, por un estipendio bajísimo. Que prostituyó a uno de sus hermanos, y que él se servía de la meretriz Leontio. Que se arrogó los escritos de Demócrito acerca de los átomos, y los de Aristipo acerca del deleite. Que no fue ingenuo ni legítimo ciudadano, como lo dicen Timócrates y Heródoto en el libro De la pubertad de Epicuro. Que en sus cartas aludió indignamente a Mitres, mayordomo de Lisímaco, llamándolo Apolo y rey;. Que ensalzó y aduló a Idomeneo, a Heródoto y a Timócrates que habían explicado sus dogmas, hasta entonces oscuros; y lo mismo hace en las cartas a dicha Leontio, por estas palabras: «¡Oh Apolo rey, amado Leontillo, cuan grande alegría y conmoción llenó mi ánimo leída tu pequeña carta!» Y a Temista, mujer de Leonteo, le dice: «Estoy resuelto a ir corriendo a cualquier parte que me llaméis vosotros y Temista, caso que vosotros no vengáis a verme.» Que a Pitocles, que era muy hermoso, le dice: «Aquí estaré sentado esperando tu ingreso divino y amable.» Que en otra carta a Temista cree persuadirla, como dice Teodoto en el libro IV Contra Epicuro. Que escribía a otras muchas amigas, singularmente a Leontio, a la cual amaba Metrodoro.
4. Que en su libro Del fin, escribe así: «Yo ciertamente no tengo cosa alguna por buena, excepto la suavidad de los licores, los deleites de Venus, las dulzuras que percibe el oído y las bellezas que goza la vista.» No menos Epiceto lo llama petulante en el hablar, y lo reprende en extremo. Timócrates, hermano de Metrodoro y discípulo suyo, después de haber abandonado su escuela, dice en sus libros De la alegría que Epicuro vomitaba dos veces al día por los excesos del lujo y molicie; añadiendo que aun él apenas se había podido escapar de aquella filosofía nocturna y secreto conventículo. Que Epicuro ignoró muchas cosas acerca de la oración, y muchas más en el gobierno de la vida. Que era tan miserable la constitución de su cuerpo, que en muchos años no pudo levantarse de la silla. Que cada día gastaba una mina en la mesa, como dice él mismo en su carta a Leontio y en las que escribió a los filósofos de Mitileneo. Que a él y a Metrodoro concurrían también las meretrices Marmario, Hedía, Erocio, Nicidio y otras.
5. Que en sus treinta y siete libros de Física dice muchísimas cosas de éstas, y contradice en ellos a muchísimos, singularmente a Nausifanes, hablando así: «Tuvo éste más que ningún otro una jactancia sofística, como que paría por la boca, semejante a la mayor parte de los esclavos.» Y que en sus cartas dice también de Nausifanes: «Estas cosas lo arrebataron al exceso de maldecirme y llamarse mi maestro.» Llamábalo además «pulmón, iliterato, engañoso y bardaja», que a los discípulos de Platón los llamaba «aduladores de Dionisio»; al mismo Platón le daba el epíteto de «áureo»; y a Aristóteles lo llamó «un perdido, porque habiendo malgastado todos sus haberes, tuvo que darse a la milicia, y aun a vender medicamentos». Que a Protágoras lo llamaba «Faquín, escribiente de Demócrito, y hombre que enseñaba a leer y escribir por los cortijos.» A Heráclito, «confundidor»; a Demócrito, «Lerócrito»; a Antidoro, «Sainidoro»; a los cirenaicos, «enemigos de Grecia»; a los dialécticos, «demasiado envidiosos»; y a Pirro, «indocto y sin educación alguna».
6. Pero todos éstos ciertamente deliran, pues hay muy bastantes que atestiguan la ecuanimidad de este varón invicto para con todos: su patria, que lo honró con estatuas de bronce; sus amigos, que eran en tan gran número que ya no cabían en las ciudades; todos sus discípulos, atraídos de sus dogmas como por sirenas, excepto Metrodoro Estratonicense, que se pasó a Carnéades, acaso porque le era gravosa su benignidad constante; la sucesión de su escuela, la cual permanece sin interrupción de maestros a discípulos, cuando todas las otras han acabado; su gran decogimiento y mucha gratitud a sus padres, beneficencia con sus hermanos y dulzura con los criados (como consta en sus testamentos), algunos de los cuales estudiaron con él la Filosofía, y de cuyo número fue el tan celebrado Mus arriba nombrado.
7. Su piedad para con los dioses, su amor a la patria y el afecto de su ánimo son imponderables. Su extrema bondad y mansedumbre no lo dejaron entrar en asuntos de gobierno. Afligida la Grecia por las calamidades de los tiempos, siempre se mantuvo en ella, excepto dos o tres veces que pasó a diferentes lugares de la Jonia a ver a sus amigos, que de todas partes concurrían a visitarlo y aun a quedarse con él en el jardín que había comprado por ocho minas, como dice Apolodoro. Vivían éstos, según escribe Diocles en el libro III de su Excursión, de comestibles sumamente baratos y simples,b«pues se contentaba —dice— con una cotila de vino común, y cualquier agua les servía de bebida». Epicuro no establecía la comunidad de bienes como Pitágoras, el cual hacía comunes las cosas de los amigos; pues esto es de personas poco fieles, y entre éstas no puede haber amistad. él mismo escribe en sus cartas «que tenía lo suficiente con agua y pan bajo». Y «envíame —dice— queso citridiano, para poder comer con mayor abundancia cuando quisiere». Tal era la vida de este que dogmatizaba ser el deleite el fin del hombre y de quien Ateneo canta así en un epigrama:

«Mortales, ¡oh mortales!
Por lo peor lidiáis y más nocivo.
Un insaciable lucro
a guerras os despeña y contenciones.
Cortos hizo Natura los espacios
de la riqueza humana;
y del vano deseo los confines
interminables son y desmedidos.»
Esto decía el hijo de Neocles
sabia y prudentemente,
habídolo de boca de las musas
o de los sacros trípodes de Pitio.

Esto constará todavía más adelante por sus dogmas y palabras.
8. Diocles dice que de los antiguos tenía en mucho a Anaxágoras (no obstante que lo contradice en algunas cosas) y a Arquelao, maestro de Sócrates, y que ejercitaba a sus discípulos hasta que aprendiesen de memoria sus escritos. Apolodoro dice en las Crónicas que sus maestros fueron Lisifanes y Praxifanes, pero él no lo dice; antes en la Carta a Eurídico asegura fue discípulo de sí mismo. Y añade que ni él ni Hermaco dicen hubiese existido jamás el filósofo Leucipo, no obstante que Apolodoro Epicúreo y otros aseguran fue maestro de Demócrito. Y Demetrio de Magnesia dice por otra parte que Epicuro había sido discípulo de Jenócrates.
9. Usa en cada cosa un lenguaje muy propio y autorizado, al cual censura como demasiado propio el gramático Aristófanes. Efectivamente, era tan claro, que en el libro de la Retórica nada inculca más que la claridad de los discursos. En las cartas, en vez de Χαίρειν (chairein) alegrarse o gozarse ponía Εὖ πράττειν (eu prattein), obrar bien; y Σπουδαίως ζῆν Ἀρίστων (spoudaios zein ariston), el vivir honestamente es óptimo. Otros dicen en la Vida de Epicuro, que escribió un Directorio al trípode de Nausifanes, de quien afirman fue discípulo, como también que en Samos lo fue de Panfilo Platónico. Que empezó a filosofar de edad de doce años, y que regentó la escuela cerca de treinta y dos. «Nació, dice Apolodoro en las Crónicas, el año III de la Olimpíada CIX, siendo arconte Sosígenes, el día 7 del mes de Gamelión, siete años después de muerto Platón. A los treinta y dos de su edad tuvo escuela en Mitilene y Lámpsaco, la que duró cinco años; después pasó a Atenas, donde murió el 11 de la Olimpíada CXXVII, siendo arconte Pitarato, habiendo vivido setenta y dos años. Sucedióle en la escuela Hermaco Miteleneo, hijo de Agemarco.»
10. Hermaco escribe en sus Cartas que murió de mal de piedra, que le interceptó la orina, el día catorce de la enfermedad. Y Hermipo dice sucedió su muerte habiendo entrado en un labro o baño de bronce lleno de agua caliente, pedido vino puro para beber, y exhortando a los amigos a que se acordasen de sus dogmas. Mis versos a él son éstos:

«Adiós, y recordaos de mis dogmas.»
Esto dijo Epicuro a sus amigos
en su postrer aliento.
Metióse luego en el caliente labro,
sorbió un poco de mero, y detrás d'éste
bebió las frías aguas del Leteo.

11. Ésta fue la vida de tal varón; ésta fue la muerte. Testó de esta manera: «Doy todo cuanto tengo a Aminomaco de Bate, hijo de Filócrates, y a Timócrates de Pótamo, hijo de Demetrio, al tenor de la donación hecha a entrambos en el Metroo,  con la condición de que den el jardín y sus pertenencias a Hermaco de Mitileneo hijo de Agemarco, a los que filosofan con él, y a los que Hermaco dejase sucesores en la escuela para filosofar allí. Y a fin de que procuren conservar perpetuamente en lo posible los que filosofan bajo mi nombre con Aminomaco y Timócrates la escuela, que está en el jardín mismo, se lo entrego en depósito a ellos y a sus herederos del modo más valedero y firme, para que también ellos conserven el dicho jardín del mismo modo que aquellos a quienes éstos lo entregaren, como a discípulos y sucesores de mi escuela y nombre.
12. «La casa que tengo en Melite la entregarán Aminomaco y Timócrates a Hermaco, para habitarla durante su vida, y los que con él filosofen. De las rentas que hagan los bienes que he dado a Aminomaco y a Timócrates, de acuerdo con Hermaco, tomarán la parte que se pueda, y la invertirán en sacrificios por mi padre, madre y hermanos, y por mí en el día de mi nacimiento, que, según costumbre, se celebra ya cada año en la primera decena de Gamelión. Y también se empleará en gastos de los confilosofantes que concurran el día 20 de cada mes, que está señalado para mi memoria y la de Metrodoro. Celebrarán también el día destinado a mis hermanos en el mes de Posidón, como yo he practicado, y el de Polieno en el mes de Metagitnión.
13. «Cuidarán igualmente Aminomaco y Timócrates de Epicuro, hijo de Metrodoro, y del hijo de Polieno, mientras estudian Filosofía y viven con Hermaco. Igual cuidado tendrán de la hija de Metrodoro, la cual, llegada a la edad competente, la casarán con quien Hermaco eligiere de los que filosofan con él, siendo ella arreglada en costumbres y obediente a Hermaco. Entonces, Aminomaco y Timócrates les darán anualmente de mis rentas, para su mantenimiento, lo que les pareciere bastante, consultándolo con Hermaco. Harán dueño a Hermaco de las rentas, para que cada cosa se haga por su dirección y consejo, puesto que ha envejecido filosofando conmigo, y ha quedado director y principal de mis discípulos y escuela. La dote que se dará a la muchacha, ya nubil y llegada coyuntura de casarse, lo deliberarán Aminomaco y Timócrates, tomándola de los bienes, y con acuerdo de Hermaco.
14. «Cuidarán, asimismo, de Nicanor, según yo lo he practicado, para que cuantos han filosofado conmigo, puesto sus bienes en uso propio de todos nosotros, y dándonos prueba de un sumo y estrecho amor han querido envejecer con nosotros en la Filosofía, nada les falte de lo necesario en cuanto mis facultades alcancen. Entregarán todos mis libros a Hermaco. Si éste muriese antes que los hijos de Metrodoro lleguen a la edad adulta, Aminomaco y Timócrates les darán, siendo ellos de vida arreglada, lo que de mis bienes les parezca necesario, atendido el alcance de la herencia. Y en suma, tomarán a su cuidado el que se hagan debidamente todas las demás cosas como quedan ordenadas. De mis esclavos, doy libertad a Mus, a Nicias y a Licón, como también la doy a Fedrilla mi esclava.»
