sábado, 15 de marzo de 2014

DIÓGENES LAERCIO, VIDA DE LOS FILÓSOFOS MÁS ILUSTRES: LIBRO SEGUNDO

LIBRO SEGUNDO


ANAXIMANDRO
1. Anaximandro, hijo de Praxiades, fue milesio. Dijo que «el infinito es el principio y elemento», sin definir el aire, el agua ni otra cosa. «Que sus partes son mudables, pero del todo inmutables. Que la tierra está en medio del universo como centro, y es esférica. Que la luna luce con luz ajena, pues la recibe del sol. Que éste no es menor que la tierra, y es fuego purísimo.» Fue el primero que halló el gnomon, y lo colocó en Lacedemonia para indagar la 1a sombra, como dice Favorino en su Historia varia. Halló también los regresos del sol, notó los equinoccios y construyó horoscopios. Fue el primero que describió la circunferencia de la tierra y mar, y construyó una esfera.
2. Expuso sus opiniones sumariamente y en compendio, cuyos escritos vio Apolodoro Ateniense, y dice en sus Crónicas que Anaximandro tenía sesenta y cuatro años de edad el año segundo de la Olimpíada LVIII, y murió poco después, habiendo florecido principalmente siendo Policrates tirano de Saoros. Dícese que cantando en cierta ocasión, se le burlaron los muchachos, y habiéndolo advertido, dijo: «Es menester cantar mejor por causa de los muchachos». Hubo otro Anaximandro historiador, también milesio, que escribió en dialecto jónico.




ANAXIMENES
1. Anaximenes Milesio, hijo de Euristrato, fue discípulo de Anaximandro. Algunos dicen que lo fue también de Parménides. Dijo que «el principio de las cosas es el aire y el infinito». Y que «los astros no se mueven sobre la tierra, sino a su rededor».
Escribió en dialecto jónico, y en un estilo sencillo y sin superfluidades. Apolodoro dice que nació en la Olimpíada LXIII, y murió cercano al tiempo en que Sardes fue tomada. Hubo otros dos Anaximenes naturales de Lampsaco: el uno orador, y el otro, historiador, hijo de una hermana del orador, que escribió los hechos de Alejandro. El filósofo escribió esta carta:

ANAXIMENES A PITÁGORAS
2. «Tales en su vejez partió con poca felicidad. Saliendo como solía al zaguán de su casa por la madrugada, acompañado de una criada, a fin de observar los astros, no acordándose del estado del terreno, mientras miraba los cielos atentamente, se precipitó; en un hoyo. Este fin tuvo este astrólogo, según dicen los milesios. Nosotros, nuestros hijos y los concurrentes a la exedra para cultivar la literatura, tendremos siempre en memoria varón tan grande, y seguiremos su doctrina, no dudando halló el principio de las cosas.»
Escribió también otra carta:

ANAXIMENES A PITÁGORAS
3. «Me pareció muy bien que partieses de Samos a Crotona para vivir tranquilo, pues los hijos de Eaco y otros obran mal, y a los milesios nunca les faltan tiranos. No menos nos es temible el rey de Persia, si no queremos ser sus tributarios; bien que parece que los jonios saldrán a campaña con los persas, por la libertad común. Si se efectúa la guerra, no me queda esperanza de salvarme. Porque ¿cómo podrá Anaximenes estar en observación de los cielos, si está temiendo de un momento a otro la muerte o el cautiverio? Tú eres estimado de los crotoniatas y demás italianos, sin que te falten también aficionados en Sicilia.»

ANAXÁGORAS
1. Anaxágoras, hijo de Hehesibulo, o bien de Lubulo, fue natural de Clazomene y discípulo de Anaximenes. Fue el primero que a la materia hile añadió la mente al principio de sus obras, donde, suave y magníficamente, dice: «Todas las cosas estaban juntas; luego sobrevino la mente y las ordenó, y por esta razón se llama mente. Timón dice de él lo mismo en sus Sátiras, en esta forma:

Donde dicen que el héroe valeroso
Anaxágoras se halla.
Apellidado Mente
(y la tuvo dichosa),
porque nos dijo que la mente eterna
puso en orden las cosas,
antes confusamente amontonadas.

Fue Anaxágoras ilustre, no sólo por su nacimiento y riquezas, sino también por su magnanimidad pues cedió a los suyos todo su patrimonio. Y como lo notasen de negligente, respondió: «Y vosotros, ¿por qué, no sois más diligentes?» Ausentóse, finalmente, a fin de entregarse a la contemplación de la Naturaleza, despreciando todo cuidado público, de manera que diciéndole uno: «¿Ningún cuidado os queda de la patria?», respondió, señalando al cielo: «Yo venero en extremo la patria».
2. Se dice que cuando Jerjes pasó a Grecia, tenía Anaxágoras veinte años de edad, y que vivió hasta setenta y dos. Escribe Apolodoro en sus Crónicas, que nació en la Olimpíada LXX y murió en el año primero de la LXXVIII. Empezó a filosofar en Atenas, de edad de veinte años, siendo arconte Calias, como dice Demetrio Falereo en su Historia de los arcontes, adonde añaden se detuvo treinta años.
3. Decía «que el sol es un globo de fuego y mayor que el Peloponeso». Otros atribuyen esto a Tántalo. «Que la luna está habitada y tiene collados y valles. Que el principio de las cosas son las partículas semejantes, pues así como el oro se compone de partes tenuísimas, así también el mundo fue compuesto de corpúsculos semejantes entre sí. Que la mente es el principio del movimiento. Que los cuerpos graves se situaron en lugar bajo, verbigracia, la tierra; los que ves, arriba, como el fuego; el agua y el aire tomaron el medio. Así, pues, sobre la superficie de la tierra está el mar, y el sol saca de sus aguas los vapores. Que en el principio los astros giraban en el cielo (construido en forma de cúpula), de manera que el polo, que siempre está a nuestra vista, giraba sobre el vértice de la tierra, pero que después tomó inclinación. Que la vía láctea es un reflejo del resplandor de los astros no iluminados por el sol. Que los cometas son un concurso de estrellas errantes que despiden llamas, y que el aire los vibra como centellas. Que los vientos provienen del aire enrarecido por el sol. Que los truenos son el choque de las nubes; los relámpagos el ludimiento de las mismas. Que el terremoto es causado por aire que corre por dentro de la tierra. Que los animales fueron engendrados del humor, del calor y de la tierra; después fueron naciendo de ellos mismos, engendrándose los machos a la parte derecha y las hembras a la izquierda.».
4. Se dice que anunció, antes de caer, la piedra que cayó en Egospótamos, la cual dijo caería del sol y que por esto Eurípides, su discípulo, en la tragedia intitulada Faetón, llamó al sol musa de fuego. También que, habiendo partido para Olimpia, se sentó vestido de pieles, como que había de llover presto, y así sucedió. A uno que le preguntó si los montes de Lampsaco serían mar en lo venidero, dicen respondió: «Sí, por cierto, como el tiempo no se acabe». Preguntado una vez para qué fin había nacido; dijo que «para contemplar el sol, la luna y el cielo». A uno que le objetaba que estaba privado de los atenienses, respondió: «No estoy privado de ellos, sino ellos de mí». Al ver el sepulcro de Mausolo, dijo: «Un monumento suntuoso es imagen de riquezas convertidas en piedras». A uno que llevaba mal el que muriese en tierra ajena, respondió: «No os molestéis por eso, pues de todas partes hay el mismo camino que hacer para bajar a la región de los muertos».
5. Según dice Favorino en su Historia varia, parece fue el primero que dijo que «Romero compuso su poema para recomendar la virtud y la justicia»; parecer que amplificó mucho Metrodoro Lampsaceno, amigo suyo, el cual disfrutó bastante a Homero en el estudio de la Naturaleza. Anaxágoras fue el primero que nos dejó un escrito sobre la Naturaleza. Sileno, en el libro primero de sus Historias, dice habiendo caído una piedra del cielo siendo arconte Dimilo, dijo entonces Anaxágoras que todo el cielo se componía de piedras, y se sostenía por la velocidad de su giro; de manera, que si este giro cesase, caería el cielo.
6. En orden a su condenación hay varias opiniones, pues Soción, en las Sucesiones de los filósofos, dice que Cleón le acusó de impiedad, por haber dicho que el sol es urca masa de hierro encendido, pero que lo defendió Pericles, su discípulo, y sólo fue condenado a pagar cinco talentos y salir desterrado. Sátiro escribe en sus Vidas que lo acusó Tucídides, por ser éste contrario a las resoluciones de Pericles en la administración de la República. Que no sólo lo acusó de impiedad, sino también de traición, y que ausente, fue condenado a muerte. Habiéndole dado la noticia de su condenación y de la muerte de sus hijos, respondió a lo primero que «había mucho tiempo que la Naturaleza había condenado a muerte tanto a sus acusadores como a él». Y a lo segundo, que «sabía que los había engendrado mortales». Algunos atribuyen esto a Solón; otros, a Jenofonte.
7. Demetrio Falereo dice, en el libro De la Vejez, que Anaxágoras enterró él mismo por sus manos a sus hijos. Hermipo, en las Vidas, asegura que fue encarcelado y condenado a muerte; y preguntado Pericles si había algún crimen capital en él, corno no la hallase alguno, dijo: «Ahora bien: yo soy discípulo de este hombre; no queráis perderlo con calumnias, sino seguid mi voluntad y dejadlo absuelto». Y que así se hizo: pero no pudiendo sobrellevar la injusticia, murió de muerte voluntaria. Finalmente, Jerónimo dice, en el libro II de sus Varios comentarios, que Pericles lo condujo al tribunal de justicia a tiempo en que se hallaba desfallecido y débil por enfermedad, y que fue absuelto antes por verlo así que por hallarlo inocente. Todos estos pareceres hay sobre la condenación de Anaxágoras. Hay quien piensa todavía que fue enemigo de Demócrito por no haberlo querido admitir a su conversación y trato.
8. Finalmente, habiendo pasado a Lampsaco, murió allí, y preguntado por los magistrados si quería se ejecutase alguna cosa, dicen que respondió que «cada año en el mes de su muerte fuese permitido a los muchachos el jugar», y que hoy día se observa. Los lampsacenos lo honraron difunto, y en su sepulcro pusieron este epitafio:

Aquí yace Anaxágoras ilustre,
que junto al fin de su vital carrera,
entendió plenamente los arcanos
que en sí contiene la celeste esfera.

El mío al mismo es el siguiente:

Que el sol es masa ardiente
Anaxágoras dijo; y por lo mismo
fue a muerte condenado.
Librólo su discípulo Pericles:
Pero él entre eruditas languideces,
sabe dejar la vida voluntario.

Hubo otros tres Anaxágoras, pero en ninguno de ellos concurrieron todas las ciencias. El primero fue orador, uno de los discípulos de Isócrates. El otro, estatuario, de quien Antígono hace memoria. Y el otro, gramático, discípulo de Zenodoto.

ARQUELAO
1. Arquelao, ateniense, o bien milesio, tuvo por padre a Apolodoro, o, según algunos, a Midón. Fue discípulo de Anaxágoras y maestro de Sócrates, y el primero que de la Jonia trajo a Atenas la Filosofía natural. Por esta razón lo llamaron el Físico, o bien porque en él terminó la Filosofía natural, introduciendo entonces Sócrates la moral. Bien que parece que Arquelao la cultivó también, pues filósofo de las leyes, de lo bueno y de lo justo, lo cual, oído por Sócrates, lo amplió y propagó, y fue tenido como autor de ello.
Decía «eran dos las causas de la generación: el calor y el frío. Que los animales fueron engendrados del limo. Y que lo justo y lo injusto no lo son por naturaleza, sino por la ley». Fundábase en este raciocinio: «El agua, cuya liquidez dimana del calor, mientras dura condensada produce la tierra, y cuando se liquida produce el aire. Por consiguiente, aquélla es conservada por el aire, y éste por el movimiento del fuego. Que los animales se engendran del calor de la tierra, la cual destila un limo semejante a la leche, que les sirve de nutrimento. Así fueron procreados los hombres».
Fue el primero que dijo que «la voz es la percusión del aire. Que el mar se contiene en las entrañas de la tierra, por cuyas venas va como colado. Que el sol es el mayor de los astros. Y que el Universo no tiene límites». Hubo otros tres Arquelaos: uno, corógrafo, el cual describió los países que anduvo Alejandro. Otro, que escribió en verso De la admirable naturaleza de los animales. Y el otro, fue orador y escribió De la Oratoria.

SÓCRATES

1. Sócrates fue hijo de Sofronisco, cantero de profesión, y de Fenareta, obstetriz, como lo dice Platón en el diálogo intitulado Teeteto. Nació en Alopeca, pueblo de Ática. Hubo quien creyera que Sócrates ayudaba a Eurípides en la composición de sus tragedias, por lo cual dice Mnesíloco:

Los Frigios drama es nuevo
de Eurípides y consta
que a Sócrates se debe.

Y después:

De Sócrates los clavos
corroboran de Eurípides los dramas.

Igualmente Calias, en la comedia Los cautivos, dice:

Tú te engríes y estás desvanecido:
pero puedo decirte
que a Sócrates se debe todo eso.

Y Aristófanes, en la comedia Las nubes, escribe:

Y Eurípides famoso,
que tragedias compone
lo hace con el auxilio
de ese que habla de todo:
así le salen útiles y sabias.