15. Estando ya para morir, escribió a Idomeo la carta siguiente: «Hallándonos en el feliz y último día de vida, y aun ya muriendo, os escribimos así: tanto es el dolor que nos causan la estranguria y la disentena, que parece no puede ser ya mayor su vehemencia. No obstante, se compensa de algún modo con la recordación de nuestros inventos y raciocinios. Tú, como es razón, por los testimonios de amor a mí y a la Filosofía que me tienes dado desde tu mocedad, tomarás a tu cargo el cuidado de los hijos de Metrodoro.» Hasta aquí su testamento.
16. Tuvo muchos y muy sabios discípulos, como Metrodoro (Ateneo, Timócrates y Sandes) Lampsaceno, el cual, desde que lo conoció, jamás se apartó de él, excepto seis meses que estuvo en su casa, y se volvió luego. Fue Metrodoro hombre en todo bueno, como escribe Epicuro en su testamento inserto arriba, y en su Tercer Timócrates. Siendo tal como era, casó a su hermana Batilde con Idomeneo, y recibió en concubina a la meretriz Ática Leontio. Era constantísimo de ánimo contra las adversidades y contra la misma muerte, según dice Epicuro en el Primer Metrodoro. Dicen que murió siete años antes que aquél, a los cincuenta y tres de su edad. En efecto, Epicuro mismo, en el testamento puesto arriba, lo supone ya muerto, encargando encarecidamente, el cuidado de sus hijos. Tuvo Metrodoro en su compañía a su arriba dicho hermano Timócrates. Los libros que escribió Metrodoro son: A los médicos, tres libros; De los sentidos, a Timócrates; De la magnanimidad, De la enfermedad de Epicuro, Contra los dialécticos, Contra los sofistas, nueve libros; Aparato para la sabiduría, De la transmutación, De la riqueza, Contra Demócrito, De la nobleza.
17. Fue también discípulo suyo Polieno de Lámpsaco, hijo de Atenodoro, hombre benigno y amable, como lo llamó Filodemo. Lo fue igualmente su sucesor Hermaco Mitileneo (hijo de Agemarco, hombre pobre), el cual al principio seguía la Oratoria. De éste quedan excelentes libros, que son éstos: veintidós Cartas acerca de Empédocles, De las Matemáticas, contra Platón y contra Aristóteles. Murió en casa de Lisias este varón ilustre. También lo fueron Leonteo, Lampsaceno y su mujer Temita, a la cual escribió Epicuro. Lo fueron, asimismo, Colotes e Idomeneo, también lampsacenos.
18. éstos fueron los discípulos más ilustres de Epicuro, a los cuales se añaden Polístrato, sucesor de Hermaco (a éste sucedió Dionisio, Basílides), Apolodoro, el apellidado Κηποτύραννος, (cepotyrannos), que también fue célebre, habiendo escrito más de quinientos libros; los dos Tolomeos Alejandrinos, el negro y el blanco. Zenón Sidonio, oyente también de Apolodoro, hombre que escribió mucho; Demetrio, el cognominado Lacón; Diógenes Tarsense, que escribió Escuelas selectas; Orion,  finalmente, y otros, a quienes los verdaderos epicúreos llaman sofistas. Hubo además otros tres Epicúreos: uno, hijo de Leonteo y Temista; otro, natural de Magnesia, y otro que fue gladiador.
19. Epicuro escribió muchísimos libros, tanto que superó a todos en esto, pues sus volúmenes son hasta trescientos, y por defuera ninguno tiene otro título que Estas son palabras de Epicuro. Anduvo Crisipo celoso de él en los muchos escritos, como lo dice Carnéades llamándolo Parásito de los libros de Epicuro; porque cuando éste escribía algo, luego salía Crisipo con otro escrito igual. Por esta razón escribió repetidas veces una misma cosa, no reviendo lo escrito antes, y haciendo especies apresuradamente sin corrección alguna. Son también tantas las citaciones y pasajes de autores que incluye en sus obras, que hay libros enteros que no contienen otra cosa; lo que también hallamos en Zenón y en Aristóteles.
20. Tantos, pues, y tan grandes son como he dicho los libros de Epicuro; pero los más importantes son éstos: treinta y siete libros, De la Naturaleza, De los átomos y del vacuo, Del amor, Epítome de los escritos contra los físicos, Dudas contra los megáricos, Sentencias selectas, De las sectas, De las plantas, Del fin, Del criterio o regla, Queredemo o de los dioses, De la santidad o Hegesianax, cuatro libros De las Vidas, De las obras justas, Neocles, a Temista; Convite, Euríloco, A Metrodoro, De la vista, Del ángulo del átomo, Del tacto, Del hado, Opiniones acerca de las pasiones, a Timócrates; Pronóstico, Exhortatorio, De las imágenes mentales, De la fantasía, Aristóbolo, De la Música, De la justicia y demás virtudes, De los dones y gracia, Polimedes, Timócrates, tres libros; Metrodoro, cinco; Antidoro, dos; Opiniones acerca de las enfermedades, a Mitres; Calístolas, Del Reino, Anamenes, Epístolas.
21. Procuraré dar un sumario de los dogmas y opiniones contenidos en estos libros, trayendo tres cartas suyas, en las cuales comprende toda su filosofía. Pondré también sus sentencias escogidas, y otras cosas que parezcan dignas de notar, a fin de que sepas cuan gran varón fue éste en todo, si es que yo soy capaz de juzgarlo. La carta primera la escribe a Heródoto, y es acerca de las cosas naturales; la segunda a Pitocles, y trata de los cuerpos celestes, y la tercera a Meneceo, en la cual se contienen las cosas necesarias a la vida. Comenzaré, pues, por la primera, luego después de haber dicho alguna cosa sobre la división de la Filosofía, según su sentencia.
22. Divide la Filosofía en tres partes o especies: canónica, física y moral. La canónica contiene el ingreso o aparato de las operaciones, y la da en el libro intitulado Canon. La parte física encierra toda la contemplación de la naturaleza, y se halla en sus treinta y siete libros De la Naturaleza, y en sus Cartas por orden alfabético. Y la moral trata de la elección y fuga, y se contiene en los libros De las Vidas, en las Cartas y en el libro Del fin. Pero se ha acostumbrado poner la canónica unida a la física, y la llaman criterio, principio y parte elemental o institutiva. A la parte física la intitulan De la generación y corrupción, y De la naturaleza. Y a la moral, De las cosas elegibles y evitables, De las vidas y Del Fin.
23. Reprueban la Dialéctica como superflua, pues en cualquiera cosa les basta a los físicos entender los nombres. Y Epicuro dice en su Canon, que los criterios de la verdad son los sentidos, las anticipaciones y las pasiones; pero los epicúreos añaden las accesiones fantásticas de la mente; bien que el mismo Epicuro dice esto en el Epítome a Heródoto y en las Sentencias escogidas: «Todo sentido, dice, es irracional e incapaz de memoria alguna; pues ni que se mueva por sí mismo ni que sea movido por otro, puede añadir ni quitar cosa alguna. Tampoco hay quien pueda reconvenirlos: no un sentido homogéneo a otro homogéneo, por ser iguales en fuerzas: no un sentido heterogéneo a otro heterogéneo, por no ser jueces de unas mismas cosas: ni tampoco un sentido a otro sentido, pues los tenemos unidos todos. Ni aun la razón puede reconvenirlos, pues toda razón pende de los sentidos, y la verdad de éstos se confirma por la certidumbre de las sensaciones. Efectivamente, tanto subsiste en nosotros el ver y oír, como el sentir dolor. Así que las cosas inciertas se notan por los signos de las evidencias. Aun las operaciones del entendimiento dimanan todas de los sentidos, ya por incidencia, ya por analogía, ya por semejanza y ya por complicación; contribuyendo también algo el raciocinio. Los fantasmas de maniáticos y los que tenemos en sueños son verdaderos y reales, puesto que mueven; y lo que no es no mueve.»
24. A la anticipación la entienden como comprensión, opinión recta, cogitación,  o como un general conocimiento innato, esto es, la reminiscencia de lo que hemos visto muchas veces, verbigracia, tal como esto es el hombre; pues luego que pronunciamos hombre, al punto por anticipación conocemos su forma, guiándonos los sentidos. Así, que cualquiera cosa, luego que se le sabe el nombre, ya está manifiesta; y ciertamente no inquiriríamos lo que inquirimos si antes no lo conociésemos, verbigracia, cuando decimos lo que allá lejos se divisa, ¿es caballo o buey? Para esto es menester tener anticipadamente conocimiento de la forma del caballo y del buey, pues no nombraríamos una cosa no habiendo aprendido con anticipación su figura. Luego las anticipaciones son evidentes. También lo opinable pende de alguna cosa antes manifiesta, a la cual referimos lo que hablamos, verbigracia, diciendo: ¿De dónde sabemos si esto es hombre?
25. A la opinión la llaman también conjetura o existimación; y dicen que es verdadera o falsa, a saber si la atestigua alguna prueba, o bien si no hay testimonio que la refute, es verdadera; y si no hay prueba que la asevere, o la hay que la refute, es falsa. De aquí se introdujo la voz permaneciente; verbigracia, permanecer cerca y acercarse a la torre, y observar cuál aparece de cerca.
26. Dicen que las pasiones son dos, deleite y dolor, las cuales residen en todos los animales: una es doméstica o propia; la otra es ajena; y por ellas se juzgan las elecciones y fugas. Que las cuestiones unas son de cosas, y otras de sólo nombre o voz. Hasta aquí de la división y criterio sumariamente. Ahora vamos a la carta.

«EPICURO A HERÓDOTO: GOZARSE
27. «Para los que no puedan, oh Heródoto, indagar cada cosa de por sí de las que he escrito acerca de la Naturaleza, ni estudiar libros voluminosos, hago este resumen de todo ello a fin de darles un entero y absoluto memorial de mis opiniones y de que puedan en cualquiera tiempo valerse de él en las cosas más importantes, caso que se dediquen a la contemplación de la Naturaleza. Aun los aprovechados en el estudio del universo deben esculpir en la memoria una imagen elemental de todo, pues más necesitamos de un prontuario general y memorial abreviado, que de las cosas en particular. Entraremos, pues, en él, y lo encomendaremos repetidas veces a la memoria, para que cuando emprendamos la consideración de cosas importantes concebidas antes, e impresas en la memoria de las imágenes o elementos generales, hallemos también exactamente las particulares. Lo primero y principal en un aprovechado es poder usar diestramente de su discurso cuando se ofrezca, tanto en los compendios simples y elementales, cuanto en la contemplación de las voces. Ello es que no es posible sepa la inmensa muchedumbre de las cosas en general quien no sabe reducir a pocas palabras toda su serie y cuanto se halle tratado antes particularmente. Por lo cual, siendo útil a cuantos se dedican a la fisiología este método de escribir, y amonestando muchas veces a ejecutarlo por los físicos, singularmente los dados a esta tranquilidad de vida, conviene formar este tal cual compendio de los primeros elementos de las opiniones.
28. «Primeramente, pues, oh Heródoto, conviene entender el significado de las voces, para que con relación a él podamos juzgar de las cosas, ya opinemos, ya inquiramos, o ya dudemos, a fin de que no resulte un proceso en infinito andando las cosas vagas e irresolutas, y no estemos sólo con lo vano de las voces. Es, pues, necesario lo primero atender a la noción de cada palabra, y ya nada necesita de demostración, pues tendremos lo inquirido, lo dudado y lo opinado sobre que nos aprovechemos. O bien conviene observar todas las cosas según los sentidos, y simplemente según las accesiones ya del entendimiento, ya de cualquiera criterio. En el mismo grado se hallan las pasiones; con lo cual tenemos por donde notar lo permanente y lo cierto.
29. «Conocidas estas cosas, conviene ya ver las ocultas. Será lo primero, que nada se hace de nada o de lo que no existe; pues de lo contrario, todo nacería de todo sin necesitar de semillas. Y si lo que se corrompe no pasara a ser otra cosa, sino a la no existencia, ya todo se hubiera acabado. Pero el universo siempre fue tal cual es hoy, tal será siempre, y nada hay en que se convierta; pues fuera del mismo universo nada hay que pueda pasar y en que pueda hacer mudanza. Esto ya lo dije al principio del Epítome mayor, y en el primero de los libros De la Naturaleza. El universo es cuerpo; y que hay cuerpos en todo lo atestigua el sentido, estribando en el cual, es fuerza concluir de lo oculto por medio del raciocinio, como dije antes. Si no hubiese el que llamamos vacuo, el lugar, y la naturaleza intocable, no tendrían los cuerpos adonde estuviesen, ni por donde se moviesen, como es claro se mueven. Fuera de esto nada puede entenderse ni aun por imaginación, comprensivamente, o análogamente a lo comprensible, como que está recibido por todas las naturalezas, y no como se llaman secuelas y efectos de ello. [Esto mismo dice en el libro I De la Naturaleza, en el XIV, en el XV y en el Epítome grande.]