2. Habiendo sido discípulo de Anaxágoras, como aseguran algunos, y de Damón, según dice Alejandro en las Sucesiones, después de la condenación de aquél, se pasó a Arquelao Físico, el cual usó de él deshonestamente, como afirma Aristoxenes, Duris dice que se puso a servir, y que fue escultor en mármoles; y aseguran muchos que las Gracias vestidas que están en la Roca son de su mano. De donde dice Timón en sus Sátiras:

De estas Gracias provino
el cortador de piedras,
el parlador de leyes,
oráculo de Grecia.
Aquel sabio aparente y simulado,
burlador, y orador semiateniense

En la oratoria era vehementísimo, como dice Idomeneo; pero los treinta tiranos le prohibieron enseñarla, según refiere Jenofonte. También lo moteja Aristófanes, porque hacía buenas las causas malas. Según Favorino en su Historia varia, fue el primero que con Esquines, su discípulo, enseñó la Retórica; lo que confirma Idomeneo en su Tratado de los discípulos de Sócrates. Fue también el primero que trató la Moral, y el primero de los filósofos que murió condenado por la justicia.
3. Aristoxenes, hijo de Espíntaro, dice que era muy cuidadoso en juntar dinero; que dándolo a usura, lo recobraba con el aumento, y reservado éste, daba nuevamente el capital a ganancias. Según Demetrio; Bizantino dice, Critón lo sacó del taller, y se aplicó a instruirlo, prendado de su talento y espíritu. Conociendo que la especulación de la Naturaleza no es lo que más nos importa, comenzó a tratar de la Filosofía moral, ya en las oficinas, ya en el foro; exhortando a iodos a que inquiriesen qué mal o bien tenían en sus casas.
Muchas veces, a excesos de vehemencia en el decir, solía darse de coscorrones, y aun arrancarse los cabello, de manera que muchos reían de él y lo menospreciaban; pero él lo sufría todo con paciencia. Habiéndole uno dado un puntillón, dijo a los que se admiraban de su sufrimiento: «Pues si un asno me hubiese dado una coz, ¿había yo de citarlo ante la justicia?» Hasta aquí Demetrio.
4. No tuvo necesidad de peregrinar como otros, sino cuando así lo pidieron las guerras. Fuera de esto, siempre estuvo en un lugar mismo, disputando con sus amigos, no tanto para rebatir sus opiniones, cuanto para indagar la verdad. Dicen que, habiéndole dado a leer Eurípides un escrito de Heráclito, como le preguntase qué le parecía, respondió: «Lo que he entendido es muy bueno, y juzgo lo será también lo que no he entendido; pero necesita un nadador delio». Tenía mucho cuidado de ejercitar su cuerpo, el cual era de muy buena constitución.
5. Militó en la expedición de Anfípolis; y dada la batalla junto a Delio, libró a Jenofonte, que había caído del caballo. Huían todos los atenienses, mas él se retiraba a paso lento, mirando frecuentemente con disimulo hacia atrás, para defenderse de cualquiera que intentase acometerlo. También se halló en la expedición naval de Potidea, no pudiendo ejecutarse por tierra en aquellas circunstancias. En esta ocasión, dice estuvo toda una noche en una situación misma. Peleó valerosamente, y consiguió la victoria; pero la cedió voluntariamente a Aleibíades, a quien amaba mucho, corno dice Arístipo en el libro IV De las delicias antiguas.
6 Ion Quío dice que Sócrates en su juventud estuvo en Samos con Arquelao. Aristóteles escribe que también peregrinó a Delfos. Y Favorino afirma, en el libro primero de sus Comentarios, que también estuvo en el Istmo. Era de un ánimo constante y republicano; consta principalmente, de que habiendo mandado Cricias y demás jueces traer a Leonte de Salamina, hombre opulento, para quitarle la vida, nunca Sócrates convino en ello; y de los diez capitanes de la armada fue él solo quien absolvió a Leonte. Hallándose ya encarcelado, y pudiendo huir e irse donde quisiese, no quiso ejecutarlo, ni atender al llanto de sus amigos que se lo rogaban, antes les reprendió, y les hizo varios razonamientos llenos de sabiduría.
7. Era parco y honesto. Pánfila escribe en el libro VII de sus Comentarios, que habiéndole Alcíbiades dado una área muy espaciosa para construir una casa, le dijo: «Si yo tuviese necesidad de zapatos, ¿me darías todo un cuero para que me los hiciese? Luego ridículo sería si yo la admitiese». Viendo frecuentemente las muchas cosas que se venden en público, decía consigo mismo: «¡Cuánto hay que no necesito!». Repetía a menudo aquellos yambos:

Las alhajas de plata,
de púrpura las ropas,
útiles podrán ser en las tragedias;
pero de nada sirven a la vida.

Menospreció generosamente a Arquelao Macedón, a Escopas Cranonio y a Eurilo Lariseo, pues ni admitió el dinero que le regalaban, ni quiso ir a vivir con ellos. Tanta era su templanza en la comida, que habiendo habido muchas veces peste en Atenas, nunca se le pegó el contagio.
8. Aristóteles escribe que tuvo dos mujeres propias: la primera, Jantipa, de la cual hubo a Lamprocle; la segunda, Mirto, hija de Arístides el Justo, la que recibió indotada, y de la cual tuvo a Sofronisco y a Menexeno. Algunos quieren casase primero con Mirto; otros, que casó a un mismo tiempo con ambas y de este sentir son Sátiro y Jerónimo de Rodas, pues dicen que, queriendo los atenienses poblar la ciudad, exhausta de ciudadanos por las guerras y contagios, decretaron que los ciudadanos casasen con una ciudadana, y además pudiesen procrear hijos con otra mujer; y que Sócrates lo ejecutó así.
9. Tenía ánimo para sufrir a cuantos lo molestaban y perseguían. Amaba la frugalidad en la mesa, y nunca pidió recompensa de sus servicios. Decía que «quien come con apetito, no necesita de viandas exquisitas; y el que bebe con gusto, no busca bebidas que no tiene a mano». Esto se puede ver aún en los poetas cómicos, los cuales lo alaban en lo mismo que presumen vituperarlo. Así habla de él Aristófanes:

¡Oh tú, justo amador de la sapiencia,
cuán felice serás con los de Atenas,
y entre los otros griegos cuán felice!

Y luego:

Si memoria y prudencia no te faltan,
y en las calamidades sufrimiento,
no te fatigarás si en pie estuvieres,
sentado, o caminando.
Tú no temes el frío ni el hambre
abstiéneste del vino y de la gula,
con otras mil inútiles inepcias.

Amipcias lo pinta con palio, y dice:

¡Oh Sócrates, muy bueno entre los pocos,
y todo vanidad entre los muchos!
¡Finalmente, aquí vienes y nos sufres!
Ese grosero manto
¿de dónde lo tomaste?
Esa incomodidad seguramente
nació de la malicia del ropero.

Por más hambre que tuviese, nunca pudo hace: de parásito. Cuánto aborreciese esta vergonzosa adulación, lo testifica Aristófanes, diciendo:

Lleno de vanidad las calles andas,
rodeando la vista a todas partes.
Caminando descalzo, y padeciendo
trabajas sin cesar, muestras no obstante
siempre de gravedad cubierto el rostro.

Sin embargo, algunas veces se acomodaba al tiempo y vestía con más curiosidad, como hizo cuando fue a cenar con Agatón; así lo dice Platón en su Convite.
10. La misma eficacia tenía para persuadir que para disuadir; de manera que, según dice Platón en un Discurso que pronunció sobre la ciencia, trocó a Teeteto de tal suerte, que lo hizo un hombre extraordinario. Queriendo Eutrifón acusar a su padre por haber muerto a un forastero que hospedaba, lo apartó Sócrates del intento por un discurso que hizo concerniente a la piedad. También hizo morigerado a Lisis con sus exhortaciones. Tenía un ingenio muy propio para formar sus discursos según las ocurrencias. Redujo con sus amonestaciones a su hijo Lamprocles a que respetase a su madre, con la cual se portaba duro e. insolente, como refiere Jenofonte.
Igualmente que removió a Glaucon, hermano de Platón, de meterse en el gobierno de la República, según pretendía para lo cual era inepto; y, por el contrario, indujo a Carmides a que se aplicase. a él, conociendo era capaz de ejecutarlo.
11. Avivó el ánimo do Ificrates, capitán de la República, mostrándole unos gallos del barbero Midas que reñían con los de Calias. Glauconides lo tenía por tan digno de la ciudad, como un faisán o pavo. Decía que «es cosa maravillosa que siendo fácil a cualquiera decir los bienes que posee, no puede decir ninguno los amigos que tiene»: tanta es la negligencia que hay en conocerlos. Viendo a Euclides muy solícito en litigios forenses, le dijo: «¡Oh Euclides!, podrás muy bien vivir con los sofistas, pero no con los hombres». Tenía por inútil y poco decente este género de estudio, cono dice Platón en su Eutidemo. Habiéndole dado Carmides algunos criados que trabajasen en su provecho, no los admitió; y hay quien dice que menospreció la belleza de cuerpo de Alcibíades. Loaba el ocio como una de las mejores posesiones, según escribe Jenofonte en su Convite. También decía que «sólo hay un bien, que es la sabiduría, y sólo un mal, que es la ignorancia. Que las riquezas y la nobleza no contienen circunstancia recomendable, antes bien, todos los males.»
12. Habiéndole dicho uno que la madre de Antístenes fue de Tracia, respondió: «¿Pues creías tú que dos atenienses habían de procrear varón tan grande?» Propuso a Critón rescatase a Fedón, que hallándose cautivo se veía obligado a ganar el sustento por medios indecentes. Salió, en efecto, de la esclavitud, y lo hizo un ilustre filósofo. Aprendió a tocar la lira cuando tenía oportunidad, diciendo no hay absurdo alguno en aprender cada cual aquello que ignora. Danzaba también con frecuencia, teniendo este ejercicio por muy conducente para la salud del cuerpo, como lo dice Jenofonte en su Convite. Decía asimismo que un genio le revelaba las cosas venideras. «Que el empezar bien no era poco, sino cercano de lo poco. Que nada sabía excepto esto mismo: que nada sabía. Que los que compran a gran precio las frutas tempranas desconfían llegar al tiempo de la sazón de ellas.»
13. Preguntado una vez qué cosa es virtud en un joven, respondió: «El que no se exceda en nada». Decía que «se debe estudiar la Geometría hasta que uno sepa recibir y dar tierra medida». Habiendo Eurípides en la tragedia Auge dicho de la virtud

que es acción valerosa
dejarla de repente y sin consejo,

se levantó y se fue diciendo «era cosa ridícula tener por digno de ser buscado un esclavo cuando no se halla, y dejar perecer la virtud». Preguntado si era mejor casarse o no casarse, respondió: «Cualquiera de las dos cosas que hagas te arrepentirás». Decía que «le admiraba ver que los escultores procuraban saliese la piedra muy semejante al hombre, y descuidaban de procurar no parecerse a las piedras». Exhortaba a los jóvenes «a que se mirasen frecuentemente al espejo, a fin de hacerse dignos de la belleza, si la tenían; y si eran feos, para que disimulasen la fealdad con la sabiduría».
14. Habiendo convidado a cenar a ciertas personas ricas, como Jantipa tuviese rubor de la cortedad de la cena, le dijo: «No te aflijas, mujer, pues si ellos son parcos, lo sufrirán; y si comilones, nada nos importa». Decía que «otros hombres vivían para comer; pero él comía para vivir. Que quien alaba al pueblo bajo, se parece a uno que reprobase un tetradracmo, y recibiese por legítimos muchos de ellos». Habiéndole dicho Esquines soy pobre; nada más tengo que mi persona; me doy todo a vos, respondió: «¿Has advertido cuán grande es la dádiva que me haces?» A uno que estaba indignado por hallarse sin autoridad, habiéndose usurpado el mando los treinta tiranos, le dijo: «¿Y qué es lo que en esto te aflige?» «Que los atenienses respondió te han condenado a muerte.» «Y la Naturaleza a ellos», repuso Sócrates. Algunos atribuyen esto a Anaxágoras. A su mujer, que le decía que moriría injustamente, le respondió: «¿Quisieras acaso tú que mi muerte fuese justa?»Habiendo soñado que uno le decía:

Tú dentro de tres días
a la glebosa Ftía harás pasaje,

dijo a Esquines que «pasados tres días moriría». Estando para beber la cicuta, le trajo Apolodoro un palio muy precioso para que muriese con este adorno, y le dijo Sócrates: «Pues si el mío ha sido bueno para mí en vida, ¿por qué no lo será en muerte?» Habiéndole uno dicho que otro hablaba mal de él, respondió: «Ése no aprendió a hablar bien». Como Antístenes llevase siempre a la vista la parte más rasgada de su palio, le dijo: «Veo por esas aberturas tu vanagloria». A uno que le dijo: «¿No está aquél hablando mal de ti?», respondió: «No, por cierto: nada me toca de cuanto dice». Decía que «conviene exponerse voluntariamente a la censura de los poetas cómicos, pues si dicen la verdad, nos corregiremos; y si no, nada nos toca su dicho».
15. Habiéndole injuriado de palabras una vez su mujer Jantipa, y después arrojádole agua encima, respondió: «¿No dije yo que cuando Jantipa tronaba ella llovería?» A Alcibíades, que le decía no era tolerable la maledicencia de Jantipa, respondió: «Yo estoy tan acostumbrado a ello como a oír cada momento el estridor de la polea; y tú también toleras los graznidos de los ánsares». Replicando Alcibíades que los ánsares le ponían huevos y educaban otros ánsares, le dijo: «También a mí me pare hijos Jantipa». Quitóle ésta en una ocasión el palio en el foro, y como los familiares instasen a Sócrates a que castigase la injuria, respondió: «Pardiez, que sería una bella cosa que nosotros riñésemos y vosotros clamaseis: No más Sócrates: no más Jantipa». Decía que con la mujer áspera se debe tratar como hacen con los caballos falsos y mal seguros los que los manejan, pues así como éstos, habiéndolos domado, usan con más facilidad de los leales, así también yo después de sufrir a Jantipa me es más fácil el comercio con todas las demás gentes».
16. Estas y otras muchas cosas que decía y ejecutaba fueron causa de que la pitonisa testificase de él tan ventajosamente, dando a Querefón aquel oráculo tan sabido de todos:

Sócrates es el sabio entre los hombres.