30. «De los cuerpos, unos son concreciones y otros son cuerpos simples de que las concreciones se forman. Son éstas indivisibles e inmutables, puesto que no pueden pasar todos a la no existencia, antes bien perseveran firmes cuando se disuelvan los compuestos, siendo llenos por naturaleza, y no tienen en qué ni cómo se disuelvan. Así, los principios de las cosas precisamente son las naturalezas de estos cuerpos átomos o indivisibles. Aun el universo es infinito e ilimitado: porque lo que es limitado tiene término o extremo: el extremo se mira por causa de otro: así, lo que no tiene extremo tampoco tiene fin; lo que no tiene fin es infinito y no limitado. El universo es infinito, ya por la muchedumbre de estos cuerpos, ya por la magnitud del vacuo: porque si el vacuo fuese infinito y los cuerpos finitos, nunca estos cuerpos reposarían, sino que andarían dispersos por el vacuo infinito, no teniendo quien lo fijase y comprimiese en sus choques y percusiones. Si el vacuo fuese finito y los cuerpos infinitos, no tendrían estos cuerpos infinitos donde estar.
31. «Más: estos cuerpos indivisibles y llenos, de los cuales se forman las concreciones y en los cuales se disuelven, son incomprensibles o incapaces de ser circunscritos, por la variedad de sus figuras; pues no es posible que la gran diferencia de estas mismas figuras conste de átomos comprendidos. Y más: que cada figura contiene simplemente infinitos átomos; aunque en las diferencias o variedades no son simplemente infinitos, sino sólo incomprensibles. [Pues, como dice más abajo, no hay división en infinito. Dice esto porque sus cantidades se mudan; si no es que alguno las eche simplemente al infinito aun en cuanto a las magnitudes.]
32. «Los átomos se mueven continuamente. [Y más abajo dice «que se mueven con igual celeridad de movimiento, prestándoles el vacuo perpetuamente semejante viaje, tanto a los levísimos cuanto a los gravísimos. Que unos están muy distantes entre sí; otros retienen su trepidación cuando están destinados a complicarse, o son corroborados por los complicables. La naturaleza del vacuo que separa cada átomo es quien obra esto, ya que no pueden darles firmeza. La solidez que ellos tienen causa su trepidación y movimiento, a efectos de la colisión. Que estos átomos no tienen principio, supuesto que ellos y el vacuo son causa de todo». Dice también más adelante: «Que los átomos no tienen ninguna cualidad, excepto la figura, la magnitud y la gravedad.» Y en el libro X de sus Elementos o Instituciones afirma: «Que el color de los átomos se cambia según la variedad de sus posiciones; como también que acerca de ellos no se trata de magnitud propiamente tal, pues que el átomo nunca se percibió por los sentidos.»] Esta voz, cuando se recuerda todo esto, envía a la mente un tipo de imagen idónea de la naturaleza de las cosas.
33. «Hay infinitos mundos, sean semejantes o desemejantes; pues siendo los átomos infinitos, como poco ha demostramos, son también llevados remotísimamente. Ni los átomos (de los cuales se hizo o se pudo hacer el mundo) quedaron absumidos en un mundo ni en infinitos; en semejantes a éste, o en desemejantes. Así, no hay cosa que impida la infinidad de mundos. Aun los tipos o imágenes son semejantes en figura a los sólidos y firmes, no obstante que su pequeñez dista mucho de lo perceptible y aparente. Ni estas separaciones o apartamientos pueden no hacerse en lugar circunscripto, ni la aptitud no proceder de la operación de los vacuos y pequeñeces, ni los efluvios dejar de conservar en adelante la situación y base que tienen en los sólidos. A estos tipos los llamamos imágenes. Asimismo, este llevamiento hecho por el vacuo sin choque alguno con otras cosas, es tan veloz, que corre una longitud incomprensible por grande, en un punto indivisible de tiempo; pues igual lentitud y velocidad reciben con la repercusión y la no repercusión. Ni por eso el cuerpo que es llevado hacia abajo llega a muchos lugares igualmente, según los tiempos que especulamos por la razón, pues esto es incomprensible; y él viene juntamente en tiempo sensible de cualquier paraje del infinito, pero no viene de aquel de quien concebimos es hecho el llevamiento. Lo mismo sucederá a la repercusión, aunque mientras tantos dejemos sin interrupción lo breve del llevamiento.
34. «Es útil poseer este principio, o sea elemento, por razón que las imágenes buenas y provechosas usan de las más extremadas tenuidades. Tampoco se les opone ninguna cosa aparente, y por eso tienen una velocidad extrema, siéndoles proporcionado y conmensurable todo poro o conducto. Además que a su infinito nada o pocas cosas hay que causen obstáculo, cuando a lo mucho e infinito siempre hay quien obste. Añádese que la producción de las imágenes se hace tan velozmente como el pensamiento. El flujo de efluvios de la superficie de los cuerpos es continuo, y desconocido de los sentidos, por la plenitud opuesta que guarda en el sólido la situación y orden de los átomos por mucho tiempo; si bien alguna vez está confusa. Las congresiones en el contenido o circunscrito son veloces, por no ser necesario que la plenitud se haga según la profundidad; y hay algunos otros modos que producen estas naturalezas: ni cosa alguna de éstas relucía a los sentidos si atiende uno a cómo las imágenes producen las operaciones cuando de las cosas externas remiten a nosotros las simpatías, o sea correspondencias.
35. «Conviene, pues, juzgar que cuando entra alguna cosa externa en nosotros, vemos sus formas y las percibimos con la mente. Ni las cosas externas pueden descubrirnos su naturaleza, su color y su figura de otro modo que por el aire que media entre nosotros y ellas; o bien por los rayos o por cualesquiera emisiones o efluvios que de nosotros parten a ellas. Así que nosotros vemos viniendo de las cosas a nosotros ciertos tipos o imágenes de los colores y formas semejantes, arregladas a una proporcionada magnitud, y entrándonos brevísimamente en la vista o en el entendimiento. Después, cuando volvemos la fantasía por la misma causa de uno y continuo, y conservamos la simpatía del sujeto según la conmesurada fijación nacida de allí y de la plasmación de los átomos según la profundidad en el sólido, y la imaginación que concebimos claramente por el entendimiento, por los órganos sensorios, sean de forma, sean de accidentes; ésta es la forma del sólido, engendrada según la densidad sobrevenida, o sea el vestigio remanente de la imagen.
36. «En lo que opinamos hay siempre falsedad y error cuando por testimonio no se confirma, o por testimonio se refuta: y no atestiguada después según el movimiento que persevera en nosotros de la accesión fantástica o imaginaria, por medio de cuya separación se comete el engaño. La semejanza de los fantasmas recibidos como imágenes, ya sea en sueños, ya por cualesquiera otras acepciones de la mente, ya por los demás sentidos, no estarían donde están, ni se llamarían verdaderas si no fuesen algo, a saber, aquello a que nos dirigimos o arrojamos. Ni habría error si no recibiésemos también algún otro movimiento en nosotros mismos, unido sí, pero que tiene intervalo. Según este movimiento unido (bien que con intervalo) a la accesión fantástica, si no se confirma con testimonio, o si con testimonio se contradice, se hace la falsedad o mentira; pero si se confirma con testimonio, o con testimonio no se refuta, se hace la verdad. Importa, pues, mucho retener esta opinión, a fin de que no borren los criterios acerca de las operaciones, ni el error confirmado igualmente lo perturbe todo.
37. «La audición se hace siendo llevado algún viento de voz o de ruido, que de algún modo prepare la pasión acústica o auditiva. Esta efusión se esparce en partículas de igual mole, que conservan consigo cierta mutua simpatía, unidad y virtud propia, la cual penetra hasta donde se envían o dirigen, y por lo regular es causa de que el otro sienta o perciba. Pero si no, prepara por lo menos el externo solamente, pues sin dimanar de allí alguna simpatía, ciertamente no se haría semejante percepción. Así que no conviene creer que es el aire quien recibe la impresión de la voz (o de otras cosas) que viene, pues sufrirá muchos defectos en el padecer esto por ella; sino que la percusión que nos da la voz despedida se hace por ciertas partículas o moléculas de la efusión aérea capaces de obrarla, la cual nos prepara la pasión acústica. Lo mismo es del olfato que de la audición, pues nunca operaría esta pasión si no hubiera ciertas moléculas dimanadas de las cosas conmensuradas a mover el órgano sensorio. Algunas de ellas andan perturbada e impropiamente; otras ordenada y propiamente.
38. «Se ha de suponer que los átomos no traen cualidad alguna de cuanto aparece, excepto la figura, gravedad, magnitud y demás cosas que necesariamente se siguen a la figura, pues toda cualidad se muda; pero los átomos no se mudan, porque es preciso que en las disoluciones de los concretos quede alguna cosa sólida e indisoluble, la cual no se mude en lo que no es, ni de aquello que no es, sino según la trasposición en muchas, y en algunas según la accesión y retrocesión. Así que es preciso que las inmutables sean incorruptibles y no tengan naturaleza de cosa mudable, sino corpúsculos y figuraciones propias. Es necesario, pues, que permanezcan. Y en las cosas que en nosotros voluntariamente se transforman, se recibe la figura que en ellos permanece; pero las cualidades que no están en lo que se muda, no quedan con ella, sino que de todo el cuerpo se aniquilan y destruyen. Pueden, pues, las cosas que restan hacer suficientemente diversas concreciones, por cuanto es preciso que queden algunas cosas y no todas paren en el no ser.
39. «No se ha de creer que en los átomos hay magnitud absoluta, pues acaso lo que parece podría atestiguar lo contrario; sino que hay ciertas mutaciones en las magnitudes. Siendo esto así, se podrá mejor dar razón de las cosas que se hacen según las pasiones y sentidos. El tener los átomos magnitud absoluta o sensible, de nada serviría a las diferencias de las cualidades. Además, que si la tuvieran, los átomos se nos presentarían visibles, lo cual no vemos acontezca, ni podemos concebir cómo pueda el átomo hacerse visible. Añádase a esto, que no se debe juzgar que en un cuerpo finito haya infinitos corpúsculos y de cualquiera tamaño. Y así, no sólo se debe quitar la sección o división en infinito de mayor en menor (a fin de no debilitar todas las cosas, y luego nos veamos obligados con la comprensión a extenderlas, como se hace con la comprensión de muchos corpúsculos agregados), sino que ni se ha de tener por dable la transición de las cosas finitas en infinitas, aun de mayor a menor. Ni tampoco luego que se dice que una cosa tiene infinitos corpúsculos o de cualesquiera tamaño, se puede entender claramente cómo esta magnitud puede ser también finita, pues cuando los corpúsculos tienen cantidad cierta, es evidente que no son infinitos; y al contrario, siendo ellos de magnitud determinada, lo sería también la magnitud misma, siendo así que su extremidad es de tenuidad infinita. Y si esta extremidad no se ve por sí misma, no hay modo de entender lo que desde ella se sigue; y siguiendo así en adelante, será fuerza proceder en infinito con la mente.
40. «Débese también considerar en lo mínimo que hay en el sentido, que ni es tal como lo que tiene mutaciones, ni tampoco del todo desemejante, sino que tiene algo de común con las digresiones; pero no tiene intervalo de partes. Y cuando por la semejanza de comunión creemos haber comprendido algo de él, prescindiendo de una y otra parte, precisamente hemos de incidir en igualdad. Luego contemplamos estas cosas comenzando de lo primero; y no en sí mismo, ni porque une partes a partes, sino en la propiedad de éstas, la cual mide sus magnitudes, mucho las grandes y poco las pequeñas. Por esta analogía se ha de juzgar el uso de la pequeñez o mínimo del átomo, pues consta que en pequeñez se diferencia de lo que vemos por el sentido, pero usa de la misma analogía. Y que el átomo tenga magnitud por dicha analogía, lo hemos argüido, dándole pequeñez solamente excluyendo la longitud. Más: se ha de juzgar que las longitudes tienen sus confines mínimos, pero no confusos, los cuales por sí mismos proporcionan dimensión a los átomos mayores y menores, por la contemplación del raciocinio en las cosas visibles; pues lo que tienen de común con los inmutables basta para llegar a perfeccionar lo que son hasta entonces.
41. «La conducción unida de los que tienen movimiento no puede hacerse; y de lo infinito, sea supremo o ínfimo, no se ha de decir que está arriba o abajo, pues sabemos que si lo que se entiende estar sobre la cabeza lo suponemos procedente en infinito, nunca se nos manifestará; ni lo que está debajo de lo así entendido será tampoco infinito a un mismo tiempo hacia arriba y hacia abajo, pues esto no puede entenderse. Así que de la conducción o progreso en infinito, sólo se ha de concebir una hacia arriba y otra hacia abajo; aunque infinitas veces lo que nosotros llevamos hacia lo que está sobre nuestra cabeza, llega a los pies de las cosas superiores, o bien a las cabezas de las inferiores lo que llevamos hacia abajo. Con todo, el movimiento universal opuesto uno a otro, se entiende en infinito.
42. «Es también preciso tengan los átomos igual velocidad cuando son llevados por el vacuo sin chocar con nadie, pues suponiendo que nada encuentran que les obste, ni los graves corren más que los leves, ni los menores más que los mayores, teniendo todos su conducto conmensurado o proporcionado, y no hallando tampoco quien les impida ni el llevamiento o movimiento superior, ni el oblicuo por los choques, ni el inferior por los pesos propios. En cuanto uno retiene a otro, en tanto tendrá movimiento, unido a la mente e inteligencia, mientras que nada se le oponga o extrínsecamente, o por el propio peso, o por la fuerza del que choca. Aun las concreciones hechas no serán llevadas una más velozmente que otra, siendo los átomos iguales en velocidad, por ser llevados a un lugar mismo los átomos de tales concreciones, y en tiempo indivisible. Pero si no van a un lugar mismo, irán en tiempo considerado por la razón, si son o no frecuentes sus choques, hasta que la misma continuación del llevamiento los sujete a los sentidos.
43. «Lo que opinan juntamente acerca de lo invisible, a saber, que los tiempos que se han de considerar por la razón deben tener movimiento perenne, no es verdadero en nuestro asunto, pues todo lo que se ve, o lo que por accesión recibe la inteligencia, es verdadero. Después de todo esto, conviene discurramos del alma en orden a los sentidos y a las pasiones, pues así tendremos una solidísima prueba de que el alma es cuerpo compuesto de partes tenuísimas, difundida por toda la concreción o conglobación, pero muy semejante a espíritu, que tiene temperamento cálido, de un modo parecido a éste, de otro modo parecido a aquél. En particular recibe muchas mutaciones por la tenuidad de sus partes, y aun por las partes mismas; pero ella tiene más simpatía con la concreción suya que con toda la restante. Todo esto lo declaran las fuerzas del alma, las pasiones, los movimientos ligeros, los pensamientos y demás cosas, las cuales si nos faltan, morimos.
44. «También se ha de tener por cierto que el alma tiene mucha causa en el sentido; pero no la tendría si en cierto modo no la cubriese todo lo demás del concreto. Y aunque este resto del concreto le prepara esta causa, y es partícipe del evento mismo, no lo es, sin embargo, de todos los que ella posee; por lo cual, apartándosele el alma, ya no tiene sentido, pues él no participa en sí de aquella virtud, sino que la naturaleza la preparó al otro, como engendrado con él: lo cual ejecutándolo por una virtud perfecta para con él, y consumándolo luego según el movimiento sensible sobrevenido, lo comunica por un influjo común y simpatía, como dije. Así, aun coexistiendo el alma, quitada alguna otra parte, nunca queda el sentido entero: como también ésta parecería juntamente disolviéndose quien la cubre, ya sea todo, ya sea alguna parte en quien resida la agudeza y eficacia del sentido. Lo restante del concreto o masa que queda, sea unido, sea por partes, no tiene sentido separada el alma; pues a la naturaleza de ésta pertenece una gran multitud de átomos. Y así, disuelta la concreción, se esparce y difunde el alma, y no tiene ya las mismas fuerzas, ni se mueve. Tampoco le queda el sentido, porque no se puede entender que ella sienta si no es usando dichos movimientos en este compuesto, cuando lo que la cubre y contiene no es tal cual es aquello en que existiendo tiene dichos movimientos.
45. [Todavía dice esto mismo en otros lugares; y que el alma se compone de átomos sumamente lisos y redondos, muy diferentes de los del fuego; y que lo que está esparcido por lo demás del cuerpo es la parte irracional de ella; pero que la parte racional es la que reside en el pecho, como se manifiesta por el miedo y por el gozo. Que el sueño se hace cuando por el trabajo padecen las partes del alma difundidas por toda la masa corpórea, por ser retenidas o por divagar, y luego caen unidas con las divagantes. Que el esperma se recoge de todos los cuerpos; y conviene notar que no es incorpóreo, pues lo dice según la frecuencia del hombre, y no de lo primero que de él se entiende. Según él, no es inteligible lo incorpóreo, sino en el vacuo. Este vacuo ni puede hacer ni puede padecer, sino que por sí solo da movimiento a los cuerpos. Así, los que dicen que el alma es incorpórea, deliran, pues si fuera tal, no podría hacer ni padecer, pero nosotros vemos prácticamente en el alma ambos efectos.]
46. «Quien refiera a las pasiones y sentidos estos raciocinios acerca del alma, y tenga presente lo que dijimos al principio, entenderá bastante estar todo comprendido en los tiempos, de manera que pueda explicarse por partes con toda seguridad y firmeza. Lo mismo se ha de decir de las figuras, los colores, las magnitudes, las gravedades y demás cosas predicadas de los cuerpos como propias de ellos y existentes en todos, a lo menos en los visibles o en los conocidos por los sentidos y que por sí mismos no son naturalezas. Esto no puede entenderse ni como lo no existente, ni como algunas cosas incorpóreas existentes en el cuerpo, ni como partículas de éste, sino como todo el cuerpo que tiene universalmente naturaleza eterna compuesta de todas estas cosas, ni puede ser conducido sin ellas: como cuando de los mismos corpúsculos se forma una masa o concreción mayor, sea de los primeros, o de magnitudes del todo, pero en algo menores, sino sólo, como digo, que tiene de todos ellos su naturaleza eterna. También se ha de saber que todas estas cosas tienen sus propias adiciones e intermisiones, pero siguiéndole la concreción, y no separándosele nunca, sino aquella que, según la inteligencia concreta del cuerpo, recibe el predicado. También acontece muchas veces a los cuerpos el seguírseles lo que no es eterno ni incorpóreo aun en las cosas invisibles. De manera, que usando de este nombre según la común acepción, manifestamos que los accidentes ni tienen la naturaleza del todo a la cual llamamos cuerpo, tomada en concreto, ni la de los que perpetuamente le siguen, sin los cuales no puede imaginarse cuerpo. Pero según ciertas adiciones, siguiéndose el concreto, nombramos cada cosa; y a veces la contemplamos cuando acaece cada una, aun no siguiéndose de ello perpetuamente todos los accidentes.
47. «Ni esta perspicuidad o evidencia se ha de expeler del ente, porque no tiene la naturaleza del todo, a quien sobreviene algo, que también llamamos cuerpo; ni la de los que siguen eternamente, ni la de lo que se cree subsistir por sí mismo. Esto no se ha de entender acerca de dichas cosas, ni de las que suceden eternamente, sino que aun los accidentes se han de tener todos por cuerpos según aparecen, y no perpetuamente adjuntos o siguientes; ni tampoco que tengan por sí mismos orden de naturaleza o sustancia, sino que se ven conforme al modo que da el mismo sentido.
48. «También se debe considerar mucho que no se ha de inquirir el tiempo como inquirimos las demás cosas en el sujeto, refiriéndonos a las anticipaciones que se ven en nosotros, sino que se ha de raciocinar por el mismo efecto, según el cual pronunciamos, mucho tiempo o poco tiempo, teniendo esto y usándolo innata o congénitamente. Ni se han de ir cazando en esto ciertas locuciones como a más hermosas, sino usar las que hay establecidas acerca de ello. Ni predicar de él ninguna otra cosa como que es consustancial al idioma mismo. Algunos lo ejecutan así; pero yo quiero se colija que aquí sólo recogemos y medimos lo que es propio de nuestro asunto; y esto no necesita demostración, sino reflexión, pues a los días y a las noches, y aun a sus partes, añadimos tiempo. Lo mismo hacemos en las pasiones, en las tranquilidades, movimientos y reparos, entendiendo de nuevo algún otro evento propio de ello acerca de estas cosas, según el cual nombramos el tiempo. [Esto lo dice también en el libro II De la naturaleza y en el Epítome grande.]
49. [Después de lo referido sigue diciendo: que se ha de creer que los mundos fueron engendrados del infinito, según toda concreción finita semejante en densidad a las que vemos, siendo todas éstas discretas y separadas por sus propias revoluciones mayores y menores; y que luego vuelvan a disolverse todas, unas con brevedad, otras con lentitud, padeciendo esto unas por éstas, y otros por aquéllas. Es, pues, constante que dice ser los mundos corruptibles, puesto que se mudan sus partes. Y en otros lugares dice que la tierra está sentada sobre el aire. Que no se debe juzgar que los mundos necesariamente tienen una misma figura; antes que son diferentes lo dice en el libro XII tratando de esto, a saber que unos son esféricos, otros elípticos, y otros de otras varias figuras; pero, no obstante, no las admite todas.]
50. «Tampoco los animales procedieron del infinito, porque nadie demostrará cómo se recibieron en este mundo tales semillas de que constan los animales, las plantas y todas las demás cosas que vemos, pues esto no pudo ser allá, y se nutrieron del modo mismo. De la misma forma se ha de discurrir acerca de la tierra. Se ha de opinar, asimismo, que la naturaleza de los hombres fue instruida y coartada en muchas y varias cosas por aquellos mismos objetos que la circundan, y que sobreviniendo a esto el raciocinio, extendió más aquellas nociones, aprovechando en unas más presto y en otras más tarde, pues unas cosas se hallan en períodos y tiempos largos desde el infinito, y otras en cortos. Así, los nombres al principio no fueron positivos, sino que las mismas naturalezas de los hombres teniendo en cada nación sus pasiones propias y propias imaginaciones, despiden de su modo en cada una el aire según sus pasiones e imágenes concebidas, y al tenor de la variedad de gentes y lugares. Después generalmente fue cada nación poniendo nombres propios, para que los significados fuesen entre ellos menos ambiguos y se explicasen con más brevedad. Luego añadiendo algunas cosas antes no advertidas, fueron introduciendo ciertas y determinadas voces, algunas de las cuales las pronunciaron por necesidad, otras las admitieron con suficiente causa, interpretándolas por medio del raciocinio.
51. «Respecto a los meteoros, el movimiento, el regreso, el eclipse, el orto, el ocaso y otros de esta clase, no se ha de creer se hacen por ministerio, orden y mandato de alguno que tenga al mismo tiempo toda bienaventuranza con la inmortalidad, pues a la bienaventuranza no corresponden los negocios, las solicitudes, las iras, los gustos, sino que estas cosas se hacen por la enfermedad, miedo y necesidad de los que están contiguos. Ni menos unas naturalezas ígneas y bienaventuradas querrían ponerse en giro tan arrebatado, sino que el todo guarda aquel ornato y hermosura, puesto que, según los nombres, todas las cosas son conducidas a semejantes nociones, y de ellas nada parece repugna a aquella belleza, porque si no, causaría esta contrariedad gran perturbación en las almas. Y así, se ha de opinar que esta violenta revolución se hace según la que recibió al principio en la generación del mundo; y así cumple exactamente por necesidad este período.