Esto excitó contra él la envidia de muchos que se tenían también por sabios, infiriendo que el oráculo los declaraba ignorantes. Melito y Anito eran de éstos, como dice Platón en el diálogo Memnón. No podía Anito sufrir que Sócrates se le burlase, e incitó primeramente a Aristófanes contra él; después indujo a Melito para que lo acusase de impío y corrompedor de la juventud. En efecto, Melito lo acusó, y dio la sentencia Polieucto, según dice Favorino en su Historia varia. Escribió la oración el sofista Polícrates, como refiere Hermipo, o bien Anito, según otros afirman; pero el orador Licón lo ordenó todo. Antístenes en las Sucesiones de los filósofos, y Platón en la Apología, dicen que los acusadores de Sócrates fueron tres, a saber: Anito, Licón y Melito. Que Anito instaba en nombre de los artesanos y magistrados del pueblo Licón, por parte de los oradores; y Melito, por la de los poetas, a todos los cuales reprendía Sócrates. Favorino, en el libro II de sus Comentarios, dice que no es de Polícrates la oración contra Sócrates, puesto que en ella se hace mención de los muros de Atenas que restauró Conón, lo cual fue seis años después de la muerte de Sócrates, y así es la verdad.
17. La acusación jurada, y que, según Favorino, todavía se conserva en el Metroo, fue como sé sigue: «Melito Piteense, hijo de Melito, acusó a Sócrates Alopecense, hijo de Sofronisco, de los delitos siguientes: Sócrates quebranta las leyes, negando la existencia de los dioses que la ciudad tiene recibidos, e introduciendo otros nuevos; y obra contra las mismas leyes corrompiendo la juventud. La pena debida es la muerte».
18. Habiéndole leído Lisias una apología que había escrito en su defensa, respondió: «La pieza es buena, Lisias; pero no me conviene a mí». Efectivamente, ella era más una defensa jurídica que filosófica. Preguntándole, pues, Lisias por qué no le convenía la oración, supuesto que era buena, respondió: «¿Pues no puede haber vestidos y calzares ricos, y a mí no venirme bien?» Justo Tiberiense cuenta en su Crónica que cuando se ventilaba la causa de Sócrates subió Platón al púlpito del tribunal, y que habiendo empezado a decir así: «Siendo yo, oh atenienses, el más joven de los que a este lugar subieron...», fue interrumpido por los jueces, diciendo: «Bajaron, bajaron»; significándole por esto que bajase de allí. Fue, pues, condenado por doscientos ochenta y un votos más de los que lo absolvían; y estando deliberando los jueces sobre si convendría más quitarle la vida a imponerle multa, dijo daría veinticinco dracmas. Eubulides, dice que prometió ciento. Pero viendo desacordes y alborotadores a los jueces, dijo: «Yo juzgo que la pena a que debo ser condenado por mis operaciones es que se 'me mantenga del público en el Pritaneo». Oído lo cual, se agregaron ochenta votos a los primeros, y lo condenaron a muerte. Prendieronlo luego, y no muchos días después bebió la cicuta, una vez acabado un sabio y elocuente discurso que trae Platón en su Fedón.
19. Hay quien le atribuye un himno a Apolo, que empieza:

Yo os saludo, Apolo Delio
y Diana, ilustre niños.

Pero Dionisiodoro dice que este himno no es suyo. Compuso una fábula como las de Esopo, no muy elegante, que empieza:

Dijo una vez Isopo a los corintios
la virtud no juzgasen
por la persuasión y voz del pueblo.

Éste fue el fin de Sócrates, pero los atenienses se arrepintieron en tanto grado, que cerraron las; palestras y gimnasios. Desterraron a algunos, y sentenciaron a muerte a Melito. Honraron a Sócrates con una estatua de bronce que hizo Lísipo, y la colocaron en el Pompeyo. Los de Heraclea echaron de la ciudad a Anito en el día mismo en que llegó.
20. No es sólo Sócrates con quien los atenienses se portaron así sino también con otros muchos, pues multaron a Hornero en cincuenta dracmas, teniéndolo por loco. A Tirteo lo llamaron demente, y lo mismo a Astidamante, imitador de Esquilo, habiéndolo antes honrado con una estatua de bronce. Eurípides en su Palamedes también objeta a los atenienses la muerte de Sócrates, diciendo:

Matasteis, sí, matasteis al más sabio,
a la más dulce musa,
que a nadie fue molesta ni dañosa.

Esto es así, aunque Filicoro dice que Euripides murió antes que Sócrates. Nació Sócrates, según Apolodoro en sus Crónicas, siendo arconte Apsefión, el año IV de la Olimpíada LXXVII, a 6 de Tragelión, en cuyo día los atenienses lustran la ciudad, y dicen los delios que nació Diana. Murió el año I de la Olimpíada XCV, a los setenta años de su edad. Lo mismo dice Demetrio; pero aseguran otros que murió de sesenta años. Ambos fueron discípulos de Anaxágoras, Sócrates y Eurípides. Nació éste siendo arconte Calias, el año I de la Olimpíada LXXV .
21. Pienso que Sócrates trató también de las cosas naturales, puesto que dice algo de la Providencia, según escribe Jenofonte; aunque él mismo asegura que sólo disputó de lo perteneciente a la moral. Cuando Platón en su Apología hace memoria de Anaxágoras y otros físicos, dice de éstos muchas cosas que Sócrates niega, siendo así que todas las suyas las atribuye a Sócrates. Refiere Aristóteles que cierto mago venido de Siria a Atenas reprobó muchas cosas de Sócrates, y le predijo moriría de muerte violenta. El epitafio mío a Sócrates es el siguiente:

Tú bebes con los dioses,
eh Sócrates, ahora.
Sabio te llamó Dios, que es sólo el sabio,
y si los atenienses
la cicuta te dieron, brevemente
se la bebieron ellos por tu boca.

22. Aristóteles dice, en el libro II de su Poética, que Sócrates tuvo disputas con cierto Antióloco de Lemnos, y con Anfitrión, intérprete de portentos, al modo que Pitágoras las tuvo con Cidón y con Onata. Sagaris fue émulo de Homero cuando todavía vivía, y después de muerto lo fue Jenofonte Colofonio. Píndaro tuvo sus contenciones con Anfímenes Cos; Tales con Ferecides; Biante con Salaro Prieneo; Pitaco con Antiménides y con Alceo; Anaxágoras con Sosibio; y Simónides con Timocreón.
23. De los sucesores de Sócrates, llamados socráticos, los principales fueron Platón, Jenofonte y Antístenes. De los que llaman los diez, fueron cuatro los más ilustres, a saber: Esquines, Fenón, Euclides y Aristipo. Trataremos primero de Jenofonte. De Antístenes hablaremos entre los cínicos. Luego, de los socráticos; y en último lugar, de Platón, que es el jefe de las diez sectas, e instituidor de la primera Academia. Éste será el orden que guardaremos.
24. Hubo otro Sócrates historiador, que describió con exactitud la región argólica. Otro peripatético, natural de Bitinia. Otro poeta epigramático. Y otro; natural de Cos, escritor de los sobrenombres de los dioses.

JENOFONTE

1. Jenofonte, hijo de Grilo, nació en Erquia, pueblo del territorio de Atenas. Fue muy vergonzoso, y hermoso de cuerpo en sumo grado. Dicen que habiéndolo encontrado Sócrates en una callejuela, atravesó el báculo y lo detuvo. Preguntóle dónde se vendían las cosas comestibles, y habiéndoselo dicho, le preguntó de nuevo: «¿Dónde se forman los hombres buenos y virtuosos?» A lo cual, como Jenofonte no satisficiese de pronto, añadió Sócrates: «Sígueme y lo sabrás». Desde entonces fue discípulo de Sócrates. Fue el primero que publicó en forma de Comentarios las cosas que antes sólo se referían de palabra, siendo también el primer filósofo que escribió Historia.
2. Refiere Aristipo, en el libro IV de las Delicias antiguas, que Jenofonte amó a Clinias, y le hablaba así: «Con más gusto miro a Clinias que a todas las demás cosas bellas que tienen los hombres; nada me molestaría ser ciego para todas las cosas, con tal que gozase la vista de Clinias; aflíjome de noche y cuando duermo, porque no lo veo; doy mil gracias al día y al sol porque me manifiestan a Clinias». Hízose muy amigo de Ciro en la forma siguiente: Tenía un amigo beocio llamado Proxeno, discípulo de Gorgias Leontino y familiar de Ciro, en cuya compañía estaba en Sardes. Escribió éste a Jenofonte, que estaba en Atenas, una carta en que le decía le sería muy útil hacerse amigo de Ciro. Jenofonte mostró la carta a Sócrates, y le pidió consejo; pero éste le envío a Delfos, a fin de que siguiese en el asunto lo que el oráculo le dijese. Pasó a Delfos, mas no preguntó a Apolo si le convenía ir a Ciro, sino el cómo lo había de ejecutar. Sócrates le reprendió la astucia, pero fue de parecer hiciese el viaje. Llegado a verse con Ciro, le supo captar la voluntad de tal manera, que se le hizo tan amigo como el mismo Proxeno. Por lo cual nos dejó escrito cuanto pasó en la subida y regreso de Ciro.
3. Fue mortal enemigo de Memnón de Farsalia, el cual en la subida de Ciro era conductor de las tropas extranjeras. Objetóle, entre otras cosas, que seguía amores superiores a su calidad. También afeó a cierto Apolonio llevase agujeros en las orejas. Después de la subida de los persas, rota del Ponto y quebrantamiento de la alianza por Seto, rey de los odrisos, se retiró Jenofonte al Asia a estar con Agesilao, rey de los lacedemonios; llevóle muchas tropas de Ciro para que militasen en su ejército; se puso todo en su obediencia, y fue su mayor amigo. Con esta ocasión, pareciendo a los atenienses que estaba de parte de los lacedemonios, lo condenaron a destierro. Pasó después a Éfeso, y entregó en depósito a Megabizo, sacerdote de Diana, la mitad del oro que traía, hasta que volviese; pero si no volvía, mandó se hiciese de él una estatua de la diosa, y se la dedicase. De la otra mitad envió dones a Delfos. Habiendo Agesilao sido llamado a Grecia para hacer la guerra a los tebanos, pasó Jenofonte con él a Grecia, dándole víveres los lacedemonios. Finalmente, separado de Agesilao, se fue al territorio de Elea, cerca de la ciudad de Escilunte.
4. Iba con él, como dice Demetrio de Magnesia, cierta mujercilla llamada Filesia, y dos hijos: Grito y Diodoro, según escribe Dinarco en el libro Del repudio, contra Jenofonte; los cuales dos hijos fueron llamados Geminos. Habiendo venido a Escilunte Megabizo por causa de ciertas festividades públicas, recobrando su dinero, compró y dedicó a la diosa unos campos, por medio de los cuales corre el río Selinus, del mimo nombre que el que pasa por Éfeso. Entreteníase en la caza, convidando a comer a los amigos y escribiendo Historia. Dinarco refiere que los lacedemonios le dieron habitación y tierras. Dícese también que Filópidas de Esparta le envió en don diferentes esclavos traídos de Dardania, para que se sirviese de ellos en?. lo que gustase. Que después, habiendo venido los elienses con ejército a Escilunte, destruyeron la posesión de Jenofonte, por haber los lacedemonios tardado en venir a la defensa. Entonces los hijos de Jenofonte huyeron ocultamente con algunos esclavos, y se fueron a Lepreo. Igualmente Jenofonte, primero, se retiró a Elis; después, pasó a Lepreo, donde estaban sus hijos, y con ellos a Corinto, donde se estableció.
5. Habiendo por este tiempo resuelto los atenienses dar auxilio a los lacedemonios, envió sus hijos a Atenas para que militasen bajo de los lacedemonios, como que habían estudiado la disciplina militar en Esparta, según escribe Diocles en las Vidas de los filósofos. Diodoro volvió de aquella jornada sin haber hecho cosa memorable, y tuvo después un hijo del mismo nombre que su hermano. Pero Grilo murió en ella peleando valerosamente entre la caballera, siendo general de ésta Cefisodoro, y Agesilao de la infantería, como dice Éforo en el libro XXV de sus Historias. La batalla fue junto a Mantiena. Murió también en ella Epaminondas, capitán de los tebanos. Dicen que Jenofonte estaba a la sazón sacrificando, con corona en la cabeza, y tenida la noticia de la muerte del hijo, se quitó la corona; pero sabido que había muerto peleando valerosamente, se la volvió a poner. Ayunos dicen que ni aun lloró; sí que solamente dijo: «Yo ya sabía lo había engendrado mortal».
6. Aristóteles dice hubo muchísimos que escribieron elogios y el epitafio de Grilo, en parte por congraciarse con el padre. Y Hermipo dice, en la Vida de Teofrasto, que aun Sócrates escribió encomios de Grilo, lo cual indujo a Timón a censurarlo por los versos siguientes:

Dos o tres, o más libros
enfermos y sin fuerza ha publicarlo,
en todo parecidos a las obras
de Jenofonte y Esquines, ineptas
para persuadir cosa ninguna.

Ésta fue la vida de Jenofonte. Floreció hacia el año IV de la Olimpíada XCIV. Subió con Ciro, siendo arconte Jeneneto, un año antes de la muerte de Sócrates. Murió el año primero de la Olimpíada CV (según escribe Estesiclides Ateniense en la Descripción de los arcontes y vencedores en los juegos olímpicos), siendo arconte Calidemide, en cuyo tiempo reinaba en Macedonia Filipo, hijo de Amintas. Su muerte fue en Corinto, como dice Demetrio de Magnesia, siendo ya de edad avanzada. Fue Jenofonte un varón en todo bueno: aficionado a caballos y a la caza, e inteligente en la táctica, según consta de sus escritos. Fue pío, dado a los sacrificios, muy práctico en conocer las víctimas y celoso imitador de Sócrates.
7. Escribió más de cuarenta libros, que algunos dividen con variedad. La subida de Ciro está escrita no con prefación a toda la obra, sino con proemios particulares a cada libro. Los demás escritos son: La institución, de Ciro, Los hechos memorables de los griegos, Los comentarios, El banquete, La económica, Acerca de los caballos, De la caza, Del cargo del general de caballería, La apología de Sócrates, De la semilla, Hierón, o sea Sobre el gobierno tiránico, El Agesilao, y, finalmente, Sobre las repúblicas de los atenienses y lacedemonios; bien que Demetrio de Magnesia dice que esta obra no es de Jenofonte. Dícese que poseyendo él solo los libros de Tucídides y habiendo podido suprimirlos, no lo ejecutó antes bien, los publicó para gloria de aquél. Llamábanlo la Musa ática, por la dulzura de su locución, y por esto había algunos celos entre él y Patón, como diremos cuando tratemos de éste.
8. Mis epigramas a Jenofonte son éstos:

No sólo pasó a Persia Jenofonte
por la amistad de Ciro,
sino por caminar por la ardua vía
que a los dioses conduce.
Escribiendo las glorias de les griegos
su socrático ingenio nos demuestra.

Y este otro a su muerte:

Si por los ciudadanos
de Cécrope y de Cranao, Jenofonte,
desterrado te miras,
sin más causa que ser de Ciro amigo,
ya la hospital Corinto te recibe,
y estableces en ella tu morada.

Me acuerdo haber leído que floreció hacia la Olimpíada LXXXIX, con los otros discípulos de Sócrates. Istro dice fue desterrado por decreto de Eubelo, y que por sentencia del mismo se le alzó el destierro.
9. Hubo siete Jenofontes. El primero, este de que hemos tratado. El segundo, fue ateniense, hermano del Nicostrato que compuso el poema La Teseide, el cual, entre otras cosas, escribió La Vida de Epaminondas y de Pelópidas. El tercero, médico, de Cos. El cuarto, uno que escribió la Historia de Aníbal. El quinto, trató De los portentos fabulosos. El sexto fue de Paros y escultor célebre. Y el séptimo, poeta de la comedia antigua.

ESQUINES
1. Esquines, hijo de uno que hacía longanizas, llamado Charino, o según quieren algunos, Lisanias, fue ateniense y muy laborioso desde su niñez. Por esta causa nunca se apartó de Sócrates, y éste por la misma solía decir de él: «Sólo sabe honrarme el hijo del longanicero». Idomeneo dice que Esquines fue, y; no Critón, quien exhortó a Sócrates huyese de Ja cárcel, y que Platón atribuyó a Critón aquellas palabras, porque Esquines era más amigo de Aristipo que suyo. Fue Esquines calumniado de muchos, singularmente de Menedemo Eretraite, el cual lo acusó de haberse apropiado muchos Diálogos de Sócrates que le dio Jantipa. De éstos, los llamados acéfalos son muy flojos, y no vemos en ellos la elocuencia socrática. Pisístrato Efesio decía que no son de Esquines, y Perseo asegura que mucha parte de siete de ellos es de Pasifonte Erétrico, el cual los ingirió en las obras de Esquines. Igualmente, que éste supuso El pequeño Ciro, El pequeño Hércules, el Alcibíades, y otros libros. Los Diálogos que tienen índole socrática son, éstos: el primero, Milcíades; el cual, en cierto modo, tiene menos nervio que los otros, Calias, Axioco, Aspasia, Alcibíades, Telauges y Rinón.
2. Dicen que por verse pobre pasó a Sicilia a estar con Dionisio, y si bien lo despreció Platón, Aristipo lo recomendó a Dionisio, quien, oídos algunos Diálogos suyos, le hizo varios dones. Volviose a Atenas, pero no se atrevió a enseñar su filosofía por la gran reputación en que estaban Platón y Aristipo; no obstante, abrió escuela privada, y los concurrentes pagaban su tanto. Después se aplicó a defender en el foro las causas de los desvalidos, y por esto dijo Timón, según refieren, que «tenía fuerza de persuadir en lo que escribía». Cuéntase que viéndolo Sócrates en tanta pobreza, le dijo que sacara usura de sí mismo, quitándose algo del ordinario sustento. Aristipo tuvo por sospechosos los Diálogos de Esquines, pues leyéndolos una vez en Megara, refieren que se burló, diciendo: « ¿De dónde robaste esto, plagiario?» Policrito Mendesio, en el libro I De los hechos de Dionisio, dice que Esquines estuvo con el tirano hasta la caída de éste, y regresó de Dión a Siracusa, añadiendo que estaba también con él Carcino, escritor de comedias. Corre una carta de Esquines a Dionisio.
3. Era muy versado en la oratoria, como consta por la defensa que hizo del capitán padre de Feaco, y por la de Dión. Imitó principalmente a Gorgias Leontino. Lisias escribió una oración contra Esquines intitulada De la calumnia. De todo lo cual se ve que Esquines era hábil orador. Tenía un amigo llamado Aristóteles, Mito por sobrenombre. Panecio es de sentir que de todos los Diálogos de Sócrates, sólo son legítimos los de Platón, Jenofonte, Antístenes y Esquines; de los de Fedón y Euclides, está dudoso; todos los demás los reprueba.
4. Ocho Esquines se refieren: el primero, éste; el segundo, uno que escribió de Retórica; el tercero, fue orador, émulo de Demóstenes; el cuarto, fue arcade, discípulo de Isócrates; el quinto, de Mitilene, llamado azote de los oradores; el sexto, napolitano, filósofo académico, discípulo de Melanto Rodio y súcubo suyo en el nefas; el séptimo, milesio, escritor de política; y el octavo, escultor.

ARISTIPO
1. Aristipo fue natural de Cirene, de donde pasó a Atenas, llevado de la fama de Sócrates, como dice Esquines. Fue el primer discípulo de Sócrates, que enseñó la Filosofía por estipendio, y con él socorría a su maestro, según escribe Fanias Eresio, filósofo peripatético. Habiéndole enviado una vez veinte minas, se las devolvió Sócrates, diciendo que «su genio no le permitía recibirlas». Desagradaba esto mucho a Sócrates; Jenofonte fue su contrario, por cuya razón publicó un escrito contra él condenando el deleite que Aristipo patrocinaba, poniendo a Sócrates por árbitro de la disputa. También lo maltrata Teodoro en el libro De las sectas, y Platón hace lo mismo en el libro Del alma, como dijimos en otros escritos. Su genio se acomodaba al lugar, al tiempo y a las personas, y sabía simular toda razón de conveniencia. Por esta causa daba a Dionisio más gusto que los otros, y porque en todas ocurrencias disponía bien las cosas, pues así como sabía disfrutar de las comodidades que se ofrecían, así también se privaba sin pena de las que no se ofrecían. Por esto Diógenes lo llama perro real, y Timón lo moteja de afeminado por el lujo, diciendo:

Cual la naturaleza de Aristipo,
blanda y afeminada,
que sólo con el tacto
conoce lo que es falso o verdadero.