52. «Además, se ha de saber que es obra de la fisiología la diligente exposición de las causas de las cosas principales, y que lo bienaventurado incide en ella acerca del conocimiento de los meteoros, escudriñando con diligencia qué naturalezas son las que se advierten en tales meteoros y cosas congénitas. Igualmente que tales cosas o son de muchos modos, o en lo posible, o de otra diversa manera; pero que simpliciter no hay en la naturaleza inmortal y bienaventurada cosa que cause discordia o perturbación alguna. Y es fácil al entendimiento conocer que esto es así. Lo que se dice acerca del ocaso, del orto, del retroceso, del eclipse y otras cosas de este género, nada conduce para la felicidad de la ciencia; y los que contemplan estas cosas tienen semejantemente sus miedos, pero ni saben de qué naturaleza sean, ni cuáles las principales causas, pues si las supiesen anticipadamente, acaso también sabrían otras muchas, no pudiendo disolverse el miedo por la precognición de todo ello según la economía de las cosas más importantes. Por lo cual son muchas las causas que hallamos de los regresos, ocasos, ortos, eclipses y demás de este modo, como también en las cosas particulares.
53. «Y no se ha de juzgar que la indagación sobre el uso de estas cosas no se habrá emprendido con tanta diligencia cuanta pertenece a nuestra tranquilidad y dicha.
Así que considerando bien de cuántas maneras se haga en nosotros la tal cosa, se debe disputar sobre los meteoros y todo lo no explorado, despreciando a los que pretenden que estas cosas se hacen de un solo modo; y ni añaden otros modos, según la fantasía nacida de los intervalos, ni menos saben en quiénes no se halle la tranquilidad. Juzgando, pues, que debe admitirse el que ello se hace de tal modo, y de otros por quienes también hay tranquilidad, y enseñando que se hace de muchos modos, como si viésemos que así se hace, estaremos tranquilos.
54. «Después de todo esto se debe considerar mucho que la principalísima perturbación que se hace en los ánimos humanos consiste en que estas cosas se tienen por bienaventuradas e incorruptibles, y que sus voluntades, operaciones y causas son juntamente contrarias a ellas; en que los hombres esperan y sospechan, creyendo en fábulas, un mal eterno; o en que, según esta insensibilidad, temen algo en la muerte, como si quedase el alma en ellos, o aun en que no discurren en estas cosas y padecen otras por cierta irracional confianza. Así, los que no definen el daño, reciben igual o aun mayor perturbación que los ligeros que tales cosas opinan.
55. «La imperturbabilidad o tranquilidad consiste en que, apartándonos de todas estas cosas tengamos continua memoria de las cosas universales y principalísimas. Así, debemos atender a las presentes y a los sentidos, en común a las comunes, en particular a las particulares, y a toda la evidencia del criterio en el juicio de cada cosa. Si atendemos a esto, hallaremos ciertamente las causas de que procede la turbación y el miedo, y las disiparemos; como también las causas de los meteoros y demás cosas que de continuo suceden y que los hombres temen en extremo.
56. «Esto es, en resumen, amigo Heródoto, lo que te pensé escribir en orden a la naturaleza de todas las cosas. Su raciocinio va tan fundado, que si se retiene con exactitud, creo que aunque no ponga uno el mayor desvelo en entenderlo todo por partes, superará incomparablemente en comprensión a los demás hombres; pues explicará por sí mismo y en particular muchas cosas que yo trato aquí en general, aunque con exactitud; y conservándolo todo en la memoria, se aprovechará de ello en muchas ocasiones. En efecto, ello es tal, que los que ya hubiesen indagado bien las cosas en particular o hubiesen entrado perfectamente en estos análisis, darán otros muchos pasos adelante sobre toda la Naturaleza; y los que todavía no hubiesen llegado a perfeccionarse en ellas, con sólo que apliquen la mente a las cosas principales, no dejarán de caminar a la tranquilidad de la vida.»
57. ésta es su carta sobre la naturaleza; la de los meteoros es la siguiente:

«EPICURO A PITOCLES: GOZARSE
«Diome Cleón tu carta, por la cual vi permaneces en tu benevolencia para conmigo, digna por cierto del amor que yo te profeso, y que no sin inteligencia procurabas introducirte en asuntos tocantes a la vida feliz. Pedísteme te enviase un compendio de los meteoros, escrito con buen estilo y método para aprenderlo fácilmente, ya que los demás escritos míos dices son arduos de conservar en la memoria, por más que uno los estudie de continuo. Abracé gustosamente tus ruegos, y quedé sorprendido con gratísimas esperanzas. Así, habiendo escrito ya todas las otras cosas, concluí también el tratado que deseas, útil sin duda a otros muchos, principalmente a los que poco ha comenzaron a gustar de la genuina fisiología, y a los que se hallan en la profunda ocupación de negocios encíclicos y continuos. Recibe, pues, atentamente estos preceptos, y recórrelos con cuidado tomándolos de memoria, junto con los demás que en un breve compendio envié a Heródoto.
58. «Primeramente se ha de saber que el fin en el conocimiento de los meteoros (ya se llamen conexos, ya absolutos) no es otro que el librarnos de perturbaciones, y con la mayor seguridad y satisfacción, al modo que en otras cosas. Ni en lo imposible se ha de gastar la fuerza, ni tener consideración igual en todas las cosas, o a los discursos escritos acerca de la vida o a las interpretaciones de otros problemas físicos, verbigracia, que el universo es cuerpo y naturaleza intocable, o que el principio son los átomos, y otras cosas así, que tiene única conformidad con las que vemos, lo cual no sucede en los meteoros. Pero éstos tienen muchas causas de donde provengan, y un predicado de sustancia cónsono a los sentidos. Ni se ha de hablar de la Naturaleza según axiomas y legislaciones nuevas, sino establecerlos sobre los fenómenos; pues nuestra vida no ha de menester razones privadas o propias, ni menos gloria vana, sino pasarla tranquilamente.
59. «Todo, pues, en todos los meteoros se hace constantemente de diversos modos, examinado concordemente por los fenómenos, cuando uno deja advertidamente esto y desecha aquello que es igualmente conforme a lo que se ve, claro es que cayendo de todo el conocimiento de la Naturaleza, se ha difundido en la fábula. Conviene tomar algunas señales de lo que se perfecciona en los meteoros, y algunas también de los fenómenos que se hacen en nosotros, que se observan y que realmente existen, y no las que aparecen en los meteoros, pues no se puede recibir se hagan esas cosas de muchos modos. Debe, no obstante, separarse cualquiera imagen o fantasma, y dividirlo con sus adherentes; lo cual no se opone a las cosas que acaecidas en nosotros, se perfeccionan de varios modos.
60. «El mundo es un complejo que abraza el cielo, los astros, la tierra y todo cuanto aparece, el cual es una parte del infinito, y termina en límite raro o denso; disuelto éste, todo cuanto hay en él se confunde. O bien que termina en lo girado o en lo estable, por circunscripción redonda, triangular o cualquiera otra; pues todas las admite cuando no hay fenómeno que repugne a este dicho mundo, en el cual no podemos comprender término. Que estos mundos sean infinitos en número puede comprenderse con el entendimiento, y que un tal mundo puede hacerse ya en el mundo mismo, ya en el intermedio (así llamo al intervalo entre los mundos) en lugar de muchos vacuos, y no en grande, limpio y sin vacuo, como dicen algunos. Quieren haya ciertas semillas aptas, procedidas de un mundo, de un intermundio, o bien de muchas, las cuales poco a poco reciben aumento, coordinación y mutación de sitio si así acontece, y que son idóneamente regadas por algunas cosas hasta su perfección y permanencia, en cuanto los fundamentos supuestos son capaces de tal admisión. No sólo es necesario se haga concreción y vórtice en aquel vacuo en que dicen se debe formar el mundo por necesidad, según opinan, y que se aumenta hasta dar con otro, como afirma uno de los que se llaman físicos; pero esto es repugnante a lo que vemos.
61. «El sol, la luna y demás astros no hechos según sí mismos, después fueron recibidos del mundo. Asimismo la tierra y el mar y todos los animales que luego se iban plasmando y recibían incremento según las uniones y movimientos de ciertas pequeñas naturalezas, o llenas de aire o de fuego, o de ambos. Así persuade estas cosas el sentido. La magnitud del sol y demás astros, en cuanto a nosotros, es tanta cuanta aparece. [Esto también lo trae en el libro II De la Naturaleza; porque si perdiese, dice, por la gran distancia, mucho más perdería el calor; y que para el sol no hay distancia más proporcionada que la que tiene, en cuanto a él, sea mayor, sea algo menor o sea igual a la que se ve.] De la misma suerte nosotros un fuego que vemos de lejos, por el sentido lo vemos. Y en suma, toda instancia en esta parte la disolverá fácilmente quien atienda a las evidencias, según demostraremos en los libros De la Naturaleza.
62. «El orto y el ocaso del sol, luna y demás astros puede hacerse por encendimiento y extinción si tal fuese su estado, y aun de otros modos, según lo antedicho, pues nada de lo que vemos se opone. Pudiera igualmente ejecutarse por aparición sobre la tierra, y por ocultación, como también se ha dicho, pues tampoco se opone fenómeno alguno. El movimiento de estos astros no es imposible se haga por el movimiento de todo el cielo; o bien que estando éste quieto, y moviéndose aquéllos, por necesidad que se les impusiese al principio en la generación del mundo, salen del oriente, y luego por el valor y voracidad del pábulo ígneo, van siempre adelante a los demás parajes. Los regresos del sol y luna es admisible se hagan según la oblicuidad del cielo, o por causa de la materia dispuesta que siempre tiene consigo, de la cual una parte se inflama y la otra queda sin inflamarse; o bien desde el principio este movimiento envuelve y arrebata consigo dichos astros para que hagan su giro. Todo esto puede ser así, o semejantemente; ni hay cosa manifiesta que se oponga, con tal que estando uno firme siempre en estas partes en cuanto sea posible, pueda concordar cada cosa de éstas con los fenómenos, sin temer los artificios serviles de los astrólogos.
63. «Los menguantes y crecientes de la luna pueden hacerse ya por vuelta de este cuerpo, ya por una semejante configuración del aire, o por anteposición de alguna cosa, o bien por todos los modos que, según los fenómenos que vemos, conducen a semejantes efectos. Si ya no que alguno, eligiendo uno solamente, deje los otros; y no considerando qué cosa es posible vea el hombre, y qué imposible, desee por esto ver imposibles. Más: es dable que la luna tenga luz propia, y dable la reciba del sol; pues entre nosotros se ven muchas cosas que la tienen propia, y muchas que de otros. Y nada impide que de los fenómenos que hay en los meteoros, teniéndolos de muchos modos en la memoria, penetre uno sus consecuencias, y juntamente sus causas, no atendiendo a tales inconsecuencias que suelen correr diversamente en aquel único modo.
64. «La aparición, pues, de la fase en ella puede hacerse por mutación de partes, por sobreposición y por todos los modos que se viere convienen con los fenómenos. Ni es menester añadir que en todos los meteoros se ha de proceder así, pues si procedemos con repugnancia a las cosas claras, nunca podremos alcanzar la tranquilidad legítima. Los eclipses de sol y luna pueden hacerse por extinción, como vemos se hace esto entre nosotros, y también por interposición de algunos otros cuerpos, o de la tierra o del cielo, o cosa semejante. Así se han de considerar mutuamente los modos congruentes y propios, y juntamente, que las concreciones de algunas cosas no son imposibles.
65. [En el libro XII De la Naturaleza dice lo siguiente: «El sol se eclipsa asombrándolo la luna, y la luna se eclipsa dándola la sombra de la tierra, pero según retroceso.» Esto también lo dice Diógenes Epicúreo en el libro I de sus Cosas selectas.
«El orden del período es como el que entre nosotros toman algunas cosas fortuitas, y la naturaleza divina en ningún modo concurre a estas cosas, sino que se mantiene libre de semejantes cuidados y en plena bienaventuranza. Si no se practica esto, todo discurso acerca de las causas de los meteoros será vano, como ya lo ha sido para algunos, que no habiendo abrazado el modo posible, dieron en el vano, y creyendo que aquéllos se hacen de un modo solo, excluyen todos los demás aún factibles, se arrojan a lo imposible, y no pueden observar los fenómenos que se han de tener como señales.
66. «La diferencia de longitud de noches y días se hace por apresurar el sol sus giros sobre la tierra y después retardarlos, o porque la longitud de los lugares varía, y anda los unos con mayor brevedad, al modo que también entre nosotros se ven cosas breves y tardas, a cuya comparación debemos tratar de los meteoros. Los que admiten un modo, contradicen a los fenómenos, y no ven de cuánto es capaz el hombre que observa. Las indicaciones o señales pueden hacerse según las contingencias de las estaciones, como vemos sucede entre nosotros a las cosas animadas, y también por otras cosas, como en las mutaciones del aire, pues estas dos razones no repugnan a los fenómenos. Ahora, por cuál de estas causas se haga esto, no es dable saberse.
67. «Las nubes pueden engendrarse y permanecer por condensaciones del aire o impulsos del viento; por las agregaciones de átomos mutuamente unidos y aptos para ello; por acopio de efluvios salidos de la tierra, y aun por otros muchos modos no impide se hagan tales consistencias. Pueden éstas por sí mismas, ya condensándose, ya mudándose, convertirse en agua y luego en lluvias, según la calidad de los parajes de donde vienen y se mueven por el aire, haciendo copiosísimos riegos algunas concreciones, dispuestas a emisiones semejantes.
68. «Los truenos pueden originarse por la revolución del aire en las cavidades de las nubes, a la manera que en nuestros vasos; por el rimbombe que hace en ellas el fuego aéreo; por los rompimientos o separaciones de las nubes; por el choque, atrito y quebrantamiento de las mismas cuando han tomado compacción semejante al hielo; y generalmente, los fenómenos mismos nos llaman a que digamos que esta vicisitud se hace de muchos modos.
69. «Los relámpagos, asimismo, se hacen de varios modos; ya por el choque y colisión de las nubes, pues saliendo aquella apariencia productriz de fuego, engendra el relámpago; ya por vibración venida de las nubes, causada por cuerpos cargados de viento que produce el relámpago; ya por el enrarecimiento de las nubes antes adensadas, o mutuamente por sí mismas o por los vientos; ya por recepción de luz descendida de los astros, impelida después por un movimiento de las nubes y vientos, y caída por medio de las mismas nubes; ya por transfiguración de una sutilísima luz de las nubes; ya porque el fuego comprime las nubes y causa los truenos; como también por el movimiento de éste, y por la inflamación del viento hecha por llevamiento arrebatado o giro vehemente. También puede ser que por rompimiento de las nubes a violencia de los vientos, y caída de los átomos causadores del fuego, se produzca la imagen del relámpago. Otros muchos modos observará fácilmente quien atienda a los fenómenos que vemos, y pueda contemplar las cosas a ellos semejantes.
70. «El relámpago precede al trueno en dichos globos de nubes, porque luego que cae el soplo del viento es expelida la imagen creatriz del relámpago; después el viento envuelto allí hace aquel ruido, y según fuere la inflamación de ambos, lleva también mayor velocidad y ligereza el relámpago hacia nosotros; pero el trueno llega después, al modo que en las cosas que vemos de lejos que dan algunos golpes.
71. «Los rayos pueden hacerse, ya por muchos globos de viento; ya por su revolución y vehemente inflamación, por rompimiento de alguna parte y su violenta caída a parajes inferiores, y regularmente son los montes elevados donde los rayos caen; por hacerse la ruptura a causa de que las partes que se le siguen son más densas por la densidad de las nubes revueltas por esta caída del fuego. Como también puede hacerse el trueno por haber excitado mucho fuego, el cual cargado de viento fuerte rompa la nube, no pudiendo pasar adelante a causa de que el recíproco adensamiento se hace de continuo; y de otros muchos modos pueden hacerse los rayos, sin que se mezclen fábulas, como no las habrá cuando uno juzgue de las cosas ocultas siguiendo atentamente las manifiestas.
72. «Los présteres o huracanes pueden hacerse por las muchas nubes que un continuo viento impele hacia abajo, o por un gran viento que corra con violencia e impela por defuera de las nubes unas a otras; por la perístasis del viento cuando algún aire es oprimido por arriba circularmente; por afluencia grande de vientos que no pueden disiparse por partes opuestas a causa de la densidad del aire circunvecino. Si el préster baja hasta la tierra, se levantan torbellinos, al paso que se hace el movimiento del viento, y si baja al mar, vórtices de agua.
73. «Los terremotos pueden provenir o del viento encerrado en la tierra, el cual pugnando en los entumecimientos menores de ella, se mueve de continuo cuando prepara la agitación de la tierra, y la va ocupando otro viento de afuera; o por el aire que entra debajo del suelo, o en parajes cavernosos de la tierra, adensado a la violencia de los soplos. Según este tránsito, pues, de movimiento de muchas partes inferiores y sólidas, y de su resorte cuando da en partes de la tierra más densas, es dable se hagan los terremotos, no negando puedan también hacerse de otros muchos modos estos movimientos de la tierra.
74. «Los vientos suelen excitarse en ciertos tiempos, cuando continuamente y de poco en poco se van uniendo partículas heterogéneas, y también por juntarse gran copia de agua. Los vientos menos fuertes se hacen cuando entran pocos soplos en muchas cavidades, y se distribuyen en todas ellas.
75. «El granizo se forma o por una concreción fuerte proveniente de todos lados a causa de la perístasis y distribución de algunas partículas impregnadas de aire, o por concreción moderada, cuando algunas otras partículas como de agua salen igualmente y hacen la opresión de los granos, y también por rompimiento, de manera que cada grano subsista de por sí y se concreten en abundancia. Su forma esférica no es imposible se haga o por liquidación de sus ángulos y extremos en rededor al tiempo de tomar consistencia, como dicen algunos, o porque su circunferencia, sea de partes ácueas o sea de aéreas, tiene igual presión por todas partes.
76. «La nieve puede hacerse o cayendo de las nubes el agua tenue por poros proporcionados; o condensándose las nubes dispuestas y esparciéndolas los vientos, adquiriendo luego mayor densidad con el movimiento por el estado de vehemente frialdad que tienen las nubes en parajes inferiores; o por concreción hecha en las nubes de igual y quedándose unidas, las mismas que compeliéndose entre sí forman el granizo; todas las cuales cosas se hacen principalmente en el aire. No menos, por el choque de las nubes ya densas, se coagula y forma la gran copia de nieve, y todavía se puede hacer de otros muchos modos.
77. «El rocío se hace congregándose del aire mutuamente las partículas que son causa de esta humedad; pero también por la extracción de ellas de parajes húmedos o que contienen aguas, en cuyos sitios se hace principalmente el rocío. Cuando el acopio de tales vapores toma un lugar y se perfecciona en humedad, vuelve a moverse hacia abajo y cae en varios parajes, al modo que entre nosotros se hacen cosas semejantes a ésta.
78. «La escarcha se hace tomando estos rocíos cierta consistencia y densidad, por la fría perístasis del aire. El hielo se hace perdiendo el agua su figura esférica, compeliéndose los triángulos escalenos y acutángulos del agua, y por la mezcla y aumento que se hace exteriormente de otras cosas, las cuales, coartadas y quebrantadas las cantidades o partes esféricas, disponen el agua a la concreción.
79. «El arco iris se hace hiriendo los resplandores del sol en el aire húmedo; o por cierta naturaleza propia de la luz y del aire que producen las propiedades de estos colores (ya sean todos, ya sea uno solo), la cual, reflejando luego en lo más vecino del aire, recibe el color que vemos brillar en aquellas partea El ser circular su figura proviene de que su intervalo se ve igual todo en rededor o porque los átomos que andan en el aire reciben tal impulso; o porque llevados estos átomos con las nubes por el mismo aire cercano a la luna, dan a esta concreción una forma orbicular.
80. «El halón o corona alrededor de la luna se hace cuando por todas partes concurre fuego a ella, y los flujos que la misma despide resisten con igual fuerza, de modo que forman un círculo nebuloso y permanente a su alrededor, sin discernir del todo uno de otro; o bien sea que removiendo la luna a igual distancia el aire en contorno, forma aquella densa perístasis o círculo a su alrededor. Lo cual se hace por algunas partes o flujos que impelen exteriormente, o por calor que atrae allí algunas densidades a propósito para causar esto.
81. «Los cometas se hacen o porque a ciertos tiempos se coliga en lo alto cantidad de fuego en ciertos lugares; o porque la perístasis o circunferencia del cielo tiene a tiempos cierto movimiento propio sobre nosotros que manifiesta tales astros; o porque ellos mismos, en algunos tiempos, son llevados por alguna perístasis, y viniendo a nuestras regiones se hacen manifiestos. Su defecto u ocultación se hace por las causas opuestas a lo dicho, dando giro a algunas de estas cosas, la cual acontece, no sólo porque esté quieta esta parte del mundo, a cuyo alrededor gira lo restante, como dicen algunos, sino porque el movimiento circular del aire le está en rededor, y le impide el giro que tienen los demás; o porque ya en adelante no les es apta la materia, sino sólo allí donde los vemos puestos Aun puede hacerse esto de otros muchos modos, si sabemos inferir por raciocinio lo que sea conforme a lo que se nos manifiesta.
82. «Algunos astros van errantes, cuando acontece que tomen semejantes movimientos; otros no se mueven. Es dable que aquéllos, desde el principio fuesen obligados a moverse contra lo que se mueve circularmente, de modo que unos sean llevados por una misma igual revolución, y otros por otra que padezca desigualdades. Puede ser también que en los parajes adonde corren haya algunos en que las extensiones del aire sean iguales, y les impelan así adelante, y ardan con igualdad; y en otros sea tanta la desigualdad, que aun lo que se ve haga mutaciones. El dar una sola causa de estas cosas, siendo muchas las que los fenómenos ofrecen, lo hacen necia e incongruamente los que andan ciegos en la vana astrología, y dan en vano las causas de algunas cosas, sin separar a la naturaleza divina de estos ministerios.
83. «Obsérvase a veces que algunos astros se dejan detrás a otros, ya porque éstos andan con más lentitud, aunque hacen el mismo giro, ya porque tienen otro movimiento contrario al de la esfera que los lleva, y ya porque en su vuelta unos hacen el círculo mayor y otros menor. El definir absolutamente estas cosas, pertenece a los que gustan de ostentar prodigios a las gentes.
84. «En cuanto a las estrellas que se dice caen, puede esto ser por colisión con alguna cosa, o con ellas mismas, puesto que caen hacia donde corre el viento, como dijimos de los rayos. También pueden hacerse por un concurso de átomos productivo de fuego, dada la oportunidad de producirlo; o por el mismo movimiento hacia la parte a que desde el principio se dirigió impetuosamente el agregado de átomos; o por algunas porciones de viento condensadas a manera de niebla, y encendidas a causa de su revolución, haciendo después ruptura de quien las sujeta, hacia cualquiera parte que se dirijan sus ímpetus, llevadas allí por el movimiento. Todavía hay otros modos inexplicables con que esto pueda hacerse.
85. «Las señales o indicios que se toman de ciertos animales, se hacen según lo que acontece en las estaciones, pues los animales no nos traen coacción alguna de que sea invierno, verbigracia, ni hay naturaleza divina alguna que esté sentada, observando las salidas y movimientos de estos animales, y luego produzca las señales referidas. Ni por ventura animal alguno de alguna consideración caerá en necedad semejante, cuanto menos el que goza de toda felicidad.
86. «Todas estas cosas, oh Pitocles, debes tener en la memoria, para poder librarte de patrañas y observar las cosas homogéneas a ellas. Dedícate principalmente a la especulación de los principios, del infinito y demás cosas congénitas, los criterios, las pasiones y aquello por cuya causa examinamos dichas cosas. Una vez bien consideradas, ellas mismas facilitarán el conocimiento de las cosas particulares. Los que poco o nada aprecian estas causas, manifiestan que ni pudieron penetrar las que aquí trato, ni consiguieron aquello por que deben solicitarse.