2. Dicen que en una ocasión pagó cincuenta dracmas por una perdiz; y a uno que lo murmuraba, respondió: «¿Tú no la comprarías por un óbolo?» Y como dijese que sí, repuso: «Pues eso valen para mí cincuenta dracmas». Mandó Dionisio llevar a su cuarto tres hermosas meretrices para que eligiese la que gustase, pero las despidió todas tres, diciendo: «Ni aun a París fue seguro haber preferido a una». Dícese que las sacó hasta el vestíbulo y las despidió: tanta era su facilidad en recibir o no recibir las cosas. Por esta causa Estratón, o según otros, Platón, le dijo: «A ti solo te es dado llevar clámide o palio roto». Habiéndole Dionisio escupido encima, lo sufrió sin dificultad; y a uno que se admiraba de ello, le dijo: «Los pescadores se mojan en el mar por coger un gobio, ¿y yo no me dejaré salpicar saliva por coger una ballena?».
3. Pasaba en cierta ocasión por donde Diógenes estaba lavando unas hierbas, y le dijo éste: «Si hubieses aprendido a prepararte esta comida, no solicitarías los palacios de los tiranos». A lo que respondió Aristipo: «Y si tú supieras tratar con los hombres, no estarías lavando hierbas». Preguntado qué era lo que había sacado de la Filosofía, respondió: «El poder conversar con todos sin miedo». Como le vituperasen una vez su vida suntuosa, respondió: «Si esto fuese vicioso, ciertamente no se practicaría en las festividades de los dioses». Siendo preguntado en otra ocasión qué tienen los filósofos más que los otros hombres, respondió: «Que aunque todas las leyes perezcan, no obstante viviremos de la misma suerte». Habiéndole preguntado Dionisio por qué los filósofos van a visitar a los ricos, y éstos no visitan a los filósofos, le respondió: «Porque los filósofos saben lo que les falta, pero los ricos no lo saben». Afeándole Platón el que viviese con tanto lujo, le dijo: «¿Tienes tú por bueno a Dionisio?» Y como Platón respondiese que sí, prosiguió: «Él vive con mucho mayor lujo que yo; luego nada impide que uno viva regaladamente, y juntamente bien». Preguntado una vez en qué se diferencian los doctos de los indoctos, respondió: «En lo mismo que los caballos domados de los indómitos».
4. Habiendo una vez entrado en casa de una meretriz, como se avergonzase uno de los jóvenes que iban con él, dijo: «No es pernicioso el entrar, sino el no poder salir». Habiéndole uno propuesto un enigma, como le hiciese instancia por la solución de él, le dijo: «¿Cómo quieres, oh necio, que desate una cosa que aun atada nos da en qué entender?» Decía que «era mejor ser mendigo que ignorante; pues aquél está falto de dinero, pero éste de humanidad». Persiguiéndolo uno cierta vez con dicterios y malas palabras, se iba de allí; y como el maldiciente le fuese detrás, y le dijese que por qué huía, respondió: «Porque tú tienes poder para hablar mal, y yo no lo tengo para oírlo». Diciendo uno que siempre veía los filósofos a la puerta de los ricos, respondió: «También los médicos frecuentan las casas de los enfermos, pero no por eso habrá quien antes quiera estarse enfermo que ser curador».
5. Navegaba una vez para Corinto, y como lo conturbase una borrasca, y uno le dijese: «¿Nosotros idiotas no tenemos miedo, y vosotros, filósofos, tembláis?», respondió: «No se trata de la pérdida de una misma vida entre nosotros y vosotros». A uno que se gloriaba de haber aprendido muchas cosas, le dijo: «Así como no tienen más salud los que comen mucho y mucho se ejercitan que los que comen lo preciso, así también no deben tenerse por eruditos los que estudiaron muchas cosas, sino los que estudiaron las útiles». Defendiólo cierto orador en un pleito, y se lo ganó; y como le dijese: «¿De qué te ha servido Sócrates, oh Aristipo?», respondió: «De que todo cuanto tú has dicho en abono mío sea verdadero». Instruía a su hija Areta con excelentes máximas, acostumbrándola a despreciar todo lo superfluo. Preguntándole uno en qué cosa sería mejor su hijo si estudiaba, respondió: «Aunque no saque más que no ser en el teatro una piedra sentada sobre otra, es bastante». Habiéndole uno encargado la instrucción de su hijo, el filósofo le pidió por ello quinientas dracmas, y diciendo aquél que con tal cantidad podía comprar un esclavo, le respondió Aristipo: «Cómpralo y tendrás dos».
6. Decía que «recibía el dinero que sus amigos le daban, no para su provecho, sino para que viesen éstos cómo conviene emplearlo». Notándole uno en cierta ocasión el que en su pleito hubiese buscado defensor a sus costas, respondió: «También busco a mis costas un cocinero cuando tengo que hacer algún banquete». Instándole una vez Dionisio a que dijese algo acerca de la Filosofía, respondió: «Es cosa ridícula que pidiéndome que hable, me prescribáis ahora el tiempo en que he de hablar». Indignado Dionisio de la respuesta, le mandó ocupar el último lugar en el triclinio, pero él ocurrió, diciendo: «Ya veo quisiste sea éste el puesto de más honor». Jactábase uno de que sabía nadar, a que respondió: «¿No te avergüenzas de jactarte de una cosa que hacen también los delfines?» Preguntado sobre qué diferencia hay entre el sabio y el ignorante, respondió: «Envíalos ambos desnudos a tierras extrañas y lo sabrás». A uno que se gloriaba de no embriagarse aunque bebiese mucho, le dijo: «Otro tanto hace un mulo».
7. Afeándole uno que cohabitase con una meretriz, le respondió: «Dime, ¿es cosa de importancia tomar una casa en que vivieron muchos en otro tiempo, o bien una en que no habitó nadie?» Y respondiendo que no, prosiguió: «¿Y qué diferencia hay entre navegar en una embarcación en que han navegado muchos, y una en que nadie?» Diciéndole que ninguna, concluyó Aristipo: «Luego nada importa usar de una mujer, haya servido a muchos o a nadie». Culpándole algunos el que siendo discípulo de Sócrates recibiese dinero, respondió: «Y con razón lo hago; pues Sócrates siempre se retenía alguna porción del grano y vino que algunos le enviaban, remitiéndoles lo restante. Además, que sus despenseros eran los más poderosos de Atenas; pero yo no tengo otro despensero que Eutiques, esclavo comprado». Tenía comercio con la meretriz Laida, como dice Soción en el libro segundo de las Sucesiones; y a los que lo acusaban de ello, respondió: «Yo poseo a Laida, pero no ella a mí; pues el contenerse y no dejarse arrastrar de los deleites es laudable, mas no el privarse de ellos absolutamente». A uno que le notaba lo suntuoso de sus comidas, le respondió: «¿Tú no comprarías todo esto por tres óbolos?» Y diciendo que sí, repuso: «Luego ya no soy yo tan amante del regalo como tú del dinero».
8. Simo, tesorero de Dionisio, le enseñaba una vez su palacio, construido suntuosamente, con el pavimento enlosado. (Era frigio de nación, y perversísimo.) Escupióle Aristipo en el rostro; y encolerizándose de ello Simo, le respondió: «No hallé lugar más a propósito». A Carondas (o a Fedón, como quieren algunos), que le preguntaba quién usaba ungüentos olorosos, respondió: «Yo, que soy un vicioso en esto, y el rey de Persia, que lo es más que yo. Pero advierte que así como los demás animales nada pierden aunque sean ungidos con ungüentos, tampoco el hombre. Así, ¡que sean malditos los bardajes que nos murmuran por esta causa!» Preguntado cómo había muerto Sócrates, respondió: «Como yo deseo morir». Habiendo una ocasión entrado en su casa Polixeno, sofista, como viese muchas mujeres y un magnífico banquete, lo censuró por ello. Contúvose por un poco Aristipo; pero luego le dijo: «¿Puedes quedarte hoy con nosotros?», y respondiendo que sí, replicó: «¿Pues por qué me censurabas?», En un viaje iba un esclavo suyo muy cargado de dinero; y como le agobiase el peso le dijo: «Arroja lo que no puedas llevar, y lleva lo que puedas». Así lo refiere Bión en sus Ejercitaciones.
9. Navegando en cierta ocasión, como supiese que la nave era de piratas, sacó el dinero que llevaba y empezó a contarlo. Luego lo dejó caer en el mar, aparentando con lamentos que se le había caído por desgracia. Añaden algunos que dijo consigo: «Mejor es que Aristipo pierda el dinero, que no que el dinero pierda a Aristipo». Preguntándole Dionisio a qué había venido, respondió: «A dar lo que tengo y a recibir lo que no tengo». Otros cuentan que respondió: «Cuando necesitaba de sabiduría, me fui a buscar a Sócrates; ahora que necesito de dinero, vengo a ti». Condenaba el que «los hombres miren y remiren tanto las alhajas que compran, y examinen tan poco sus vidas». Algunos atribuyen esto a Diógenes.
10. Habiendo Dionisio, en un refresco que dio, mandado saliesen a danzar de uno en uno con vestidos de púrpura, Platón no lo quiso ejecutar, diciendo:

No visto yo ropajes femeniles.

Pero Aristipo, tomando aquella ropa, se la puso, y antes de empezar la danza, dijo prontamente:
Ni de Libero-Padre en los festejos,
se deja corromper el que es templado

Intercedía una vez con Dionisio por un amigo, y no obteniendo lo que pedía, se arrojó a sus pies. Como alguno afease esta acción, respondió: «No soy yo el culpado en esto, sino Dionisio, que tiene los oídos en los pies». Hallándose en Asia, lo aprisionó Artafernes, sátrapa; y como uno le preguntase si creía estar allí seguro, respondió: «¿Y cuándo, oh necio, debo estar más seguro que ahora que he de hablar con Artafernes?» Decía que «los instruídos en la disciplina, encíclica, si carecen de la filosofía, son como los que solicitaban a Penélope, los cuáles antes poseían a Melanto, a Polidora y demás criadas, que no la esperanza de poder casarse con el ama». Semejante a esto es lo que dijo a Aristón, esto es, que ,«cuando Ulises bajó al infierno, vio y habló con casi todos los muertos; pero a la reina ni aun llegó a verla».
11. Preguntado Aristipo qué es lo que conviene aprendan los muchachos ingenuos, respondió: «Lo que les haya do ser útil cuando sean hombres». A uno que le preguntaba por qué de Sócrates :e había ido a Dionisio, dijo: «A Sócrates me fui necesitando ciencia; a Dionisio necesitando recreo». Habiendo recogido mucho dinero en sus discursos, como Sócrates le preguntase de dónde había sacado tanto, respondió: «De donde tú sacaste tan poco». Diciéndole una meretriz que de él estaba encinta, le respondió: «Tanto sabes tú eso como cuál es la espina que te ha punzado, caminando por un campo lleno de ellas». Culpándolo uno de que exponía un hijo como si no lo hubiese él engendrado, le respondió: «También se crían de nosotros la pituita y los piojos, y los arrojamos lo más lejos. que podemos». Habiendo recibido de Dionisio una porción de dinero, y Platón contentándose con un libro, a uno que se lo notaba, respondió: «Yo necesito dineros; Platón necesita libros». A otro que le preguntaba por qué razón lo reprendía tanto Dionisio, le respondió: «Por la misma que los demás».
12. Pedía una vez dinero a Dionisio, y objetándole éste haber dicho que el sabio no necesita, respondió: «Dame el dinero, y luego entraremos en esa cuestión». Dióselo Dionisio, y al momento dijo el filósofo: «¿Ves cómo no necesito?» Diciéndole Dionisio:

Aquel que va a vivir con un tirano,
se hace su esclavo aunque libre sea,

repuso:

No le es esclavo, si es que libre vino.