87. [Esto es cuanto opinó de los meteoros. En orden a la conducta de la vida, y cómo conviene huyamos unas cosas y elijamos otras, escribe así; en lo cual recorremos principalmente su sentir y el de sus discípulos acerca del sabio]: Dice que el daño humano, o procede de odio, o de envidia, o de desprecio, y a todo es superior el sabio con el raciocinio. Que quien una vez llegase a sabio, ya no podrá recibir disposición contraria, ni sujeta a variaciones. Que estará sujeto a pasiones, pero esto ningún estorbo le hará para la sabiduría. Que no de todas las disposiciones del cuerpo se hace el sabio, ni de todas las naciones. Que el sabio, aunque sea atormentado, será feliz. Que sólo el sabio es agradecido a sus amigos, tanto presentes como ausentes. Y si ve que alguno es atormentado, tendrá piedad y se condolerá con él. Que el sabio no recibirá mujer que las leyes prohíben, como dice Diógenes en el Epitome de los dogmas morales de Epicuro. Que no atormentará a sus esclavos, sino que tendrá misericordia, y perdonará a todos los buenos.
88. «No son de opinión los epicúreos que el sabio deba amar, ni tomarse cuidado de su sepulcro, ni que haya dios alguno que influya amor, como lo dice el mismo Diógenes en el libro XII, ni tampoco que el sabio se dé a hablar especiosamente. Dicen que el congreso carnal jamás ha sido provechoso, y ojalá que no haya sido dañoso. Que el sabio podrá casarse y procrear hijos según dice Epicuro en sus Ambigüedades y en su Física; pero a veces por las circunstancias de su vida, no se ha de casar, con lo cual desviaría a otros de casarse. Que no se ha de perseverar en la embriaguez, lo dice Epicuro en su Simposio; ni mezclarse en el gobierno de la República, como dice en el libro I De las Vidas; ni procurará la tiranía; ni vivirá como cínico, como lo dice en el libro II De las Vidas. Que no será mendigo, antes bien, aunque quede sin vista, gozará de la vida, según escribe allí mismo. Que el sabio también padecerá dolor así lo dice Diógenes en el libro V De las cosas selectas.
89. «Que será juzgado; que dejará escritos, mas no perorará en los concursos generales. Prevendrá su vitalicio y las cosas venideras; amará el campo; resistirá los embates de la fortuna; no injuriará a ningún amigo, cuidará de su buen nombre en tanto que no sea menospreciado. Que el sabio en los espectáculos se divertirá más que los otros. Dicen que los pecados son desiguales; que la salud para unos es un bien, para otros cosa indiferente. Que la fortaleza no dimana de la naturaleza, sino de la razón y conveniencia. Que la amistad se ha de procurar para usar de ella, y debe comenzar de nosotros, pues también sembramos la tierra. Consiste ésta en una comunión de ánimos en los deleites.
90. «Que la felicidad se entiende en dos modos: la suprema, que reside en Dios, y no admite incremento; y la humana, que recibe incremento y decremento de deleites. Que el sabio pondrá imágenes si las tiene, y vivirá con indiferencia si no las tiene. Que sólo el sabio disputará rectamente acerca de la música y poesía. Que compondrá poemas, pero no fingidos. No se conmoverá de que uno sea más sabio que otro. Si es pobre, podrá lucrar, pero sólo de la ciencia. Que obsequiará al monarca en todo tiempo. Dará las gracias a quien obrare rectamente. Que tendrá escuela abierta, mas no solamente para juntar gran número de oyentes. Leerá en público, pero no por sola su voluntad y antojo. Que establecerá dogmas, y no dudará. Semejante será aun durmiendo, y caso que importe morirá también por un amigo.» Así opinan éstos acerca del sabio. Pasemos ya a la carta:

«EPICURO A MENECEO: GOZARSE
91. «Ni el joven dilate el filosofar, ni el viejo de filosofar se fastidie;. pues a nadie es intempestivo ni por muy joven ni por muy anciano el solicitar la salud del ánimo. Y quien dice, o que no ha llegado el tiempo de filosofar, o que ya se ha pasado es semejante a quien dice que no ha llegado el tiempo de buscar la felicidad, o que ya se ha pasado. Así, que deben filosofar viejos y jóvenes: aquéllos para reflorecer en el bien a beneficio de los nacidos; éstos para ser juntamente jóvenes y ancianos, careciendo del miedo de las cosas futuras. Conviene, pues, cuidar de las cosas que producen la felicidad, siendo así que con ella lo tenemos todo, y no teniéndola, lo ejecutamos todo para conseguirla. Practica, por tanto, y solicita las cosas que te he amonestado repetidas veces, teniendo por cierto que los principios, para vivir honestamente son éstos: primero, que Dios es animal inmortal y bienaventurado, según suscribe de Dios la común inteligencia, sin que les des atributo alguno ajeno de la inmortalidad e impropio de la bienaventuranza; antes bien has de opinar de él todo aquello que pueda conservarle la bienaventuranza e inmortalidad. Existen, pues, y hay dioses, y su conocimiento es evidente; pero no son cuales los juzgan muchos, puesto que no los atienden como los juzgan. Así no es impío el que niega los dioses de la plebe o vulgo, sino quien acerca de los dioses tiene las opiniones vulgares; pues las enunciaciones del vulgo, en orden a los dioses, no son anticipaciones, sino juicios falsos. De aquí nacen las causas de enviar los dioses daños gravísimos a los hombres malos y favores a los buenos, pues siéndoles sumamante gratas las virtudes personales, abrazan a los que las poseen, y tienen por ajeno de sí todo lo que no es virtuoso.
92. «Acostúmbrate a considerar que la muerte nada es contra nosotros, porque todo bien y mal está en el sentido, y la muerte no es otra cosa que la privación de este sentido mismo. Así, el perfecto conocimiento de que la muerte no es contra nosotros hace que disfrutemos la vida mortal, no añadiéndola tiempo ilimitado, sino quitando el amor a la inmortalidad. Nada hay, pues, de molesto en la vida para quien está persuadido de que no hay daño alguno en dejar de vivir. Así, que es un simple quien dice que teme a la muerte, no porque contriste su presencia, sino la memoria de que ha de venir, pues lo que presente no conturba, vanamente constrista o duele esperado. La muerte, pues, el más horrendo de los males, nada nos pertenece; pues mientras nosotros vivimos, no ha venido ella; y cuando ha venido ella, ya no vivimos nosotros. Así, la muerte ni es contra los vivos ni contra los muertos; pues en aquéllos todavía no está, y en éstos ya no está. Aun muchos huyen la muerte como el mayor de los males, y con todo eso suelen también tenerla por descanso de los trabajos de esta vida. Por lo cual el sabio ni teme el no vivir, puesto que la vida no les es anexa, ni tampoco lo tiene por cosa mala. Y así como no elige la comida más abundante, sino la más sabrosa, así también en el tiempo no escoge el más diuturno, sino el más dulce y agradable.
93. «No es menos simple quien amonesta los jóvenes a vivir honestamente, y a los viejos a una muerte honesta; no sólo porque la vida es amable, sino porque el mismo cuidado se debe tener de una honesta vida, que de una honesta muerte. Mucho peor es quien dice:

Bueno es no ser nacido, o en naciendo
caminar del averno a los umbrales;

pues si quien lo dijo lo creía así, ¿qué hacía que no partía de esta vida? Esto en su mano estaba, puesto que sin duda se le hubiera otorgado la petición; pero si lo dijo por chanza, fue un necio en tratar con burlas cosa que no las admite.
94. «Se ha de tener en memoria que lo futuro ni es nuestro, ni tampoco deja de serlo absolutamente: de modo que ni lo esperemos como que ha de venir infaliblemente, ni menos desesperemos de ello como que no ha de venir nunca. Hemos de hacer cuenta que nuestros deseos los unos son naturales, los otros vanos. De los naturales unos son necesarios, otros naturales solamente. De los necesarios unos lo son para la felicidad, otros para la tranquilidad del cuerpo, y otros para la misma vida. Entre todos ellos, la especulación es quien sin error hace que conozcamos lo que debemos elegir y evitar para la sanidad del cuerpo y tranquilidad del alma; pues el fin no es otro que vivir felizmente. Por amor de esto hacemos todas las cosas, a fin de no dolernos ni conturbarnos. Conseguido esto, se disipa cualquiera tempestad del ánimo, no pudiendo encaminarse el animal como a una cosa menor, y buscar otra con que complete el bien del alma y cuerpo.
95. «Nosotros necesitamos del deleite cuando nos dolemos de no tenerlo; mas cuando no nos dolemos, ya no lo necesitamos. Por lo cual decimos que el deleite es el principio y fin de vivir felizmente. A éste conocemos por primero y congénito bien: de él toman origen toda elección y fuga; y a él ocurrimos discerniendo todo bien por medio de la perturbación o pasión como regla. Y por cuanto es éste el primero y congénito bien, por eso no elegimos todos los deleites, antes bien acontece que pasamos por encima de muchos cuando de ellos se nos ha de seguir mayor molestia. Aun preferimos algunos dolores a los deleites, si se ha de seguir mayor deleite a la diuturna tolerancia de los dolores.
96. «Todo deleite es un bien a causa de tener por compañera la Naturaleza, pero no se ha de elegir todo deleite. También todo dolor es un mal, pero no siempre se han de huir todos los dolores. Debemos, pues, discernir todas estas cosas por conmensuración, y con respecto a la conveniencia o desconveniencia; pues en algunos tiempos usamos del bien como si fuese mal, y al contrario, del mal como si fuese bien. Tenemos por un gran bien el contentarse con una suficiencia, no porque siempre usemos escasez, sino para vivir con poco cuando no tenemos mucho, estimando por muy cierto que disfrutan suavemente de la magnificencia y abundancia los que menos la necesitan, y que todo lo que es natural es fácil de prevenir; pero lo vano, muy difícil. Asimismo, que los alimentos fáciles y sencillos son tan sabrosos como los grandes y costosos, cuando se remueve y aleja todo lo que puede causarnos el dolor de la carencia. El pan ordinario y el agua dan una suavidad y deleite sumo cuando un necesitado llega a conseguirlos.
97. «El acostumbrarnos, pues, a comidas simples y nada magníficas es conducente para la salud; hace al hombre solícito en la práctica de las cosas necesarias a la vida; nos pone en mejor disposición para concurrir una y otra vez a los convites suntuosos, y nos prepara el ánimo y valor contra los vaivenes de la fortuna. Así que, cuando decimos que el deleite es el fin, no queremos entender los deleites de los lujuriosos y derramados, y los que consisten en la fruición, como se figuraron algunos, ignorantes de nuestra doctrina o contrarios a ella, o bien que la entendieron siniestramente; sino que unimos el no padecer dolor en el cuerpo con el estar tranquilo en el ánimo. No son los convites y banquetes, no la fruición de muchachos y mujeres, no el sabor de los pescados y de los otros manjares que tributa una mesa magnífica quien produce la vida suave, sino un sobrio raciocinio que indaga perfectamente las causas de la elección y fuga de las cosas, y expele las opiniones por quienes ordinariamente la turbación ocupa los ánimos.
98. «De todas estas cosas la primera y principal es la prudencia; de manera que lo más estimable y precioso de la Filosofía es esta virtud, de la cual proceden todas las demás virtudes. Enseñamos que nadie puede vivir dulcemente sin ser prudente, honesto y justo; y por el contrario, siendo prudente, honesto y justo no podrá dejar de vivir dulcemente; pues las virtudes son congénitas con la suavidad de vida, y la suavidad de vida es inseparable de las virtudes. Porque ¿quién crees que puede aventajarse a aquel que opina santamente de los dioses, nunca teme la muerte, y discurre bien del fin de la naturaleza; que pone el término de los bienes en cosas fáciles de juntar y prevenir copiosamente, y el de los males en tener por breves su duración y su molestia; que niega el hado, al cual muchos introducen como dueño absoluto de todo, y sólo concede que tenemos algunas cosas por la fortuna, y las otras por nosotros mismos; y en suma, que lo que está en nosotros es libre, por tener consigo por naturaleza la reprensión o la recomendación? Sería preferible seguir las fábulas acerca de los dioses, a deferir servilmente al hado de los naturalistas; pues lo primero puede esperar excusa por el honor de los dioses; pero lo segundo se ve en una necesidad inexcusable.