Refiere esto Diocles en su libro De las vidas de los filósofos; otros lo atribuyen a Platón. Estando airado contra Esquines, dijo después de una breve pausa: «¿No nos reconciliaremos? ¿No cesaremos de delirar? ¿Esperas que algún truhán nos reconcilie en la taberna?» A lo cual respondió Esquines: «De buena gana». «Acuérdate, pues -dijo Aristipo-, que siendo de más edad que tú, te busqué primero». A esto dijo Esquines: «Por Juno, que tienes razón, y que realmente eres mucho mejor que yo. Yo fui el principio de la enemistad: tú de la amistad». Esto es cuanto se refiere de Aristipo.
13. Hubo cuatro Aristipos: el primero este de que tratamos; el segundo, el que escribió la Historia de Arcadia; el tercero, el llamado Metrodidacto, que fue hijo de una hija del primero, y el cuarto fue académico de la Academia nueva.
14. Los escritos que corren de Aristipo son tres libros de la Historia Líbica que envió a Dionisio, un libro que contiene veinticinco Diálogos, escritos unos en dialecto ático y otros en el dórico; son éstos: Artabazo, A los náufragos, A los fugitivos, Al mendigo, A Laida, A Poro, A Laida acerca del espejo, Hermias, El sueño, El copero, Filomelo, A los domésticos, A los que lo motejaban de que usaba vino viejo y meretrices, A los que te notaban lo suntuoso de su mesa, Carta a su hija Areta, A uno que sólo se ejercitaba en Olimpia, La interrogación, Otra interrogación, así como tres libros de Críos, uno A Dionisio, otro De la imagen, otro De la hija de Dionisio, A uno que se creía menospreciado y A uno que quería dar consejos.
15. Algunos aseguran que escribió seis libros de Ejercitaciones; otros niegan que los escribiese, de los cuales es uno Sosícrates Rodio. Según Soción (en el libro II) y Panecio refieren, los libros de Aristipo son éstos: De la enseñanza, De la virtud, Exhortación, Artabazo, Los náufragos, Los fugitivos, seis libros de Ejercitaciones, tres libros de Críos. A Laida. A Poro. A Sócrates y De la fortuna. Aristipo establecía por último fin del hombre el deleite, y lo definía: «Un blando movimiento comunicado a los sentidos».
16. Habiendo, pues, ya nosotros descrito su Vida, trataremos ahora de los que fueron de su secta, llamada cirenaica. De éstos, unos se apellidaron ellos mismos hegesianos; otros, annicerianos; y otros, teodorios. A éstos añadiremos los que salieron de la escuela de Fedón, de los cuales fueron celebérrimos los eretrienses. Su orden es éste: Aristipo tuvo por discípulos a su hija Areta, a Etíope, natural de Ptolomaida, y a Antípatro Cireneo. Areta tuvo por discípulo a Aristipo el llamado Metrodidacto; éste a Teodoro, llamado Ateo y después Dios. Epitimedes Cireneo fue discípulo de Antípatro, y de Epiménides lo fue Parebates. De Parebates lo fueron Hegesias, cognominado Pisitanato, y Anníceres el que rescató a Platón.
17. Los que siguen los dogmas de Aristipo, apellidados cireneos, tienen las opiniones siguientes: Establecen dos pasiones: el dolor y el deleite, llamando al deleite «movimiento suave», y al dolor «movimiento áspero». «Que no hay diferencia entre un deleite y otro, ni es una cosa más deleitable que otra. Que todos los animales apetecen el deleite y huyen del dolor». Panecio, en el libro De las sectas, dice que por deleite entienden el corporal, al cual hacen último fin, del hombre, mas no el que consiste en la constitución del cuerpo mismo y carencia de dolor, y como que nos remueve de todas las turbaciones, al cual abrazó Epicuro, y lo llamó último fin. Son de parecer estos filósofos que este fin se diferencia de la vida feliz, pues dicen que «el fin es un deleite particular, pero la vida feliz es un agregado de deleites particulares pasados y futuros. Que los deleites particulares se deben apetecer por sí mismos, pero la vida feliz no por sí misma, sino por los deleites particulares. De que debemos tener dicenel deleite por último fin, puede servir de testimonio el que desde muchachos, y sin uso de razón se nos adapta, y cuando lo disfrutamos, no buscamos otra cosa, ni la hay que naturalmente más huyamos que el dolor. Que el deleite es bueno, aunque proceda de las cosas más indecorosas según refiere Hipoboto en el libro De las sectas -, pues aunque la acción sea indecente, se disfruta su deleite, que es bueno».
18. «No tienen por deleite la privación de dolor como Epicuro, ni tienen por dolor la privación del deleite». Dicen que «ambas pasiones estriban en el movimiento, sin embargo, de que no es movimiento la privación del dolor ni la del deleite, sino un estado como el de quien duerme. Que algunos pueden no apetecer el deleite, por tener trastornado el juicio. Que no todos los deleites o dolores del ánimo provienen de los dolores o deleites del cuerpo, pues nace también la alegría de cualquiera, corta prosperidad de la patria o propia». Pero dicen que «ni la memoria ni la esperanza de los bienes pueden ser deleite»; lo cual es también de Epicuro, pues el movimiento del ánimo se extingue con el tiempo. Dicen asimismo que «de la simple vista u oído, no hacen deleites, pues oímos sin pena a los que imitan ayes y lamentos, pero con disgusto a los que realmente se lamentan». Al estado medio entre el deleite y el dolor llamaban «privación de deleite» e «indolencia». «Que los deleites del cuerpo son muy superiores a los del ánimo, y muy inferiores las aflicciones del cuerpo a las del ánimo, por cuya causa son castigados en él los delincuentes». Dicen que «se acomoda más a nuestra naturaleza el deleite que el dolor, y por esto tenemos más cuidado del uno que del otro. Y así, aunque el deleite se ha de elegir por sí mismo, no obstante huimos de algunas cosas que lo producen, por ser molestas; de manera que tienen por muy difícil aquel complejo de deleites que constituyen la vida feliz».
19. Son de opinión que «ni el sabio vive siempre en el deleite, ni el ignorante en el dolor; pero sí la mayor parte del tiempo; bien que les basta uno u otro deleite para restablecerse a la felicidad». Dicen que «la prudencia es un bien que no se elige por sí mismo, sino per lo que de él nos proviene. Que el hacerse amigos ha de ser por utilidad propia, así como halagarnos los miembros del cuerpo mientras los tenemos. Que en los ignorantes se hallan también algunas virtudes. Que la ejercitación del cuerpo conduce para recobrar la virtud. Que el sabio no está sujeto a la envidia, a deseos desordenados ni a supersticiones, pues estas cosas nacen de vanagloria, pero siente el dolor y el temor, como que son pasiones naturales. Que las riquezas no se han de apetecer por sí mismas, sino porque son productivas de los deleites». Decían que «.las pasiones pueden comprenderse, si; pero no sus causas. No se ocupaban en indagar las cosas naturales, porque demostraban ser incomprensibles. Estudiaban la lógica, por ser su uso frecuentísimo».
20. Meleagro en el libro II De las opiniones, y Clitómaco en el primero De las sectas, dicen que «tenían por inútiles la Física y la Dialéctica, porque quien haya aprendido a. conocer lo bueno y lo malo, puede muy bien hablar con elegancia, estar libre de supersticiones y evitar el miedo de la muerte. Que nada hay justo, bueno o malo por naturaleza, sino por ley o costumbre; sin embargo, el hombre de bien nada ejecuta contra razón porque le amenacen daños improvisos o por gloria suya, y esto constituye el varón sabio. Concédenle, asimismo, el progreso en la Filosofía y otras ciencias». Dicen que «el dolor aflige más a unos que a otros, y que muchas veces engañan los sentidos».
21. Los llamados hegesíacos son de la misma opinión en orden al deleite y al dolor. Dicen que «ni el favor, ni la amistad, ni la beneficencia son en sí cosas de importancia, pues no las apetecemos por sí mismas, sino por el provecho y uso de ellas; lo cual si falta, tampoco ellas subsisten. Que una vida del todo feliz es imposible, pues el cuerpo es combatido de muchas pasiones, y el alma padece con él, y con él se perturba; como también porque la fortuna impide muchas cosas que esperamos. Esta es la razón de no ser dable la vida feliz, y tanto, que la muerte es preferible a tal vida. Nada tenían por suave o no suave por naturaleza, sino que unos se alegran y otros se afligen por la rareza, la novedad o la saciedad de las cosas. Que la pobreza o la riqueza nada importan a la esencia del deleite, pues éste no es más intenso en los ricos que en los pobres. Que para el grado del deleite nada se diferencian el esclavo y el ingenuo el noble y el innoble, el honrado y el deshonrado. Que al ignorante le es útil la vida; al sabio le es indiferente. Que cuanto hace el sabio es por sí mismo, no creyendo a nadie tan digno de él, pues aunque parezca haber recibido de alguno grandes favores, sin embargo, no son iguales a su merecimiento».
22. «Tampoco admitían los sentidos, porque no nos dan seguro conocimiento de las cosas, sino que debemos obrar aquello que nos parezca conforme a razón.» Decían que «los errores de los hombres son dignos de venia, pues no los cometen voluntariamente, sino coartados de alguna pasión. Que no se han de aborrecer las personas, sino instruirlas. Que el sabio no tanto solicita la adquisición de los bienes cuanto la fuga de los males, poniendo su fin en vivir sin trabajo y sin dolor, lo cual consiguen aquellos que toman con indiferencia las cosas productivas del deleite».
23. Los annicerios convienen con éstos en todo, pero «cultivan las amistades, el favor, el honor a los padres, y dejan algún servicio hecho a la patria. Por lo cual, aunque el sabio padezca molestias, vivirá, sin embargo, felizmente, aunque consiga poco deleite. Que la felicidad del amigo no se ha de desear por sí mismo, puesto que ni está sujeta a los sentidos del prójimo, ni hay bastante razón para confiar en ella y salir vencedores por opinión de muchos. Que debemos ejercitarnos en cosas buenas, por los grande: afectos viciosos que nos son connaturales. Que no se ha de recibir al amigo sólo por la utilidad (pues aunque ésta falte, no se ha de abandonar aquél), sin por la benevolencia ya tomada, y por ella aún se han de sufrir trabajos, aunque uno tenga por fin el deleite y sienta dolor privándose de él». Quieren, pues que ase deben tomar trabajos voluntarios por los amigos, a causa del amor y benevolencia».
24. Los nombrados teodorios se apellidaron así de arriba citado Teodoro, cuyos dogmas siguieron. Est Teodoro quitó todas las opiniones acerca de los dioses; y yo he visto un libro suyo nada despreciable; intitulado De los dioses, del cual dicen tomó Epicuro muchas cosas. Fue Teodoro discípulo de Anníceri y de Dionisio el Dialéctico, según Antístenes en las Sucesiones de los filósofos. Dijo que «el fin es el gozo y el dolor; que aquél dimana de la sabiduría; éste de la ignorancia. Que son verdaderos bienes la prudencia; y la justicia; seguros males, las habituales contraria; y que el deleite y dolor tienen el estado medio». Quitó la amistad, por razón que «ni se halla en los ignorantes ni en los sabios: en los primeros, quitado útil se acaba también la amistad; y los sabios, bastándose a sí propios, no necesitan amigos». Decía ser muy conforme a razón que el sabio no se sacrifique por la patria; pues no ha de ser imprudente por comodidad de los ignorantes. Que la patria es el mundo, Que dada ocasión se puede cometer un robo, un adulterio, un sacrilegio; pues ninguna de estas cosas es intrínsecamente mala, si de ella se quita aquel vulgar opinión introducida para contener los ignorantes. Que el sabio puede sin pudor alguno usar en público de las prostitutas; y para cohonestarlo hacía estas preguntillas: «La mujer instruida en letras, ¿no es útil por lo mismo de estar instruida?» Cierto. «Y el muchacho y mancebo, ¿no serán útiles estando también instruidos?» Así es. Mas «la mujer es ciertamente útil sólo por ser hermosa, y lo mismo el muchacho y mancebo hermosos. Luego el muchacho y mancebo hermosos, ¿serán útiles al fin para que son hermosos?» Sin duda «Luego será útil su uso?» Concedido todo lo cual, infería: «Luego no pecará quien use de ellos si les son útiles, ni menos quien así use de la belleza». Con estas y semejantes preguntas persuadía a las gentes.
25. Parece se llamaba Dios, porque habiéndole preguntado Estilpón así: «¿Crees, oh Teodoro, ser lo que tu nombre significa?» Y diciendo que sí, respondió: «Pues tu nombre dice que eres dios». Concediéndolo él, dijo Estilpón: «¿Luego lo eres?» Como oyese esto con gusto, respondió Estilpón, riendo: «¡Oh miserable!, ¿no ves que por esa razón podrías confesarte también corneja y otras mil cosas?» Estando una vez sentado junto a Euriclides Hierofanta le dijo: «Decidme, Euriclides: ¿quiénes son impíos acerca de los misterios de la religión?» Respondiendo aquél que eran los que los manifestaban a los iniciados, dijo: «Impío, pues, eres tú que así lo ejecutas».
26. Hubiera sido llevado al Areópago a no haberlo librado Demetrio Falereo. Y aun Anficrates dice, en el libro De los hombres ilustres, que fue condenado a beber la cicuta. Mientras estuvo con Tolomeo, hijo de Lago, éste lo envió embajador a Lisímaco, y como le hablase con mucha libertad, le dijo Lisímaco: «Dime, Teodoro, ¿tú no estás desterrado de Atenas?» A que respondió: «Es cierto; pues no pudiendo los atenienses sufrirme, como Semele a Baco, me echaron de la ciudad». Diciéndole además Lisímaco: «Guardate de volver a mí otra vez», respondió: «No volveré más, a no ser que Tolomeo me envíe». Hallábase presente Mitro, tesorero de Lisímaco; y diciéndole: «¿Parece que tú ni conoces a los dioses ni a los reyes?», respondió: «¿Cómo puedo no conocer los dioses, cuanto te tengo a ti por su enemigo?»
27. Dicen que hallándose una vez en Corinto y siendo acompañado de una multitud de discípulos, como Metiocles Cínico estuviese levantando unas hierbas silvestres y le dijese: «Oh tú, sofista, no necesitarías de tantos discípulos si lavases hierbas», respondió: «Y si tú supieras tratar con los hombres, cierto no necesitarías esas hierbas». Semejante a esto es lo que se cuenta de Diógenes y Aristipo, según dijimos arriba. Tal fue este Teodoro y su doctrina. Finalmente, partió a Cirene, donde vivió con Mario, y fue muy honrado de todos; pero desterrándole después, se refiere que dijo con gracejo: «Mal hacéis, oh cireneos, desterrándome de Libia a Grecia».
28. Hubo veinte Teodoros. El primero fue samio, hijo de Reco, el cual aconsejó se echase carbón en las zanjas del templo de Éfeso, por razón que siendo aquel paraje pantanoso, decía que el carbón, dejada ya la naturaleza lígnea, resistía invenciblemente a la humedad. El segundo fue cireneo y geómetra, cuyo discípulo fue Platón. El tercero este filósofo de que tratamos. El cuarto es el autor de un buen librito acerca del ejercicio de la voz. El quinto, uno que escribió de las reglas musicales, empezando de Terpandro. El sexto fue estoico. El séptimo escribió de Historia romana. El octavo fue siracusano, y escribió de Táctica. El noveno fue bizantino, versado en .negocios políticos; y lo mismo el décimo, de quien hace mención Aristóteles en el Epítome de los oradores. El undécimo fue un escultor tebano. El duodécimo, un pintor de quien Polemón hace memoria. El décimotercero fue ateniense, también pintor, de quien escribe Menodoto.
El décimocuarto fue, asimismo, pintor, natural de Éfeso, del, cual hace memoria Teófanes en e libro De la Pintura. El décimoquinto fue poeta epigramático. El décimosexto, uno que escribió De los poetas El décimoséptimo fue médico, discípulo de Ateneo. El décimoctavo fue filósofo estoico, natural de Quío. El décimonono fue milesio, también estoico. Y el vigésimo, poeta trágico.

FEDÓN
1. Fedón, noble eleense, hecho prisionero cuando Elea fue tomada, se vio reducido a vivir con infamia retirado en un estrecho cuarto, en cuyo estado se mantuvo hasta que a ruegos de Sócrates lo rescató Aleibiades o bien Critón, desde cuyo tiempo se dio todo a la Filosofía. Jerónimo, en el libro De retener las épocas, asegura que Fedón fue esclavo. Escribió los Diálogos intitulados Zopiro y Simón, que son ciertamente suyos. El intitulado Nicias se le disputa, como también el Medo, que unos atribuyen a Esquines y otros a Polieno. Igualmente se duda del Antímaco, o sea Los ancianos. Finalmente, el diálogo intitulado Razonamientos de Escitia se atribuye también a Esquines. Su sucesor fue Plistano Eleense, y de éste lo fueron Menedemo Eretriense y Asclepiades Fliasiense. Todos los cuales precedieron de Estilpón, y hasta ellos fueron llamados elíacos; pero desde Menedemo tomaron el nombre de eretríacos. Trataremos de éste más adelante, por haber sido también autor de secta.

EUCLIDES


1. Euclides fue natural de Megara, ciudad cercana al istmo, o según algunos, de Gela, como dice Alejandro en las Sucesiones. Estudio las obras de Parménides, y los que siguieron sus dogmas se llamaron megáricos; luego disputadores, y últimamente dialécticos. Dióles este nombre Dionisio de Cartago, porque sus discursos eran todos por preguntas y respuestas. Después de la muerte de Sócrates se retiraron Platón y los demás filósofos a casa de Euclides, en Megara, como dice Hermodoro, temiendo la crueldad de los tiranos. Definía que sólo hay un bien, llamado con nombres diversos: unas veces sabiduría, otras dios, otras mente, y semejantes. No admitía las cosas contrarias a este bien, negándoles la existencia. Sus demostraciones no eran por asunciones, sino por ilaciones o sacando consecuencias. Tampoco admitía las comparaciones en los argumentos, diciendo que el argumento o consta de cosas semejantes o desemejantes; si consta de cosa semejantes, antes conviene examinar estas mismas cosas, que no las que se le semejan. Pero si consta de cosas desemejantes, es ocioso la instancia o comparación. Esto dio motivo a Timón para hablar de él lo siguiente, mordiendo también a los demás socráticos:

Pero, yo no me cuido
de estos y semejantes chocarreros.
No me importa Felón, sea quien fuere;
ni el litigioso Euclides,
que dio a los megarenses
el rabioso furor de las disputas.

Escribió seis diálogos, que son: Lampria, Fenicio, Critón, Aleibíades y Amatorio.
2. De la secta de Euclides fue Eubulides Milesio, el cual inventó en la dialéctica diversas formas de argumentos engañosos, como son: el Mentiroso, el Escondido, el Electra, el Encubierto, el Sorites, el Cornuto, y el Calvo. De Eubulides dice un poeta cómico:
El fastuoso Eubulides,embaucando los sabios oradorescon sus córneas preguntas, y mentiras huecas y jactanciosas, ha partido locuaz, cómo Demóstenes voluble.
Parece fue discípulo suyo Demóstenes, el cual apenas podía pronunciar la letra R; pero lo consiguió poco a poco con el ejercicio Eubulides fue enemigo de Aristóteles, y le contradijo en muchas cosas. Alexino Eleense fue uno de sus discípulos, hombre sumamente disputador; por cuya razón lo apellidaron Elexino. Disintió mucho de las opiniones de Zenón. Hermipo dice de él que, habiendo pasado de Élite a Olimpia, abrió allí escuela de Filosofía, y que diciéndole los discípulos por qué se establecía allí, respondió quería fundar una secta que se llamase Olimpíaca. Mas ellos, obligados por la penuria de comestibles y de la insalubridad del sitio, lo abandonaron, de manera que se quedó a vivir allí solo con un criado. Bañándose después en el río Alfeo, se hirió con tina caña, y así murió. El epigrama que le he compuesto es el siguiente:

No era falsa la voz que un infelice
hallándose nadando, un clavo agudo
un pie le traspasó; pues Alexino,
varón honesto y sabio,
primero que el Alfeo atravesase,
perdió la vida herido de una caña.

Escribió no sólo contra Zenón, sino también otros libros y al historiador Éforo.
3. De la escuela de Eubulides salió también Eufanto Olintio, que escribió la historia de su tiempo. Compuso muchas tragedias, las cuales fueron bien recibidas en los certámenes. Fue preceptor del rey Antígono, y le dedicó un excelente tratado acerca del reinar. Hubo otros discípulos de Eubulides, uno de los cuales fue Apolonio Cronos.

DIODORO
1. Diodoro, hijo de Aminio, fue natural de laso, y también cognominado Cronos, del cual dice Calímaco en sus epigramas:

Aun Momo escribía
en paredes y muros: «Crono es sabio».

Era también dialéctico, y según algunos, inventó el modo de argumentar Encubierto y Cornuto. Hallándose en la corte de Tolomeo Sótero, como Estilpón le pusiese algunos argumentos de dialéctica, no pudiendo soltarlos de repente, le reprendió el rey sobre algunas causas, y por burla lo llamó Cronos. Salióse Diodoro del convite, y habiendo emprendido responder por escrito a las dificultades que Estilpón le había puesto, se abatió de ánimo, y acabó su vida. Mi epigrama a él es como se sigue:

Oh, tú, Diodoro Cronos
¿Cuál demonio te indujo
a tanto abatimiento,
que al tártaro tú mismo te arrojaste?
¿Fue por verte vencido, no pudiendo
responder de Estilpón a los enigmas?
Siendo así, con razón te llaman Cronos,
pues quitando C y R quedas Onos

2. De la escuela de Euclides salieron también Ictías, hijo de Metalo, varón noble, de quien Diogenes Cínico compuso un diálogo; Clinomaco Turio, que escribió de las Enunciaciones, Categorías, y cosas semejantes; y Estilpón, megarense, filósofo celebérrimo, de quien vamos a tratar.

ESTILPÓN
1. Estilpón, natural de Megara en Grecia, fue discípulo de los discípulos de Euclides; bien que muchos dicen lo fue de Euclides mismo, y aun de Trasímaco Corintio, amigo de Ictías, según afirma Heráclides. Se aventajó tanto a los demás en invención y elocuencia, que faltó poco para que toda Grecia megarizase, siguiendo sus dogmas. Filipo Megarense, hablando de su elocuencia, dice: «Arrancó de la escuela de Teofrasto a Metrodoro, teoremático, y a Timágoras de Gela; de la de Aristóteles Cirenaico a Clitarco y a Simias; de los dialécticos sacó a Peonio, de la escuela de Arístides, a Disfino Bosforiano y a Mirmeco Enetense, discípulos de Eufanto. Estos dos fueron a argüir con Estilpón, y quedaron sus más aficionados defensores.»
2. Fuera de éstos, atrajo a su secta a Frasidemo Peripatético, docto físico, y a Aleimo, el orador más hábil que entonces tenía Grecia. Llevóse también a Crates
con otros muchos, y a Zenón de Fenicia. Era muy político, y no obstante ser casado, tenía una concubina llamada Nicareta; así lo dice también Onetor. Tuvo una hija muy poco honesta, con la cual casó su familiar Simía Siracusano. Como no viviese recatada, dijo uno a Estilpón que su hija le servía de oprobio, a lo cual respondió: «No me será ella de tanto oprobio a mí, como yo de honor a ella». Dicen que Tolomeo Sótero lo recibió bien; y que, hecho ya dueño de Megara, le dio dinero, le instó a que navegase con él a Egipto; pero él, admitiendo sólo una parte de aquel dinero, y excusando el viaje a Egipto, se retiró a Egina, hasta que Tolomeo partiese de Megara.
Cuando Demetrio, hijo de Antígono, tomó a Megara, dejó libre la casa de Estilpón, y le restituyó lo que se le había quitado en el saco de la ciudad. En esta ocasión, queriendo el rey le diese por escrito cuánto le habían quitado en el pillaje, le dijo: «Yo nada he perdido, pues nadie me ha quitado mi ciencia; y poseo aun toda mi elocuencia y erudición». Amonestó asimismo al rey con tanta elegancia acerca de la beneficencia de los hombres, que el rey lo obedeció. Refiérese que viendo la estatua de Minerva ejecutada por Fidias, hizo a uno esta pregunta: «Minerva hija de Júpiter, ¿es dios?» Y diciéndole que sí, respondió: «Pero ésta no es hija de Júpiter, sino de Fidias», «Así es», respondió el preguntado. «Luego ésta repuso Estilpón no es dios». Habiendo por esto sido conducido al Areópago, dicen que no se excusó, antes se afirmó en que había hablado la verdad, pues «Minerva no es dios, sino diosa, y los dioses no son hembras». No obstante esta respuesta, los areopagitas le mandaron salir luego de Atenas, y Teodoro el cognominado Dios, le dijo por burla: «¿Y de dónde sabe Estilpón que Minerva es hembra? ¿Acaso le ha levantado la ropa y lo ha visto?» Era realmente este Teodoro muy atrevido, y Estilpón muy elegante y agudo. Habiéndole preguntado Crates si los dioses se alegraban de ser venerados y rogados, dicen que respondió: «No me preguntes de esto en la calle, necio, sino cuando nos hallemos solos». Esto mismo, se dice, respondió Bión a uno que le preguntó si había dioses, diciendo:

¿Y tú por qué no apartas esas gentes
(oh viejo miserable) que nos cercan?

4. Era Estilpón de un carácter sencillo y sin ficción alguna, acomodado a la propiedad. Habiendo en cierta ocasión hecho una pregunta a Crates Cínico, y éste en lugar de respuesta despidiese una ventosidad de su cuerpo, le dijo: «Ya sabía yo que todo lo habías de hablar, menos lo que conviene». También hizo Crates una pregunta a Estilpón, y dejó al mismo tiempo a su vista un higo seco; comióselo Estilpón al instante, y como Crates dijese: «¡Por Dios, que he perdido mi higo!», respondió: «No sólo el higo, sino también la pregunta, cuya prenda era el higo». Viendo una vez a Crates aterido de frío, le dijo: «¡Oh Crates!, paréceme que tienes falta de ropa nueva». Como si dijese: «De vestido y de juicio». Por esto, aunque avergonzado Crates, se le burló dos veces en estos versos:

Yo vi a Estilpón sufriendo graves penas
en Megara su patria, donde anida,
según refieren, el veraz Tifeo.
Allí lo vi altercando,
cercado de una turba de mancebos.
Ni enseñaba otra cosa
que una virtud falaz y de palabra.

5. Dicen que en Atenas atrajo a sí de tal modo los hombres, que dejando sus oficinas, corrían a verlo; y a uno que le dijo: «¡Oh Estilpón, se admiran de verte como de un animal!», respondió: «No es así, sino de ver un verdadero hombre». Como era acérrimo en las controversias, negó las especies de las cosas, afirmando que lo que se decía del hombre, de ninguno en, particular se decía; pues «¿por qué había de ser éste y no aquél?, luego ni éste». Asimismo: «Si me muestras una hierba, diré que no lo es en especial; pues: la hierba existía ha más de mil años; luego esta que me muestras no es hierba». Dícese que estando comunicando con Crates, en mitad de la conversación corrió a comprar unos peces; y como Crates lo quisiese detener, diciéndole: «¿El hilo del discurso rompes?» No respondió Estilpón: «conmigo llevo el discurso; tú ere: a quien dejo. Nuestra conversación no se va; mas la: provisiones se venden».
6. Corren de él nueve diálogos bastante fríos. Su. títulos son: Mosco, Aristipo o sea Calias, Tolomeo Querécrates, Metrocles, Anaximenes, Epigenes, A su hija, Aristóteles. Heráclides dice que Zenón, autor d: la secta estoica, fue discípulo de Estilpón. Murió y: viejo, según dice Hermipo, habiendo antes bebido vino para morir más presto. Mi epigrama a él es el siguiente:

Vejez y enfermedad juntas cogierona
Estilpón megarense: lo conoces.
Yunta infeliz por cierto entrambas hacen.
Mas él supo formar del vino puro
un cochero más ágil
que aquellas duras bigas
Salió, pues, de este mundo con beberlo.
Motejó a Estilpón el cómico Sofilo en el drama intitulado Las nupcias, diciendo:
De Estilpón los ocultos pensamientos
son patentes discursos de Carino.

CRITÓN
1 Critón Ateniense fue sumamente afecto a Sócrates, y cuidó tanto de él que nunca sufrió le faltase nada de lo preciso. Sus hijos Critóbulo, Hermógenes, Epigenes y Ctesipo fueron discípulos de Sócrates. Escribió Critón un libro que contiene diecisiete diálogos con estos epígrafes: El ser docto no es ser bueno, Qué cosa es ser rico, Qué cosa es ser apto, o El político, De lo honesto, Del maleficio, De la buena disposición, De la ley, De lo divino, De las artes, Del uso venéreo, De la sabiduría, Protágoras, o sea El político, De las letras,
De la poesía, De lo bueno, De la enseñanza, Del conocer o saber, De la ciencia o Del ser sabio.

SIMÓN
1. Simón, natural de Atenas, fue de oficio correero. Siempre que Sócrates venía a su oficina y discurría de alguna cosa, apuntaba Simón cuanto se le había quedado en la memoria. Por esto sus diálogos se llaman Correaje. Son treinta y tres, unidos en un libro, cuyos títulos son: De los dioses, De lo bueno, De lo honesto, y Qué cosa sea, De lo justo, dos diálogos, Que la virtud no. es enseñable, De la fortaleza, o sea De lo varonil, tres diálogos, De la ley, Del gobierno del pueblo; Del honor, De la poesía, De tal buena constitución del cuerpo, Del amor, De la Filosofía, De la ciencia, De la Música, De la Poesía, Qué cosa sea lo bello, De la enseñanza,
De la conversación, Del juicio, Del ente, Del número, De la solicitud, Del obrar, Del avaro, De la jactancia, De lo honesto. A éstos se añaden: Del dar consejo, De la racionalidad o aptitud, y Del maleficio.
Refiérese que Simón fue el primero que esparció la doctrina de Sócrates por medio de sus discursos. Exhortándole Pericles a que se viniese a vivir con él, prometiéndole mantenerlo, respondió que «no pensaba cautivar su libertad».
Hubo otro Simón, que escribió Del Arte Oratoria; otro que fue médico de Seleuco Nicanor, y otro escultor.

GLAUCO
Glauco Ateniense escribió nueve diálogos, que van juntos en un libro. Intitulándose: Fidilo, Eurípides, Amíntico, Eutia, Lisítides, Aristófanes, Céfalo, Anaxifemo y Menexeno. Corren bajo de su nombre otros treinta y dos, pero son supuestos.

SIMÍAS
1. Simías fue tebano. Corre también un libro suyo que contiene veintitrés diálogos. Son: De la sabiduría, Del raciocinio, De la música, De los versos, De la fortaleza, o sea De lo varonil, De la Filosofía, De la verdad, De las letras, De la enseñanza, Del arte, Del régimen, Del decoro, De lo que se ha de elegir o evitar, Del amigo, De la ciencia, Del alma, Del bien vivir. De la posibilidad, Del dinero, De. la vida, Que cosa sea honesta, De la solicitud, y Del amor.

CEBETE
1. Cebete fue tebano, y quedan suyos tres diálogos, que son: La tabla, La séptima y Frinico.

MENEDEMO
1. Menedemo, filósofo de la secta de Fedón, fue hijo de Clitenes, varón noble y de la familia de los teopropidas, bien que arquitecto y pobre. Algunos dicen que también fue pintor de escenas, y que ambas artes aprendió su hijo Menedemo, por cuya razón, habiendo escrito cierto proyecto al público, lo censuró un tal Alexinio diciendo que trío era decente a un sabio pintar escenas ni dar proyectos. Habiendo los eretrienses enviádolo de guarnición a Megara, entró de paso en la Academia de Plantón, donde quedó captado y dejó la milicia; pero llevándoselo de allí Asclepiades Fliasio, estuvo con Estilpón en Megara y ambos fueron sus discípulos. De allí navegaron a Élide. y se unieron con Anquinilo y Mosco, discípulos de Fedón. Hasta entonces, según dijimos tratando de Fedón, se llamaban elíacos, pero después se apellidaron eretríacos, por la patria de Menedemo.
2 Fue hombre muy serio y grave, por cuya razón Crates, por burla, lo llamaba

el esculapio Filasio, y toro Eretrio.