99. [Epicuro no tiene por diosa a la Fortuna, como creen algunos (pues para Dios nada se hace sin orden), ni tampoco por causa inestable (esto es, afirma que de la Fortuna ningún bien ni mal proviene a los hombres para la vida feliz y bienaventurada); pero que suele ocasionar principios de grandes bienes y males.] «Se ha de juzgar que es mejor ser infeliz racionalmente, que feliz irracionalmente; y que gobierna la fortuna lo que en las operaciones se ha juzgado rectamente.
100. «Estas cosas y otras semejantes deberás meditar continuamente día y noche contigo mismo y con tus semejantes; con lo cual, ya duermas, ya veles, nunca padecerás perturbación alguna, sino que vivirás como un dios entre los hombres; pues el hombre que vive entre bienes inmortales, nada tiene de común con el animal mortal.» [Niega Epicuro en sus libros toda arte adivinatoria; y en su Epítome pequeño dice es arte insubsistente, y aun cuando no lo fuera, se ha de juzgar que nada nos tocan las cosas acaecidas. Hasta aquí lo perteneciente a la vida; y aun en otros libros trata de esto repetidas veces.]
101. [En orden al deleite disiente de los cirenaicos, pues éstos no admiten el habitual y estable, sino sólo el que está en movimiento; pero aquél admite a entrambos, el del alma y el del cuerpo, como lo dice en el libro De la elección y fuga, en el Del fin, en el primero De las Vidas, y en la Carta a sus amigos los de Mitilene. Lo mismo escribe Diógenes en el libro XVI De las cosas selectas, y Metrodoro en su Timócrates, por estas palabras: Deleite se entiende tanto el que está en el movimiento, cuanto el estable. Y Epicuro en el libro De las elecciones habla así: La tranquilidad y la carencia de dolor son deleites estables; el gozo y el regocijo se ven en acto según el movimiento.]
102. [Disiente, asimismo, de los cirenaicos en otra cosa. Dicen éstos que los dolores corporales son peores que los del ánimo, puesto que los delincuentes son castigados en el cuerpo; pero Epicuro tiene por mayores los dolores del ánimo; pues la carne sólo tiembla por el dolor presente, mas el alma por el pasado, presente y futuro. Así que el dolor del alma es mayor que el del cuerpo. Que el deleite sea el fin lo prueba diciendo que los animales luego que nacen ya se amansan con él, y se irritan con el dolor, todo naturalmente y sin el auxilio de la razón. Huimos, pues, del dolor espontáneamente, como huía Hércules, el cual, estándose consumiendo en las llamas de la túnica,

Clama, muerde, lamenta,
gimen en rededor las piedras todas;
las cimas de los montes de los Locros,
y de Eubea las cumbres elevadas.

Las virtudes se han de elegir no por sí, sino por causa del deleite, como las medicinas por la salud. Así lo dice Diógenes en el libro XX De las cosas selectas, el cual llama virtud al divertimiento. Pero Epicuro dice que sólo la virtud es inseparable del deleite; todas las demás cosas se apartan de ella como mortales.]
103. Pongamos ya fin a este Epítome y a la vida de nuestro filósofo, coronándola de un sumario de sus opiniones primarias, con lo cual dejamos concluida toda la presente obra, usando del fin que es principio de la felicidad.

1. Lo bienaventurado e inmortal, ni él cuida de negocios, ni los encarga a otro; de donde nace que ni lo mueve la ira ni el afecto, pues todo esto arguye enfermedad y flaqueza. En otros lugares dice que los dioses son asequibles por medio de la razón; unos subsistentes según número, otros según una especie de semejanza, procedida de la perenne afluencia de imágenes semejantes, perfeccionados por la especie humana.
2. La muerte en nada nos toca, pues lo ya disuelto es insensible, y lo insensible en nada nos toca.
3. El término y fin de la magnitud de los deleites es el sustraerse de todo cuanto duela. En donde hubiere cosa deleitable, mientras ésta dura, no la hay que duela, o aflija, o ambas cosas.
4. Lo que causa dolor no permanece siempre en la carne, sino que su vehemencia dura poco; y aun lo que sólo priva del deleite según la carne, suele no durar muchos días. Las enfermedades largas más tienen de deleitable en el cuerpo, que de aflictivo.
5. No puede haber vida dulce si no es también prudente, honesta y justa; ni se puede vivir con prudencia, honestidad y justicia, sin que también se viva dulcemente. Aquel, pues, que no vive con prudencia, honestidad y justicia, tampoco podrá vivir con dulzura.
6. Para asegurarse de los hombres es un bien físico el principado y el reino de cualquiera modo que uno puede ganárselo.
7. Quisieron algunos ser célebres y famosos, creyendo así asegurarse de los hombres. Si así quedó segura su vida, recibieron de la Naturaleza este bien; pero si no lograron la seguridad, no tienen lo que desde el principio apetecieron contra la costumbre de la naturaleza.
8. Ningún deleite es malo por sí mismo, pero la producción de ciertos deleites trae muchas más turbaciones que deleites.
9. Si todo deleite se adensase, y con el tiempo, según su período, se acumulase en las partes principales de la Naturaleza, los deleites no se diferenciarían entre sí.
10. Si las cosas que deleitan a los voluptuosos disolvieran de la mente los temores de los meteoros, de la muerte y de los dolores, y además mostraran el término de los apetitos, no tendríamos cosa que reprenderles, aunque se anegasen en placeres, como que por ningún lado tiene dolor ni aflicción, que son el mal.
11. Si nada nos conturbasen los recelos de las cosas de los meteoros y los de la muerte, caso que en algo nos pertenezca (si algo entiendo de los confines de dolores y deseos) no tendríamos necesidad de la Filosofía.
12. Quien ignora la naturaleza del universo y se cree de patrañas, no podrá perder el miedo de las cosas principales. Así no es posible disfrutar deleites inocentes sin fisiología.
13. No sería útil prevenirse y asegurarse contra los hombres, si fuesen temibles las cosas de arriba, las que están bajo de la tierra, y absolutamente las que residen en el infinito.
14. Como la seguridad humana llega hasta un cierto término, la que procede de tranquilidad y dejación de muchedumbre de cosas se consigue por virtud exterminativa y por una sincerísima suficiencia.
15. Las riquezas naturales tienen término y son fáciles de prevenir, pero los proyectos de riquezas vanas coinciden con lo infinito.
16. Corta es la fortuna que viene al sabio, pero las cosas grandes y principales las ordena la razón, las dispone ahora de continuo y las dispondrá siempre.
17. El justo está libre de turbaciones: al injusto asedian infinitas.
18. Una vez removido y alejado lo que causaba dolor por la pobreza, no se aumenta el deleite en la carne, si que sólo se varía.
19. En orden al deleite pone cotos al entendimiento la pesquisa de estas cosas y otras homogéneas, las cuales efectivamente producen grandes temores en el entendimiento mismo.
20. El tiempo ilimitado tiene igual deleite que el limitado, si medimos por el raciocinio los términos del deleite.
21. Si la carne recibió ilimitados los confines del deleite, también a éste el tiempo lo hace ilimitado.
32. Si la mente, comprendiendo por la razón el fin y término de la carne, y disipando los temores de la eternidad, hiciese una vida del todo perfecta, ya no tendría necesidad del tiempo ilimitado; pero no evitaría el deleite (aun cuando los negocios dispusiesen la salida de esta vida), sino que moriría como dejando algo de una vida ilimitada.
23. Quien conoce y sabe los límites de la vida, sabe también cuan fácil es de prevenir lo que quita la aflicción de la indigencia y lo que hace a toda la misma vida absolutamente perfecta. Así no hay necesidad de negocios que traen luchas consigo.
24. Conviene tener en el entendimiento un fin subsistente y según toda evidencia, al cual refiramos cuanto opinemos; pues de lo contrario, todo andará irresoluto y lleno de turbulencias.
25. Si repugnas a todos los sentidos, ni tendrás de ellos a quien llames falso, ni podrás juzgar de aquello que pretendes saber.
26. Si desechas simplemente algún sentido, y en aquello que opinas no lo divides por lo que se espera, y por lo que ya está presente, según los sentidos y pasiones y por toda accesión fantástica de la mente, confundirás los demás sentidos con una opinión fatua y necia, como que desechas todo criterio.
27. Si afirmas todo cuanto queda en los discursos opinables y no dejas lo incontestable como a falso que es, serás semejante a quien conserva toda ambigüedad y toda indiferencia acerca de lo recto o irrecto.
28. Si no refieres en todos tiempos las acciones al fin de la Naturaleza, sino que te apartas antes, ya huyendo, ya haciendo pesquisas de algo, no serán tus acciones consecuentes a tus palabras.
29. De cuantas cosas adquiere la sabiduría para la felicidad de toda la vida, la mayor es la posesión de la amistad. Aun en medio de la cortedad de bienes, se ha de tener por cierto que la amistad da seguridad.
30. La misma sentencia produce la confianza de que no hay ningún daño eterno, ni aun muy prolijo.
31. De los apetitos unos son naturales y necesarios; otros naturales y no necesarios, y otros ni naturales ni necesarios, sino movidos. Epicuro tiene por naturales y necesarios a los que disuelven las aflicciones, como el de la bebida en la sed; por naturales y no necesarios a los que sólo varían el deleite, mas no quitan la aflicción, como son las comidas espléndidas y suntuosas; y por no naturales y necesarios tiene verbigracia a las coronas y erección de estatuas.
32. Los apetitos que no inducen aflicción mientras no se consuman, no son necesarios; antes tienen un grado de deseo fácil de disolver siempre que se tienen por arduos de conseguir o se juzgan productores de algún daño.
33. Si se tiene gran pasión por los apetitos que nos traen aflicción si no se consuman, esto ciertamente dimana de vana opinión y de su propia naturaleza (no por alguna utilidad, sino para la vana opinión del hombre).
34. Lo justo por naturaleza es símbolo de lo conveniente, verbigracia, no dañar a otros, ni ser dañado.
35. Los animales que no pudieron convenirse con pacto alguno de no dañar ni ser dañados, no reciben justicia, ni padecen injusticia. Lo mismo es de las gentes que no pueden o no quieren recibir tales pactos, por los cuales no dañen ni reciban daño.
36. La justicia nada sería por sí; pero en el trato común y recíproco se hacen algunas convenciones en todas partes, de no causar daño ni recibirlo.
37. La injusticia no es un mal por sí misma; sino por el miedo de que no podrá ocultarse a los vindicadores de ella.
38. Quien hace ocultamente algo contra la mutua convención de no dañar ni ser dañado, no hay para que crea que puede estar oculto; pues aunque lo esté algún tiempo por lo presente, no es seguro lo estará hasta la muerte.
39. El derecho común es uno mismo a todos (y es cosa conveniente en la sociedad humana); pero el privado no siempre es el mismo, por algunas circunstancias de los países.
40. Lo que se confirma por testimonio como conveniente al uso común en la sociedad civil tomado de cosas ya tenidas por justas, tiene lugar de justo, hágase en todos lo mismo, o no se haga.
41. Si se establece por ley alguna cosa que luego no trae utilidad a la sociedad civil, ya no tiene la Naturaleza de justa. Pero si sucediese de manera que lo justo correspondió sólo por algún tiempo a los efectos deseados; con todo eso, durante aquel tiempo en que era útil, era también justo, en sentir de los que no se asustan de voces huecas y atienden a muchas cosas.
42. Donde no habiendo novedad alguna en los negocios ordinarios, pareciere que las cosas creídas justas acerca de las operaciones mismas no corresponden a la esperanza concebida, ciertamente no eran justas; pero ocurriendo novedad en las mismas cosas ordinarias, ya no son convenientes las leyes puestas. Así que sólo eran allí justas cuando eran convenientes a la mutua sociedad de los ciudadanos; después cuando no eran convenientes, ya no eran justas.
43. Quien se formare debidamente una verdadera seguridad de las cosas externas, éste se familiarizó e hizo compañero de los que pueden hacerse, pero enemigo de las imposibles; en las cuales no se inmiscuye, y expele cuantas no conviene practicar.

44. Los que tuvieron vigor para adquirirse verdadera seguridad de sus prójimos, vivieron entre ellos dulcísimamente, guardándose una fidelidad firmísima, y gozando de una muy estrecha amistad, no llorarán como digna de compasión la temprana muerte de ninguno de ellos.
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