Y Timón dice que era

fútil en cuanto hablaba, y vocinglero.

Era tanta su severidad, que habiendo Antígono convidado a cenar a Euriloco Casandreo y a Cleipides, joven cicizeno, rehusó el ir, temiendo no lo supiese Menedemo. En las reprensiones era vehemente y libre; y habiendo visto a un mozo que mostraba ser muy audaz, nada le dijo; pero tomando un palito, dibujó en el suelo la figura de uno que padece el nefando por lo cual, como todos mi rasen al mozo, conoció éste su oprobio y se retiró. Estando una vez con Hierocles, superintendente del puerto Pireo, junto al templo de Anfiarao, como Hieirocles discurriese mucho de la destrucción de Eretria, no respondió otra cosa sino preguntar: «¿Cómo es que Antígono te sujeta a sus influencias?» A un adúltero que audazmente se gloriaba del delito, le dijo:« ¿Sabes que no sólo es útil el jugo de la berza, sino también el del rábano?». A cierto mozo que daba gritos, le dijo: «Mira no tengas detrás algo, que ignores».
3. Consultándolo Antígono acerca de si concurriría o no a cierto convite desmoderado, solamente le envío a decir: «Acuérdate que eres hijo de rey». A un insensato que le estaba diciendo cosas importunas, le preguntó si tenía tierras propias, y respondiendo que tenía muchas, le dijo: «Anda, pues, y ten cuidado de ellas, no te suceda el que se deterioren y pierdas una sencillez laudable». Preguntándole uno si era conveniente el que un sabio se casase, le respondió: «¿Tú me tienes a mí por sabio o no?» Y diciendo que sí, concluyó: «Pues yo soy casado». A uno que decía eran muchas las especies de bienes, respondió preguntándole cuántas eran, y si creía fuesen más de ciento. No habiendo podido reformar, el lujo de la mesa de uno que solía convidarlo a comer, otra vez que lo llamó nada le dijo sobre ello, pero reprendió tácitamente el exceso, comiendo sólo hierbas.
4. Esta libertad lo puso en gran riesgo hallándose en Chipre con Nicocreón, en compañía de su amigo Asclepiades; pues habiéndolos llamado el rey con otros filósofos a una festividad que celebraba mensualmente, dijo Menedemo: «Si esta asamblea de varones es honrosa, cada día debiera celebrarse la fiesta; pero si no, superflua es aun la celebración presente». Ocurrió a esto el tirano diciendo que «este día le quedaba libre después del sacrificio para oír a los filósofos»; pero él permaneció más firme en su sentencia, demostrando, por lo que del sacrificio había dicho, que «conviene oír a los filósofos en todos tiempos»; urgiendo de manera que a no hacerlos salir de allí un músico flautista, hubieran perecido. Después, como en la navegación padeciesen borrasca, se refiere que dijo Asclepiades que «la destreza música de un flautista los había libertado, y la libertad de Menedemo los había perdido».
5. Dicen que era sencillo y descuidado en el enseñar, ni guardaba orden alguno entre los que oían, pues no había asientos a su derredor, sino que cada cual estaba donde quería, ya fuese paseando, ya sentado: ésta era su costumbre. Pero, por otra parte, afirman fue ambicioso de gloria y temeroso de ignominia; de manera que, a los principios de su amistad con Asclepiades, ayudaban ambos a un alarife en sus obras, y como Asclepiades condujese desnudo el barro a lo alto del techo, Menedemo se escondía si veía venir alguno. Mas después que entró en los negocios públicos se enajenaba tanto, que, habiendo una vez de ofrecer incienso, no acertó a ponerlo en el turíbulo. Censurándole una ocasión Crates el que se hubiese dado a los negocios públicos, lo mandó castigar con cárcel. Esto no obstante, Crates, andando de puntillas y mirando a los que pasaban, lo llamaba Agamenonio y Egesípolis.
6. Era un poco inclinado a la superstición, pues habiendo comido con Asclepiades en un figón carnes mortecinas sin saberlo, luego que lo supo se llenó de ascos y se puso pálido, hasta que lo reprendió fuertemente Asclepiades, diciéndole que «no eran las carnes quien lo conturbaban, sino la aprensión de ellas». Fuera de esto, fue hombre magnánimo y liberal. Duraba en él, aunque anciano, la habitud corporal de cuando era joven, no menos firme que un atleta, y con el rostro tostado; corpulento, de tez limpia y de mediana estatura, como manifiesta su estatua, que se ve en el estadio antiguo de Eretria; la cual está ejecutada de modo que se manifiesta desnuda la mayor parte de su cuerpo. Era muy franco en hospedar a sus amigos en su casa, y siguiendo el vicio común de Eretria, muy dado a convites, a que solían concurrir poetas y músicos.
7. Apreciaba mucho a Arato, a Licofrón, poeta trágico, y a Antágoras Rodio; pero más que a todos veneraba a Homero, después a los líricos, y luego a Sófocles. En la sátira daba el primer lugar a Esquilón, y a Aqueo el segundo; por lo cual, contra los opuestos a su sentir en el gobierno del pueblo, recitaba estos versos:

Fue el veloz alcanzado de un enfermo;
y la tarda tortuga, brevemente
del águila venció la ligereza.

Estos versos son tomados de la sátira de Aqueo intitulada Onfale. Yerran, por tanto, los que aseguran que nada leyó sino la Medea de Eurípides, que dicen anda entre las obras de Neofrono Sicionio. De los maestros desechaba a Platón, a Jenócrates y a Pare-bates Cirenaico. Admiraba mucho a Estilpón; y preguntado acerca de él en cierta ocasión, nada más dijo sino «que era liberal».
8. Sus discursos eran difíciles de comprender, y ponía tanto cuidado en su composición, que apenas podía nadie contradecirlos. Era de ingenio versátil, e inventor de nuevas frases y dicciones. Antístenes dice en las Sucesiones que era acérrimo en las disputas, y urgía con estas preguntas: «¿Una cosa no se diferencia de otra? Ciertamente. Pues lo provechoso, verbigracia, es diferente de lo bueno. Así es: luego lo bueno no es lo mismo que lo provechoso». Dicen que no admitía los axiomas negativos, y los que ponía siempre eran afirmativos; y aun de estos aprobaba los sencillos y reprobaba los complicados, llamándolos intrincados y enredosos. Heráclides dice que en los dogmas fue platónico; pero no admitía la dialéctica, tanto, que preguntándole Alexinio si había dejado ya de herir al padre, respondió: «Ni lo he herido, ni lo he dejado de herir». Replicóle Alexinio diciendo que convenía explicase aquella ambigüedad con decir sí o no; pero él respondió: «Cosa ridícula sería seguir; vuestras leyes, cuando es lícito repugnar en las puertas» Como Bión persiguiese con ardor a los: adivinos, le dijo que «eso era degollar los muertos». Oyendo decir a uno que es un gran bien conseguir: cada uno lo que desea, respondió: «Mucho mayor bien es no desear más de lo conveniente».
9. Antígono Caristio dice que Menedemo nada escribió ni compuso, ni menos estableció dogma alguno Que en las cuestiones era tan contencioso, que con la vehemencia se le ponían cárdenos los párpados inferiores. Pero aunque era tal en las disputas, no obstante era humanismo en las obras; pues aunque Alexinio lo mofase y burlase en gran manera, no obstante le hizo algunos beneficios, v. gr., el de conducir a su mujer desde Delfos a Caleide, en tiempo en que se temían latrocinios y rapiñas en el camino. Era fiel amigo, como consta de la estrechez que tuvo con Asclepiades, nada menor que la de Pílades; pero como Asclepiades era de más edad, lo llamaban el Poeta, y a Menedemo el Actor. Dícese que habiéndoles dado Arquipolis tres mil (dracmas), contendieron sobre quién de los dos había de ser el postrero en tomar su porción, y ninguno la tomó. Refiérese también que ambos fueron casados con madre e hija, Asclepiades con la hija y Menedemo con la madre, pero después que murió la mujer de Asclepiades, recibió la de Menedemo, y éste, como que gobernaba en la República, casó con una rica; bien que, como vivían juntos, permitió a la primera mujer el gobierno de la casa. Asclepiades murió de edad avanzada en Eretria, antes que Menedemo, habiendo vivido en compañía de éste con mucha frugalidad en medio de la opulencia.
10. También se dice que pasado algún tiempo concurrió a un convite en casa de Menedemo el amado de Asclepiades, y como los criados lo excluyesen, Menedemo lo hizo entrar diciendo: «Asclepiades le abre las puertas, aun estando enterrado. Tenían ambos quien les suministrase todo lo necesario, y eran Hipónico Macedón y Agetor Lamieo. El primero dio a cada uno de ellos treinta minas, e Hipónico a Menedemo dos mil dracmas para dote de sus hijas. Éstas eran tres, habidas con su mujer Oropia, como dice Heráclides. El método que usaba en sus convites
era éste: comía él primero con dos o tres compañeros, permaneciendo en la mesa hasta el fin de la tarde, y entonces mandaba entrar los convidados que hubiesen venido (los cuales debían haber ya cenado), y él se paseaba fuera. Si alguno venía temprano, preguntaba a los que salían qué era lo que habían sacado a la mesa y en qué estado estaba. Si los convidados oían que no había más que algunas hierbas o salsitas, se iban; pero si había algo de carne, entraban. Sobre los lechos de los triclinios ponía esteras en verano, y en invierno pieles. Debían los convidados traer consigo su almohada. El vaso con que bebían todos no excedía la cótila. Los postres eran altramuces y habas; aunque también daba frutas en las sazones, verbigracia, peras, granadas, legumbres e higos secos: todo esto lo refiere Licofrón en una de sus sátiras, intitulada Menedemo, formando un poema en encomio de este filósofo, de cuyos versos son parte los siguientes:

En su convite simple y moderado,
es reducido el vaso que circuye,
y los mejores postres de los sabios
son las conversaciones eruditas.

11. Al principio fue Menedemo muy despreciado, y los eretrienses lo llamaban perro; pero después lo admiraron de manera que le dieron el gobierno de la República. Fue embajador en las Cortes de Tolomeo y de Lisímaco, donde fue muy honrado, como también en la de Demetrio, de quien alcanzó perdonase a su patria cincuenta talentos cada año, de doscientos que le pagaba. Fue acusado ante Demetrio de que quería entregar la ciudad a Tolomeo: pero él se purgo de la calumnia por medio de una carta que empieza:

«MENEDEMO AL REY DEMETRIO: SALUD
»Oigo que te han referido de mí varias imposturas etcétera, por la cual lo avisa se guarde de un contrario suyo en el gobierno, llamado Esquiles. Ello es cierto que admitió muy contra su voluntad la embajada a Demetrio acerca de la ciudad de Oropo, de lo cual hace también mención Eufanto en sus Historias.
12. Amábalo mucho Antígono, y se publicaba discípulo suyo, y habiendo vencido ciertos pueblos bárbaros cerca de Lisimaquia, escribió Menedemo un decreto sencillo y libre de adulaciones, cuyo principio es: «Los capitanes y senadores dicen: Que habiendo el rey Antígono derrotado los bárbaros, vuelto a su reino, gobierna todas las cosas acertadamente, es de sentir el Senado y plebe», etc. Por esto, y por la amistad que con él tenía, creyendo quería entregarle la ciudad, fue tenido por sospechoso; y habiéndolo acusado Aristodemo, partió ocultamente a Oropo, y habitó allí en el templo de Anfiarao. Habiendo en este tiempo faltado del templo los vasos de oro, como dice Hermipo, los beocios, de común consejo, le mandaron salir de allí. Salióse, pues, de Oropo muy caído de ánimo, y entró ocultamente en su patria, de donde, sacando a su mujer e hijas, se fue al rey Antígono,` donde murió de tristeza.
13. Heráclides dice todo lo contrario, asegurando que siendo Menedemo el principal del Senado de Eretria, la libró muchas veces de tiranos que la querían entregar a Demetrio; por consiguiente, que fue calumnia el decir la quería poner en poder de Antígono. Que yendo a este rey, como no lo hubiese podido inducir a que sacase su patria de esclavitud, se privó de alimento por siete días, y murió. Semejante a esto es lo que refiere Antígono Caristio. Sólo a Perseo hizo viva guerra, pues era sabido que queriendo Antígono hacer libre a Eretria por amor de Menedemo, lo prohibió Perseo. Por lo cual Menedemo habló contra él en un convite, y entre otras cosas dijo: «Éste, a la verdad, es filósofo; pero el hombre más malo de cuantos hay y ha de haber». Finalmente, dice Heráclides que murió a los setenta y cuatro años de edad. Mis versos a él son los siguientes:

Tu muerte hemos sabido, ¡oh Menedemo!,
tomada por tu mano, no gustando
por siete enteros. días cosa alguna.
La facción que emprendiste por Eretria
fue con gran cobardía, pues a ella
te condujo a misma atropellado.

Éstos fueron los filósofos socráticos y los que salieron de ellos: pasaremos ahora a tratar de Platón, fundador de la Academia, con los que fueron instituidos por él.

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